Arica y el kilómetro cero

25 Noviembre 2010
El calentamiento global y su noviembre tropical hacen añorar Arica en la Plaza de Armas santiaguina. Por Eduardo Osorio
Eduardo Osorio >
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Eramos dos, los nombres son lo de menos, para quienes, desde nuestras primeros malones de adolescentes, Arica era el tema de conversación más allá de ser sinónimo de bolitas de ojitos de gato, olor a nylon, y novedosos juguetes a pilas, que ni siquiera estaban en nuestra imaginación antes que doña Mercedes la contrabandista, los ofreciera de casa en casa en nuestro barrio santiaguino a metros de la Plaza de Armas, y un Shangri Lá.

Arica, palabra que sonaba musical, cristalina, y que con los años supe era una muy aymará trilogía silábica, y parecida al nombre de un cacique, nos embrujó como tierra prometida que estaba más allá de los paralelos mostrados por el mapamundi de la Profesora Natalia, y de las revistas de cowboys y monitos, paso previo inmediato al arrojo de los que cruzábamos de los 15 a los 16, escuchando Fugitiva de Mel Shannon, y de rebote, pues eran nuestros tíos también amigos, los que la tarareaban al oído de las pololas de faldas acampanadas y de bluejeans, que también habían sido aprovisionadas por la señora del bolso plástico escocés, y de exacta visita mensual como el cobro de la cuenta de Chilectra.
Hasta que vino la independencia vestida de bigotes, Universidad, cigarrillos, y más de algún copetito, que servía para lanzar al aire desinhibidamente nuestros gritos de libertad, revolución y equidad social utópica tal como hoy día, y lo será por los siglos de los siglos amén.
Junto con ello nos dimos el gusto reprimido hasta el pantalón largo, de viajar por nuestra cuenta fuera de la jurisdicción que nos habían rayado los padres o la madre viuda de mi partner que por nada del mundo quería que el regalón se largara lejos.
Y fue justa y contrariamente lo que hicimos, al entrar a la Agencia de Viajes y Turismo de Orizón Ocaranza, que si está vivo o muerto no lo sé, en la sombreada calle Teatinos, donde nunca daba el sol sino hasta las tres de la tarde, lo que nos hacía anhelar más todavía a la ciudad del sol, donde Yashin voló de palo a palo, y el Morro era y es inmortal.
Unos boletos de pura ida en el bolsillo eran un preciado tesoro, que habíamos cambiado por unos pesos de la época pinochetista, mientras todo Santiago aún se convulsionaba por el golpe militar.
Un Chile-Bus, celeste como el cielo, y con pasajeros que volvían a Antofagasta, luego de tentar fortuna en la capital, traficantes del "ala de mosca" de inexpresivos rostros , algún peruano trasnochado, una pareja de gringos que comían a cada rato mantequilla de maní con plátano, y emitían olores por el estilo y nosotros, nos las echamos un domingo de mañana para atrevernos a los 2080 kilómetros en asientos tan poco anatómicos como la joroba de un dromedario, pero el fin justificaba los medios.
Pero ahí estábamos ya, en la carretera panamericana, que como habíamos visto en la Revista Estadio habían recorrido a más de 200 para la época, Bartolomé Ortiz y Papín Jaras, y todavía con el sabor de las lágrimas de mi madre en la comisura de los labios, y los consejos de mi padre, que ya había conocido vía Caravelle a la “puerta nueva” de Chile. Ya nadie podría oponerse a nuestro deseo de conocer las fábricas de televisores y de autos, las playas que nos habían pintado como tropicales, hacer las noches-días,y de manga corta en boites como el Manhatan, durmiendo en pensiones super baratas, y lo más parecido al calor de hogar como nunca más he conocido en mi vida.
Prometo que algún día continuaré con la deriva que nuestro compás nos fue marcando rumbo al norte, y que hoy desempolvé cuando el calor de un noviembre a la altura del calentamiento global, me hizo asociar el termómetro con Arica, por acá, cerca del kilómetro cero, y tal como en esos años.
Foto: galeria.chilebuses.cl

Comentarios

Imagen de Nicolás del Ponti

Osorio, bien vale un Perú

Osorio, bien vale un Perú la notaza...relaciona pasado, presente y futuro de la ciudad más linda de Chile.Nico.

Imagen de J.C. San Martín

Osorio, me lo leí de un

Osorio, me lo leí de un tirón y me entretuve mucho, añorando esa Arica, que nunca debió resignarse. Juan Carlos.