¡A la caza de la Información!

21 Junio 2008
El trabajador de un medio de comunicación debe, para su mal, ser como un buen policía: un investigador. Para ello tiene que armarse de contactos: amigos, colegas, informantes confiables, etc. Por José Martínez
José Martínez F... >
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Sé llegar a muchas fuentes de información. Al lugar de los hechos. Lo aprendí a los veinte años con el director del diario "Concordia" de Arica don Raúl Garrido García. Lo más simple que me pedía hacer don Raúl eran noticias comunitarias. Recuerdo claramente mi presencia en poblaciones como la San José y otras. Era 1969. También me pedía una crónica dominical sobre escritores; desfilaron en ellas Dublé Urrutia, Huidobro, Nicanor Parra y varios chilenos más y autores extranjeros con comentarios sobre sus obras.
Pocos años después, 1973, viajé a Tacna para entrevistar a Benjamín Subercaseaux para el diario “La Defensa”, donde había trasladado mi trabajo de comentarista.
Mientras estuve en “Concordia” a veces, pocas, me metía a escribir sobre un hecho policial. El hombre fuerte en ello era Villablanca, ex detective de voz y estatura imponente, que parecía un hombre “duro”, pero que tenía –para sus amigos- una calidez interesante.
Pocos años después, ingresé a “Las Últimas Noticias”, y para ese diario entrevisté a Magdalena Vial y a varios literatos más, aparte de realizar decenas de crónicas sobre escritores diversos y sus libros.
En esos casos todo era sencillo: unos cuantos datos aquí, otros allá;
obtener direcciones y antecedentes básicos de los hechos y personas, además de sus libros. Al escritor, por ser un ente público, no es problemático abordarlo. Y sus obras pueden encontrarse.
Pero habían sucesos que exigían bastante dedicación por ser distintos. Es el caso de la llamada “crónica roja o amarilla”. Las personas envueltas en delitos no quieren, obviamente, ser parte de la noticia. Sin embargo, el deber de armar una buena nota exigía que uno fuera el policía de la noticia, el buscador, el investigador, el interrogador.
En "Las Últimas Noticias", el trabajo fundamental era escribir sobre cultura (literatura, en especial), pero –en escala mucho menor- hacía crónica policial o sobre hechos especiales, por lo que debía recurrir a varios lugares peculiares y debía hacer lo que en el párrafo anterior indiqué.
El más llamativo fue ir a los sectores en que se practicaba la prostitución: San Camilo, Hurtado de Mendoza y otros, a veces diciendo cuál era el objetivo de mi visita, ante lo que muchas prostitutas huían y otras me contaban sus historias; en otros lugares debí guardar la razón de mi presencia. Iba de lado a lado observando, grabando en la memoria casas vetustas, mujeres hacinadas en puertas y movimientos de hombres a la búsqueda de las más bellas y jóvenes.
Todo aquello dio por resultado una crónica que titulé "¿Por qué eres prostituta tú?", que se publicó en el suplemento sabatino del diario, bajo la supervisión de su director Enrique Ramírez Capello, ganador de importantes premios de periodismo a nivel nacional y ex presidente del Colegio de Periodistas de Chile. El artículo batió récord de lectura.
En ese tiempo se vendían más de cincuenta mil ejemplares del diario y según calculamos, el artículo fue leído por unas doscientas a trescientas mil personas. Es la vez que más se ha leído un artículo firmado por mí.
En revista "VEA" también tendrían altas lecturas mis crónicas policiales.
No así los artículos sobre otros temas que allí publiqué.
Guido Vallejos, director de "VEA" y creador de "BARRABASES", me ordenó –apenas ingresé a la revista- escribir un artículo sobre un presidiario que recién había sido puesto en libertad. Ese hombre había sido "célebre" por un crimen. Lo primero que averigüé del individuo fue su nueva residencia: una parcela al suroriente de Santiago.
La parcela -de una media hectárea aproximadamente- estaba cercada. En su frente un portón mostraba unos gruesos candados. Al centro de la parcela había una casa de madera en buen estado. Grité bastante para que el habitante de ella saliera. Optó solo por acercarse a una ventana, mirar con rapidez y desaparecer...Mis gritos fueron inútiles...el hombre no me abrió... Por ello tuve que remitirme a otros antecedentes para armar el artículo. A Vallejos no le gustó, se molestó y no publicó mi crónica...¿Dónde había estado mi falla?

Santiago no era Arica. En esa ciudad conseguíamos los datos en pocas horas y escarbando en escasos lugares. Santiago me exigía mayor tiempo, paciencia mayor, extensa dedicación.

Yo debía haberme quedado cerca de la parcela, en algún lugar en que el residente no advirtiera que yo seguía por allí y ser muy, muy paciente: en algún momento debía llegar alguien hasta allí y entonces ver si el expresidiario salía a abrir el portón.
Así ya obtendría la primera parte de la crónica: Cómo se veía en forma física en ese momento, cuánto lo había afectado la cárcel e intentar abordarlo y hacerle preguntas y aunque hubiese respondido con ira, esa expresión servía para ayudar a armar la noticia. Quien apareciera por allí también podría ser parte de la información.

Esta experiencia me sirvió enormemente para después hurgar en dos muertes trágicas: un accidente en un juego de diversiones y un crimen en una cancha de fútbol. Obtuve versiones desde los mismos familiares de los acusados hasta sus contrarios y de varios testigos y versiones distintas. En los testigos estuvo la gran fuente de esas informaciones. Casos similares me llevaron a desvelarme y a cuidarme, como me lo pedían Vallejos, Folch, Muga y otros.

Lo más singular, sin embargo, que viví en "VEA" fue el caso llamado "El crimen del encapuchado" que ocupó la carátula de la revista en 1976. Esa investigación la hizo José Folch y yo le acompañé al sector Pudahuel, me parece, persiguiendo al posible culpable del asesinato de un hombre. La policía aún buscaba.

Queríamos adelantarnos a los hechos. Conversamos con algunos vecinos y así dimos con la casa del posible responsable. Una mujer salió y nos explicó que los pasos que la policía daba en torno al hombre de la casa eran errados. En su negación de lo obvio había otro paso para armar la noticia. Habíamos estado en el lugar del crimen, un pequeño sitio despoblado. Se hablaba de crimen pasional. Folch y yo anotamos muchos nombres, direcciones, hechos, horas y días, para rearmar el rompecabezas.

La policía, sabíamos, hacía por su lado lo mismo. Hasta concurrimos al velorio del asesinado como dolientes, pero el funeral ya había salido. Sin embargo esperamos la vuelta de los asistentes al entierro: algunos eran del sector y unos pocos nos dieron más datos.
Otro hecho peculiar fue el caso de un niño supuestamente secuestrado. Me acompañé con el fotógrafo José Muga, posterior Premio Nacional de Periodismo, hasta el conventillo en que vivía la madre del menor. Domicilio que obtuve después de varias preguntas –como siempre- en diversos lugares. La mujer era muy joven y estaba tempranamente envejecida por la miseria. Nos abrió la puerta y cuando supo la razón de nuestra presencia se negó a que la entrevistara, al comienzo. Con diversas argucias logré romper el "cerco". Cedió, pero con el compromiso que Muga no le tomara fotos. La entrevisté en la puerta de su casa. Sus datos no daban crédito al posible secuestro denunciado, pero era una historia realmente muy singular.
Al irnos, yo le dije a Muga: "¡Qué buena información! Para una magnífica crónica. Lástima que no hayas podido tomarle fotografías". "Negrito...- me dijo él-, llevo más de cincuenta fotos aquí". Y me mostró la cámara, aquella que había permanecido -a solicitud de la mujer- al nivel de sus rodillas...Yo no le había visto mover una mano. Muga era un maestro, ¡qué maestro!
De todos esos dramas obtuve una singular visión: el dolor de la gente también calaba en mí...y así es hasta ahora. En el mundo del hampa hay, a veces, gente que a uno le hace pensar el porqué se llega a ello. Quizás Rousseau tenga razón en su filosofía sobre las razones del delito.
Esas investigaciones me sirvieron de guía -años después- para aprender a construir el testimonio "Calama: el crimen del siglo", hecho político-policial, que hice libro. Logré entrevistar a familiares de víctimas y victimarios, a amigos de ellos, a policías y a gendarmes, a periodistas... A aquellos que me pidieron no los citara por su colaboración les respeté ello.
Obtuve cartas salidas desde la cárcel de Calama, fotografías inéditas
y a través de mi amigo periodista Eduardo Alegría Olivares conseguí fotocopia del expediente judicial y muchos antecedentes más.
No hay manera de no llegar a las fuentes de la verdad si uno ha trabajado en esta labor bella y complicada a la vez, en que lo humano y lo que no lo es, se conjugan.
Ahora estoy a la caza de toda aquella historia que viví en 1984 cuando la CNI de Arica me secuestró por algunas horas. Tengo armada casi la mitad de la historia. Hay que volver a lugares que tienen que ver con la situación: Calle 21 de mayo arriba, Población Cabo Aroca, calle Vicuña Mackenna, Población San José y otros pocos lugares. ¿Cómo conocieron los CNI toda la conversación que sostuve con dirigentes anti-Pinochet en una casa de la San José? Y otros hechos que, ante el interés de saber la verdad y en afán de justicia, pienso hacer un libro acusando a los cobardes y alabando a los que -con coraje- me ayudaron en esa época, y a los que, no queriendo que informe de sus identidades, me han escrito aportándome antecedentes para ubicar personas y cosas vinculadas a esos sucesos.
Trabajo similar me aguarda respecto al allanamiento vivido en Santiago en 1987, mucho más avanzado que el anterior, ya que sé el nombre del jefe del operativo, las razones del hecho y muchos más antecedentes. Esos hechos darán origen a otro libro.
El periodismo entrega esto: el vivir día a día el encuentro de una nueva verdad. Yo doy las gracias a esa forma de penetrar la vida y buscar la verdad.
Y por ello agradezco a la gente que nos colabora con información fidedigna para llegar a lugares, situaciones y personas que forman parte de las sombras y de las luces de la vida.
Es difícil no conseguir una buena crónica si se cuenta con ello. Aunque se arriesgue la vida, hay que llegar a cazar la noticia.
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