La Peor Plaga de Arica

22 Julio 2008
La concentración de decisiones, recursos y población en la capital, en desmedro del territorio, es la peor plaga, no solo de Arica, sino de todo el país. Por Alejandro Pávez W.
Alejandro Pávez... >
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A poco menos de un año desde la instalación de la región de Arica y Parinacota, hoy cunde el desánimo y el pesimismo. Arica se ha consolidado como la región más deprimida de Chile y su ánimo transita entre el abandono y la negación: desde el Estado niegan tal crisis y señalan que todo se arreglará con nuevas medidas decididas desde Santiago, y quienes representan a la ciudad aducen estar abandonados y exigen una “política de Estado” a similitud de los tiempos de la Junta de Adelanto.
Lo que ocurre en Arica no es una simple crisis de ciudad o región, porque también ocurre en Arauco, en Tomé, Lota o Coronel, en las tierras mapuches, en Palena, Rapa Nui o Tierra del Fuego. Es el síntoma de un problema geopolítico mayor, relevante y decisivo, pues impedirá que Chile alcance un estatus de país desarrollado: el centralismo. La concentración de decisiones, recursos y población en la capital, en desmedro del territorio.
Ésa es la peor plaga de Arica.
Chile es un estado unitario donde existe solo un poder central en Santiago, encargado de “pensar” y gestionar las labores ejecutivas, legislativas y judiciales para todo el país bajo un mismo formato –lo más homogéneo posible-, sin que existan poderes delegados a las regiones en materias importantes. Allí en las regiones solo se obedece... Debido a esto, las regiones solo operan como divisiones creadas para distribuir los recursos y hacer cumplir las directrices del poder nacional. Esto contrasta en forma aberrante con la realidad geográfica, social y cultural de un territorio cuya longitud supera a toda Europa, una “loca geografía” donde se aprecian los paisajes, climas y ecosistemas más imponentes, contrastantes y diversos en el mundo.
En Chile la administración territorial no ha variado mucho desde que la Constitución de 1833 estableciera un Estado fuertemente centralizado. Tenemos una vocación centralista basada en ese estado unitario, y que nos ha inculcado que todo modelo más descentralizado o autónomo significará el desorden, el desmembramiento del país o la invasión de sus vecinos. La descentralización administrativa resulta un eufemismo si la obtención de recursos públicos para cada región o lugar está sometida a lo que se apruebe en el presupuesto de la Nación, que es uno solo y se decide íntegramente en Santiago. Además, únicamente pueden usarse los recursos en la forma ordenada por la ley y por los mandatos de la autoridad central. Finalmente, la labor y los planes de los Gobiernos Regionales se ve limitada por los planes nacionales -a los cuales deben someterse- , planes que se han decidido también en Santiago y en donde la tendencia histórica de sus autores ha sido favorecer a la zona central del país, y en especial a la Región Metropolitana (donde residen) en desmedro de las demás zonas del país y sin que haya un análisis serio y basado desde la perspectiva local.
La centralización de decisiones y recursos trae necesariamente la corrupción, pues es el medio ideal para que prosperen los negociados y amarres. En el poder central, sea del Estado o una empresa privada centralizada, resulta muy fácil corromper y dejarse corromper, porque los gerentes o encargados de tomar las decisiones están ausentes y alejados del lugar donde ellas se implementan, y quienes deben velar por el funcionamiento de los planes y programas no tienen atribuciones o dependen de un jefe cuyo cargo se debe a su lealtad al poder central. Entonces, "callado el loro" no más…
Así, todos los estudios inútiles o repetidos, planes que no funcionan o están sobre valorados, obras sin terminar o deficientes se han decidido, recibido, inaugurado y cobrado puntualmente en connivencia con el poder central, pues allí se ha decidido quien las ejecutará e inspeccionará. Y ello no es exclusivo del Estado, pues ocurre lo mismo en toda empresa privada fuertemente centralizada. En suma, como dice nuestro amigo de infancia el Chapulín Colorado, “todos los movimientos están fríamente calculados”.
Por esta plaga, los planes de desarrollo o políticas de Estado diseñados desde el poder central para Arica u otro lugar necesariamente van al fracaso, porque sus incentivos actúan de manera perversa. En Arica se han formulado con el solo objetivo de cobrar los subsidios u obtener terrenos fiscales baratos para futuras especulaciones, y cuyos únicos beneficiarios son finalmente los cercanos al poder central. Así, muchas empresas jamás funcionan de acuerdo a las proyecciones iniciales, pero obtienen subsidios de todo tipo, y las pocas ideas de creación local son postergadas o entorpecidas por la burocracia subalterna. Así, el negocio más rentable en Arica es -y seguirá siendo en este esquema- hacer estudios y cobrar los incentivos fiscales para instalar empresas inviables, más no producir, conocer o desarrollar el potencial que tiene la zona.
La crisis de Arica nos muestra que tenemos en Chile un círculo vicioso casi imposible de cortar, con una inmensa capital con problemas crecientes e insolubles de contaminación, congestión y descomposición social; y la mayor parte de nuestro territorio escasamente poblado o en proceso de abandono, cuya potencialidad no se puede desarrollar o dotar de infraestructura por carecer de población. Más del 70% del territorio nacional hoy está vacío o en proceso de despoblamiento, en especial el desierto del norte, el altiplano y las regiones australes. Una concentración territorial extrema de recursos y población en un 2% del territorio, cada vez más inviable, económica y ambientalmente. Mientras no se desconcentre primero las decisiones y después la población, Chile seguirá siendo un país cada vez más ineficiente y alejado del desarrollo; y seguirán surgiendo crisis como la de Arica por todos lados.
Ello es lo que más nos diferencia de los países más avanzados, que han sido extremadamente cuidadosos en ocupar su territorio y distribuir su población a fin de aprovechar lo más racionalmente sus recursos. Porque como regla inflexible, todos los países desarrollados son descentralizados. En el caso de estados unitarios, ni España, ni Italia, Gran Bretaña o la misma Francia (un modelo de estado centralizado) habrían podido desarrollarse armónicamente sin otorgar grados de autonomía en las decisiones a sus regiones y nacionalidades, y compensar las desigualdades que presentan los territorios más o menos desarrollados. Y en nuestra vecindad, ya soplan fuertes los vientos de autonomía y descentralización en países tan centralizados como el nuestro. Pero en Chile, ¿por qué nadie ha dicho “Hay que prepararse para hacer lo de Santa Cruz en Bolivia”? Si desde 1826 muchos han propuesto diversas formas de descentralización incluyendo la federalización del país, aunque sin encontrar mayor eco todavía, ¿por qué no pregonamos desde ahora el gran cambio?
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