Anverso literario: El Talentoso Señor Joyce

07 Agosto 2008
James Joyce, creador de obras magnas como Dublinenses, Retrato de un Artista Adolescente y el Ulises, es un gran coloso que ramificó su sabiduría de manera inaudita. Por Daniel Rojas
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Maestro de Beckett y la Generación Perdida
El primer periodo de Samuel Beckett, aquél en que éste aún se desenvolvía en su lengua nativa (inglés) antes de Esperando a Godot y la Trilogía que el prefería no considerar como tal (Molloy, Malone muere y el Innombrable) estuvo indudablemente influido por la presencia de su compatriota, ese otro irlandés, gran coloso que ramificó su sabiduría de manera inaudita. James Joyce, creador de obras magnas como Dublineses y Retrato del Artista Adolescente.
Y cómo olvidar en su bibliografía el Ulises, la gran historia de Leopold Bloom y Stephen Dedalus, obra mundo que marcó a su generación y compatriotas, entre ellos, al joven Samuel Beckett que además de ser cronista del maestro, fue su amigo, cuasi yerno y colaborador en la revisión de la que sería su última obra Finnegans Wake. La relación de aprecio era mutua, pues cuando Beckett fue apuñalado en circunstancias grotescas, casi extraídas de una de sus piezas teatrales, Joyce pago las cuentas médicas.
Empero más allá de lo extratextual, More Pricks than kicks y Murphy, primeras obras de Beckett, brillan por el influjo Joyceano y fue así, hasta el episodio que luego sería conocido como la epifanía en el claustro materno, una especie de autoexilio que le sirvió a Samuel B, para revisar su propia obra y analizar críticamente su voz poética. Esta empresa que lo llevó a abrazar un estilo antitético al de su guía espiritual, parquedad, fracaso, fragmentación e hibridismo autoreflexivo, que muchos asimilan de manera reduccionista al absurdo de Camus o al existencialismo francés y que adjetivan de manera tajante con la idea de minimalismo. Sin embargo la voz Beckettiana no se agota en una categoría, género o movimiento y para comprender mejor su evolución, carácter camaleónico y silencio, no hay que escamotear el hermetismo erudito cercano a Dante, Proust y los consejos de escribir al dictado de la sangre y no del intelecto que Joyce le diera.
Sin duda, su relación y diálogos en la Francia de principios del siglo pasado, escribió una de las más importantes páginas de la literatura contemporánea.
Mas la influencia del creador de Leopold Bloom, no se agota en su amistad y apoyo a Beckett, Joyce fue además, mentor, amigo y colaborador de toda esa generación de artistas que se lanzó presta a la primera gran guerra, con el fin de salvar la cultura que los educó sentimentalmente. Jóvenes norteamericanos que crecieron al alero de los mundos retratados por Tolstoi, Dostoievski, Hamsum y Flaubert, sin embargo, a su llegada al viejo continente, la realidad los ubicó de cara a la muerte, Hemingway casi pierde la vida como conductor de ambulancias, Dos Passos vio masacres inútiles en batallas sin valor estratégico y Macleish perdió a su hermano. El paraíso occidental que recordaban en sus viajes literarios, era una ruina y el retorno a casa en 1918 tras el armisticio, tuvo un sabor amargo. Tras experimentar los primeros efectos de armas químicas en un campo de batalla y el absurdo de las trincheras atestadas de cadáveres, el país que los recibía era una extraña y adormilada Norteamérica, previa a la depresión y con un modelo de vida fatuo y falsamente costumbrista. Reprimida, racista e indiferente, es el periodo de la prohibición que tanto poder daría a la mafia.
Políticamente hubo un cierre tajante al mundo, una verdadera bofetada y traición para los idealistas que pusieron su vida al borde del abismo creyendo que todo sería distinto al terminar el conflicto. Con menos de veinte años, estaban desilusionados y abatidos, eran parias, nadie entendía lo que habían vivido, por que habían peleado y menos asimilaban la cantidad absurda de amigos que habían muerto al otro lado del mundo. La guerra no había solucionado una maldita cosa.
El sentido de alineación, los hizo ciudadanos sin hogar del mundo, alejados de todo regionalismo feudal y moralina prefabricada, rumbo a una disidencia que culminó nuevamente en las calles de Europa, específicamente Francia. Sin embargo ésta había cambiado sustancialmente en los años de ausencia. Entre la guerra, su decepción al confrontar el hogar y su volver a cruzar el océano: Las ciudades del viejo mundo en específico la de las Luces, habían renacido y los heridos espíritus de los ahora hombres, encontrarían en ese afán de revivir lo perdido, su rumbo y un mundo a recrear.
Desde allí, forjaron la voz que la literatura en inglés necesitaba, la misma que luego inspiraría con fervor a las letras latinoamericanas del boom. Ese grupo fue asertivamente llamado la generación perdida por la Poeta, Devota del arte y madrina de la literatura Gertrude Stein. Según ella, estos hombres fueron mutilados en su juventud, pasaron de adolescentes a hombres de forma violenta e impositiva.
Corrían los años 20 en París y el mejor retrato lo da Hemingway en el prólogo de su obra París era una fiesta “Si tienes la suerte de haber vivido en París cuando joven, luego París te acompañará vayas a donde vayas, todo el resto de tu vida, ya que París es una fiesta que nos sigue” Festivo espacio que reunió a un gran número de privilegiadas voces Archivald Macleish, Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Ezra Pound, John Doss Passos, William Faulkner, John Steinbeck entre otros, el panorama bohemio, hervidero de jazz, escritura trasnochada y delirante privilegiaba la escritura en cafés literarios, únicos sitios con calefacción gratis, además estaban las encerronas creativas en la librería Shakespeare and Company de Silvia Beach y en el centro cultural propiedad de Stein. Ella llegó a convertirse en la matriarca del grupo y correctora de estilo junto a Pound, cerraba esta magnífica trinidad el tan mentado Joyce.
El autor irlandés culminó esos años su opera prima. Los afortunados escucharon las primeras lecturas del Ulises y su delirante fluir de la conciencia de boca del autor. Las primeras alucinadas voces colisionaban y daban paso al contrabando a U.S.A donde el texto fue moralmente vetado y tuvo que ingresar camuflada como copias de Hamlet.
Sin duda, esos años, París era una locura, una fiesta y el talentoso señor Joyce, era uno de sus más grandes anfitriones.
Autor: Daniel Rojas Pachas.
Publicado en:Cinosargo



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