Buenas conversaciones, buenos futuros
De la cola del sireno
La fatigosa marcha entre los acantilados que aparecen al final del valle de Azapa se veía acentuada por las malas relaciones que empezaban a profundizarse entre los músicos de la banda de zampoñas que acompañaba a la sociedad religiosa.
Equipo El Morro... >
authenticated user EditorAdolfo Ayca, egresado del Instituto Comercial de Arica, caminaba a la cabeza del grupo de bailarines y músicos de la Compañía Religiosa de Morenos “Hilario Ayca”, fundada por su padre ya fallecido, en dirección al santuario de la quebrada de Livílcar donde honrarían, una vez más, a la Virgen del Rosario de la Peñas.
La fatigosa marcha entre los acantilados que aparecen al final del valle de Azapa se veía acentuada por las malas relaciones que empezaban a profundizarse entre los músicos de la banda de zampoñas que acompañaba a la sociedad religiosa. La incómoda situación llegó a su límite cuando estuvieron a punto de la agresión física. Adolfo Ayca, responsable de la devota expedición pedía, en nombre de la virgen, que calmaran los ánimos para llevar a buen fin el cometido y, entre matracas y cadenciosos pasos, agradecer los favores concedidos.
Ante la agudización de la crisis y cuando la noche ya caía, don Arturo, el músico más viejo y respetado, sentenció: “Ya todos saben lo que tenemos que hacer”. Y como en un libreto teatral aprendido empezaron a prepararse. Adolfo Ayca le miró interrogante: él no estaba entre “todos” los que sabían qué hacer.
Entonces, don Arturo le dijo: “invocaremos a sireno, el dios de la música y de los músicos. Sireno solucionará el problema además de templarnos los instrumentos”.
Al día siguiente, las sonrisas abundaban, la amistad continuó fácil y las melodías sonaron mejor que nunca.