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Sororidad: Todas las mujeres contra todas las violencias de género

20 Noviembre 2019

Las mujeres de hoy requerimos de una sororidad solidaria. Esa sororidad que implica tejer alianzas entre las mujeres por encima de sus diferencias y antagonismos en pro de la construcción de nuestra transformación en sujetas sociales.

Marcela V. Rodríguez >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

La celebración de los Días Internacionales nos da la oportunidad de sensibilizar al público en general acerca de temas relacionados con cuestiones de interés donde existe un problema sin resolver y donde nos muestran la necesidad que los gobiernos tomen medidas y que la ciudadanía conozca mejor la problemática y exijan a sus representantes que actúen.

El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer que se celebra cada 25 de noviembre invita llevar a cabo actividades dirigidas a sensibilizar la opinión pública respecto a este problema y, ciertamente, es necesario porque la violencia de género es para muchas mujeres y niñas de todo el mundo, “el pan de cada día”. 

Pero de igual forma son muchas las que no se conforman con un día a día de violencia, discriminación y desigualdad y a través de la historia y en distintos contextos las mujeres han levando su voz y han hecho uso de los medios con los que cuentan para hacerse espacios en los espacios masculinizados para reivindicar el goce de sus derechos. Es por esto que es de interés, en el marco de este día, ahondar en el concepto de solidaridad propuesto por las sufragistas que no cabe duda toma relevancia en el proceso histórico del movimiento de mujeres como un mecanismo de lucha para llegar a ser reconocida desde la unión de hermanas; como humana y sujeta de derechos en un contexto social donde fue posible la unión de las mujeres independientemente de cual fuese su situación económica, social o sus opiniones políticas (puedes ver Las sufragistas aquí).

Una lucha que sin duda las instó a reencontrarse consigo misma y con sus cogeneres para que juntas se acompañaran, se apoyaran y solidarizaran en una suerte de hermandad de mujeres como la que la feminista Estadounidense de la segunda ola y autora de Política sexual Kate Miller(1934-2017) utilizara en los años 70 para describir la unión de todas las mujeres sin hacer distinción de clases sociales u origen étnico y que recientemente la Antropóloga Feminista Dra. Marcela Lagarde de los Ríos recupero la idea a través del concepto de Sororidad en un texto que se titula “Pacto entre mujeres” y donde señala que esta relación emerge como una alternativa a la política que les impide la identificación positiva de género.

El concepto de sororidad se asocia a la mujer, a una relación que se da entre mujeres diferentes y pares, cómplices que se proponen trabajar para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer. Una experiencia que resulta compleja considerando qué implica un proceso que se inicia en la amistad/enemistad de las mujeres y avanza en la amistad de las amigas de quienes han sido creadas en base a un devenir ontológico que se cree que se nace mujer o se nace hombre con todos los atributos y que por instinto las mujeres somos seres-para-otros-cuerpos-para-otros. 

Sin embargo, y de manera simultánea, Lagarde también nos muestra que no nacemos, sino que aprendemos las enseñanzas de género a través de procesos complejos de aculturación y endoculturación que generan y reproducen sustratos de las condiciones de género masculina y femenina. Y que, en nuestra cultura, predomina la cultura patriarcal y que la misoginia es un recurso consensual de poder que subvalora a las mujeres y a lo femenino y las hace ser oprimidas antes de actuar o manifestarse, aún antes de existir y sólo por su condición genérica. 

Tal es la enajenación que Lagarde reconoce la misoginia femenina y que alcanza su radicalidad cuando las mujeres establecemos alianzas misóginas con los hombres y creemos que son alianzas, cuando en realidad sólo son formas de servidumbre voluntaria. Es tal la enajenación, que la separación entre yo y la otra se convierte en distanciamiento o en desconocimiento de aquello que compartimos como condición genérica, por tanto, desconocemos también mi yo en la otra, y su yo en mí. 

Así, la diferencia para las mujeres es doble; se trata de una diferencia en relación con los hombres como paradigma patriarcal y estereotipo de lo humano y, a la vez, de la diferencia de cada una en su individualismo antagonizante en relación con las otras. Por lo tanto, pareciera ser que en el mundo patriarcal ésta rivalidad encuentra su fundamento y se reproduce en la competencia permanente por ocupar un sitio en él y las relaciones de amor/odio entre las mujeres están siempre atravesadas por la envidia que funda la rivalidad entre nosotras. 

Sin duda el sexismo fue parte de nuestra historia, es más aún sigue siendo parte del patriarcalismo de nuestros tiempos y no es menor porque es contenido fundamental de la conformación de la autoidentidad y la identidad de las mujeres no es más que el conjunto de características sociales, corporales y subjetivas que las caracterizan de manera real y simbólica de acuerdo con la vida vivida. 

Lograr la centralidad de cada mujer en su propia vida y la prioridad de sus necesidades en el cambio de la condición femenina de seres-para-otros, en que cada mujer pueda ser-para-sí, sus pautas se deben enmarcar en la nueva cultura de género del feminismo y que se basa en la Mismidad, la Sororidad y la Solidaridad, como valores éticos y como metodologías políticas para generarla. 

Lagarde también señala que es preciso cambiar el contenido de la condición y de las identidades masculinas y que cada varón pueda ser-para-sí, que también lo constituya la mismidad, pero no como producto de la dominación de otros, en particular de otras, sino como evidencia de su afirmación democrática. 

Una mismidad contenida en la democracia genérica y en la satisfacción de necesidades, deseos y reivindicaciones vitales de cada mujer y cada hombre, considerado como el fruto más precioso de la democracia genéricay en palabras de H. Maturana R., como un modo de convivir con un compromiso de convivencia que inevitablemente se funda en el mutuo respeto, la honestidad, el conversar y el escucharse, el reflexionar para tener un proyecto común de co-construcción de coordinaciones culturales a través del lenguaje y que tiene como contenido la libertad equitativa.Un derecho basado en la igualdad de género y que está en el centro mismo de los Derechos Humanos y donde un principio fundamental de la Carta de las Naciones Unidas es derechos iguales para hombres y mujeres y la protección y el fomento de los derechos humanos de las mujeres como responsabilidad de todos los Estados.

La sororidad ocupa una posición fundamental en la desestructuración de la feminidad tradicional ya que en esencia es trastocadora porque implica la amistad entre quienes han sido creadas en una cultura que busca la competencia rival y la desidentificación de género entre las mujeres como mecanismo de reproducción patriarcal. 

Las mujeres de hoy requerimos de una sororidad solidaria. Esa sororidad que implica tejer alianzas entre las mujeres por encima de sus diferencias y antagonismos en pro de la construcción de nuestra transformación en sujetas sociales para enfrentar la vida y cambiar la correlación de poderes en el mundo.

Las mujeres de hoy seguimos necesitando algo de esa sororidad que se vivió el 8M donde miles de mujeres de norte a sur a largo del territorio nacional marcaron un hecho histórico que sin duda nos vislumbra un proceso de cambio y transformación a nivel individual y social que simboliza y marca el poder del empoderamiento de las mujeres de nuestro país contra el patriarcado que padecemos a diario bajo la forma de violencia física y simbólica y de desigualdad en materia de derechos.

Ciertamente que el camino no es fácil, ¡pero nunca lo ha sido!

Ver también: Chile, país de “viejos”: ¿Estamos preparados?

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