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"La pica\' del Muertito": bueno, bonito y barato

29 Marzo 2009
Para los que se mueren de hambre y están o planean ir al valle de Azapa, les dejo esta nota con sabor híper chileno.
Jennifer Fuentes >
authenticated user Corresponsal
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Desde antes de llegar a vivir a Arica, ya sabía de la existencia de “La Pica` del Muertito”, nombre que me pareció sumamente extraño para un restaurante, pero que cobró sentido al 100% cuando me di cuenta de que tenía que ver con su ubicación tan próxima al, a mi juicio, hermoso, cementerio de Azapa.
También sabía de sus “sopaiqueso”, de sus picarones y sus sándwiches, pero probarlos es otra cosa, así que si usted es fanático de los lugares “very typical”, los buenos precios y ricos sabores, siga adelante con la lectura de esta nota. Si, por el contrario, es amante de una gastronomía más exquisita, de platos pequeños, pero bien decorados y un ambiente más bien “chic”, le informo que hasta aquí no más debería llegar con esta crónica.
Es que “La Picá del Muertito” le hace honor a su apelativo de “picá”: tiene piso de cemento, mesas y sillas plásticas con impecables manteles, su atención es familiar, los tazones en los que humea el té perfumado en las tardes ventosas de Azapa, son grandotes y floridos y es eso, exactamente, lo que se agradece, porque la atención está concentrada al máximo en entregar un rico y abundante plato, ya sea a la hora de almuerzo o en nuestra chilenísima “once”.
A la hora de almuerzo, en medio de banderines chilenos que cuelgan entre pilar y pilar del local y con un fondo de cuecas y canciones de Violeta Parra, usted puede gozar de abudantísimos platos “ultra chilensis”, los cuales van desde un exquisito pastel de choclo hasta un costillar o pollo al horno por precios que van desde los $2.500 hasta los $4.000. Si se está preguntando ¿qué tiene de “picá” un precio así, la respuesta es fácil: el plato da tranquilamente para dos “de apetito normal”. Ahora, si usted quiere quedar “con el ombligo como timbre”, pida un plato y devóreselo solito.
En la hora del “tecito” el restaurante, que ya tiene 33 años de vida, según cuenta Jaime Tapia, hijo de los creadores de la picá; Jaime Tapia H. y su señora; Aminta Lobos P., ofrece sopaipillas a $300, picarones a $1.500 la docena o sándwiches de carne mechada, entre otros, por los mismos $1.500 ¿Y para beber?: té, café, leche, bebidas, jugos naturales y vino y cerveza, para los más fiesteros.

Jaime también me cuenta que su padre fue el primer administrador que tuvo el cementerio cuando pasó a ser municipalizado y que junto a su señora, se dieron cuenta de la necesidad que existía después de un entierro de que los deudos tomasen un vaso de agua o un té; “así fue como en un principio pusieron un bazar que se llamaba “El Coral” y poco a poco comenzaron a aumentar la oferta con sopaipillas y picarones. Luego en una casa de barro, con horno de barro, todo bien rústico, empezó a tomar vida el restaurante, hasta llegar a ser lo que ve usted hoy”.
Este restaurante familiar, que atiende todos los días del año desde las 11 de la mañana a las 10 de la noche, no ha sabido de crisis este año y parece que no la sabrá, ya que durante el verano tuvo un flujo que triplicó su habitual cantidad de comensales y contaron con la visita de muchos turistas nacionales y franceses. “Contamos con una buena reputación nacional e internacional y esperamos que las cosas sigan así de buenas durante todo este año”, concluye Jaime Jr., y parece que sus pronósticos no están lejos de la realidad, pues el flujo de clientes es incesante y nadie se ve, precisamente, “muerto de hambre”…
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