El regalo del Señor Meyer

27 Febrero 2006
Un nuevo cuento nos envía nuestro escritor amigo, el mexicano Luis Beaurt, perteneciente al grupo APE. Los invitamos a disfrutar de este interesante relato.
Zorka Ostojic E. >
authenticated user Corresponsal moderador comentarios sebastian y paula PRUEBA
Hemos recibido otro cuento del mexicano Luis Beaurt, quien hoy se encuentra de cumpleaños, en diciembre del año pasado ya había compartido una de sus creaciones con El Morrocotudo.
Desde muy pequeño participó en actividades artísticas y aunque su desarrollo académico se encausó hacia la ingeniería, mantiene su veta creadora como escritor.
En 2002 se unió al Grupo de Autores, Escritores y Poetas – APE- y además de escribir en El Morrocotudo lo ha hecho para el Periódico Milenio de Jalapa.
Su género preferido es el cuento y el relato breve, su mejor arma, el suspenso, con finales inesperados. En un juego de palabras simples y relato atrapante ha creado: “La fotografía”, “Hablando de ti”, “Mundo cool”, "Como en el cielo”, “Gente decente”; editados en APE (Grupoape) y en esta ocasión "El regalo del señor Meyer", que lo compartimos con ustedes.
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EL REGALO DEL SEÑOR MEYER
El teléfono sonó a las 7 de la madrugada del sábado, el repiqueteo del timbre hizo que tratara de regresar de lo más profundo de mi sueño; pero era algo imposible de realizar.
A lo lejos; una voz adormilada, trataba de contestar esa llamada y al poco tiempo sentí como se movía la cama, alguien me llamaba. Ya un poco más despierta me dijo que un tal señor Seinser me buscaba.
Le quité rápidamente la bocina y de mala gana conteste el teléfono, la voz amable del rabino Seinser contrastaba con la mera grosera y tajante de hablar de mi parte.
El rabino hablaba de parte del señor Meyer; aunque sin la autorización ni el consentimiento de él, el rabino era una persona amable y de hablar pausado.
Mi abuelo estimaba muchísimo al rabino que cuando estaba en el hospital agonizando, lo mandó llamar para poner su alma en paz. Además para pedirle que cuidará del señor Meyer.
El rabino sabía que yo no aguantaba al señor Meyer y que lo había alejado de casa de mi abuelo cuando éste falleció, el quería platicar conmigo sobre un asunto muy importante que concernía a mi abuelo, a mí y al señor Meyer.
Después de hablar con el rabino Seinser colgué el teléfono toda malhumorada, me había jurado no volver a tratar el tema del señor Meyer y alejarlo de mí para siempre, pero ese tipejo hacía todo lo posible para no salir de mi vida.
Me recosté de nuevo en la cama y mi cabeza empezó a darme vueltas; la primera imagen que vino a mi mente fue la de mis abuelos. Ellos eran sobrevivientes de los campos de concentración.
Al terminar la guerra; emigraron con sus tres hijos sobrevivientes, no tenían nada que los detuviera en Alemania y tenían la esperanza de empezar en un nuevo país.
Todos ellos y el señor Meyer emigraron a este país que les dio una nueva oportunidad de vida. Para conmemorar ese hecho se habían tomado una foto en la cual mi mamá - la más pequeña de todos ellos - su mano era sostenida por la del señor Meyer.
De nuevo mi cabeza empezó a dar vueltas; pero ahora más de prisa, la siguiente imagen que llegó a mi cabeza fue el funeral de mis padres. Mis padres murieron jóvenes en un accidente y me crié desde los ocho años con mis abuelos.
Cuando regresamos del velorio; mi abuelo fue a buscarlo para contarle los pormenores del sepelio. Yo necesitaba que mi abuelo estuviera conmigo, en cambio, él prefería la compañía de esa persona.
Todavía tengo en el recuerdo como mi abuelo tenía ese dolor tan grande de haber perdido a alguien tan querido y el señor Meyer con su rostro impávido, sin mostrar el menor dolor, sin ofrecer ningún consuelo, sólo escuchando.
Me levanté de la cama y me preparé un café; y lentamente dando sorbos muy pequeños lo bebí; encendí un cigarrillo, tratando de calmar mi mal humor.
Con un poco más de calma me bañé y me vestí preparándome para esa cita a la cual no quería llegar, bajé del apartamento y encendí el carro.
Mi casa queda lejos de donde vivía mi abuelo; era una manera de alejarme de esa persona, poner distancia de por medio y maneje despacio para llegar lo más tarde posible a esa reunión.
Llegué a casa de me abuelo y estacioné el carro enfrente del edificio; por instinto busque la llave de su casa, no sé si fue la suerte; pero para mi buena fortuna la había olvidado.
Empecé a caminar lentamente por el parque en el cual pocas veces y sin la compañía de ese tal señor Meyer mi abuelo yo habíamos ido a jugar cuando yo era una niña.
En ese parque; sin la mirada vigilante del señor Meyer; había conocido aún abuelo totalmente diferente al que estaba enfrente de él. No puedo decir que mi abuelo era una persona alegre, su carácter era sombrío.
Ahí en ese lugar, mi abuelo había corrido detrás de mí con la lengua fuera para enseñarme a andar en bicicleta. Un poco más allá, cuando tenía doce años; me descubrió con el primer cigarro y recuerdo ese regaño que me dio jalándome de la oreja hasta llegar a la casa.
Adelante de ese pequeño jardín estaba la sinagoga; mire mi reloj deseando que este hubiera recorrido lo más rápido posible para no llegar a esa cita, aún tenía diez minutos para huir.
Cruce la calle y lentamente me dirigí al templo; entré por un costado donde sabía que el rabino Seinser tenía su oficina, subí las escaleras lentamente, contando uno a uno los escalones.
Cuando llegué a la puerta de la oficina; miré de nuevo mi reloj esperando que fuera la hora, todavía tenía cinco minutos y encendí un cigarro para hacer tiempo.
Toqué la puerta y entré a la oficina que estaba media iluminada; pude distinguir entre las sombras al señor Meyer; como siempre; tratándose de ocultar, tratando de pasar desapercibido.
Al verlo; tuve un deseo grande de destruirlo, de matarlo; me dirigí hacia él para encararlo, tenerlo frente a frente y decirle todo el rencor que tenía, todo lo que me había lastimado.
Ahora estaba indefenso; sin que nadie pudiera defenderlo, me acerqué lentamente como un gran depredador que se acerca poco a poco a su presa, midiendo las fuerzas de su contrincante, sabiendo que saldrá vencedor de ese lance.
El señor Meyer estaba sentado en una silla y me puse enfrente de él; su cara seguía siendo la misma; impávida, sin ninguna emoción, con aquella sonrisa burlona que tanto me hacia enojar.
Con aire triunfal le dije: - Toda mi vida he esperado este instante; usted y yo solos, estoy lista para éste combate que le juro que será el último.
Ya no pude continuar, el rabino Seinser encendió la luz; pude ver bien al señor Meyer, su piel blanca de un color blanco marfil, con las mejillas de color rojo intenso, como si fueran pintadas.
Su cabello a pesar de su edad todavía era negro; aunque ya era muy escaso y todavía vestía el uniforme del campo de concentración. En su brazo se puede ver su número 06180509.
El rabino Seinser se acercó lentamente hasta que llegó con nosotros; y sin siquiera voltear a verme, tomó con sus dos manos al señor Meyer. Lo levantó poniendo encima de su escritorio, donde había una cantidad de joyas y una pequeña libreta.
En ese instante se volteó para verme fijamente a la cara y no preguntó: - ¡Querida Sara! ¿Porque odias tanto este muñeco?
Una mezcla de odio, impotencia y llanto se llenaron en mi garganta y le dije al rabino: - ¿Cómo no lo voy a odiar? Ese muñeco en la vida de mis abuelos y la de mí mamá era más importante que yo.
El poco amor que ellos pudieron darme en la vida me lo había robado.
El rabino Seinser me dio un abrazo; yo al principio lo trate de rechazar pegándole con mis manos en su pecho, paulatinamente sentí el confort de un abrazo sincero, de alguien que se preocupa por ti; algo que nunca en mi vida había sentido.
Llorando me desprendí de una parte de mi dolor.
Un poco más calmada el rabino me entregó una pequeña libreta; la abrí e inmediatamente reconocí la letra de mi abuelo; en letra muy pequeña había escrito. 4 febrero 1944 pagó por Rudolf. Una raya que atravesaba la libreta. Otra fecha: 1 marzo 1944 pago por Dominique y pan.
No entendía nada de lo que significaban esas fechas y menos el concepto que había escrito mi abuelo; miré al rabino para que me lo explicara que era todo eso.
El rabino me preguntó: - ¿Sabes por qué se llama Herman Meyer este muñeco?
Con la cabeza negué, no sabía la contestación a esa pregunta y mucho menos a las que en mi cabeza estaban girando.
Era una broma que a tu abuelo se le ocurrió, Herman Goering dijo que si un avión inglés volaba sobre territorio nazi se cambiaría el apellido a Meyer que es judío. Esto era una verdadera ofensa para un nazi.
El rabino Seinser cambio el tono de su voz para hacerla más seria y dijo: - El señor Herman Meyer fue nuestro benefactor para que muchos de nosotros pudiéramos sobrevivir; él era el que pagaba a los guardias los sobornos. Mucha gente le debe la vida. En él guardábamos las joyas y cosas de valor para comprar comida o la vida de alguien, por lo general de los niños que eran los primeros que estaban condenados a morir.
Su número que tiene tatuado en el brazo; era para nosotros el número de la esperanza; déjame explicarte: - El 06 es la “F”, el 18 es la “R”, el 05 es la “E” y el 09 es la “I”.
Rápidamente conteste: - “Frei” en alemán significa libertad.
Esto también fue una idea de tu abuelo; ese número era de la buena suerte, una promesa la cual tarde o temprano nos cumpliría. Mucha gente creyó en él y para algunos – como tu abuelo – fue alguien que siempre le tendió la mano.

El rabino me quitó suavemente la libreta y me dijo: - Aquí Sara, todo tu pasado está.
Con voz entrecortada le dije: - ¿A él le debo que estoy aquí con usted?
Con la cabeza afirmó. Quedé en silencio sin saber que hacer, que decir.
El silencio se hizo pesado y el rabino me dijo: - ¿Sabes que todavía en este mundo hay muchas injusticias?
Hizo una pausa y continúo: - Y mientras haya injusticia, se necesitará de muchos Herman Meyer para que la gente puedan tener esperanza en su vida.
Después de todo esto mi cabeza seguía dándome vueltas sin parar, no podía creer que gracias a este muñeco que tanto odiaba estaba viva.
El rabino Seinser me dijo: - ¿Qué vas a hacer ahora con todo esto?
Al decirme esto me mostró su escritorio, había muchas joyas y piezas en oro. Con voz calmada me informó que todo esto eran los ahorros del señor Meyer y yo era la única heredera.
¡No! no podía recibir todo esto, con voz apenas audible le dije al rabino que lo recibiera él y le diera el mejor uso posible. A una institución en contra del racismo.
El pregunto ¿A nombre de quien será el donativo?
Le iba a decir mi nombre pero hice un silencio y dije: - Que sea a nombre del señor Herman Meyer.
El asintió con la cabeza, hizo una pausa y me dijo: ¿Qué vas a hacer con el señor Meyer?
Me quedé mirando al muñeco ya sin el odio que sentía; pero aunque gracias a él estaba viva, no quería tenerlo cerca de mi vida.
Con voz baja pero mostrando mi firme decisión le dije: - Querido señor Meyer, le doy las gracias de estar viva y que haya ayudado a mis abuelos y a mi madre de haber sobrevivido al holocausto. Pero no quiero tenerlo cerca en mi vida, es tanto dolor el que tengo hacia usted que no podré disfrutar mi vida, sí usted esta cerca de mí.
Me di la vuelta; busque un cigarro en mi bolsa y lo encendí mientras buscaba al rabino y le dije que cuidara del señor Meyer. Sin esperar respuesta salí de la sinagoga y camine rápidamente.
En el parque había un tipo que tenía de esos pajarillos que a uno le adivinan la suerte, se me acerco y me dijo: - Señorita, deje que el pajarillo le adivine su porvenir.
De mala gana acepté y pagué, el pajarillo se acerco a una charola que tenía muchos papelitos de colores. Sacó uno dejándolo en la charola y de inmediato se metió a la jaula.
Lo tome en mis manos y lo desdoble pensando en lo que había vivido.
Por fin lo terminé de desdoblar y en el papel decía: - Hoy conocerás a alguien que cambiara tu vida.
Sonreí y le di las gracias.
Me alejé de la sinagoga para comenzar una nueva vida.
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Foto Sorgin

Comentarios

Imagen de Susana Castro

Es verdad que estamos

Es verdad que estamos prácticamente igual que hace 60 años.La Humanidad apenas existe.
Hoy por hoy en diversas partes del Planeta hay personas,niños, adolescentes, que están siendo ultrajadas, vejadas, prisioneras y privadas de ese don tan precioso que es nuestra propia humanidad, nuestra libertad,nuestra inocencia,nuestro derecho a una vida digna.
Sí que se hacen cosas contra esto,pero...,es suficiente?
Un abrazo

Imagen de Luis Beaurt

Hace más de 60 años la

Hace más de 60 años la humanidad se sumió en una guerra atroz. El odio y la intolerancia hacia otras razas, creencias hicieron que millones de personas fueran asesinadas.
Hoy, el mundo no ha cambiado, se habla de humanismo, tolerancia ayuda a los necesitados, las cuales son palabras vanas, huecas y sin ningún sentido.
Es necesario hacer conciencia y despojarnos de nuestras palabras estériles y empezar ya con los hechos. Quiero dar las gracias a Eduardo Schustis y a Zorka Ostojic por su ayuda y colaboración para que este sueño se haga realidad.