HUILLIMAPU (Tierra del Sur)

12 Noviembre 2013

La ascendencia telúrica en el pensamiento e imaginario colectivo huilliche es quien nutre, en último término, los contextos simbólicos con que esta comunidad viste su realidad. Por Patricio Hermosilla

Patricio Hermos... >
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El propósito de este brevísimo artículo es deslizar algunas consideraciones generales respecto de la dinámica que vincula la música del nguillatún huilliche de San Juan de la Costa con el substrátum cosmovisual que aún reconoce esta aculturada rama del pueblo mapuche en el sur de Chile*. Contemplaré para esto los raizales del concepto de geocultura acuñado por Rodolfo Kusch en su obra “Esbozo de una Antropología Filosófica Americana” y las sugerencias metodológicas que la antropología simbólica hace para la deco-dificación de significados en el marco de la cultura; ambos recursos, en la perspectiva de un cierto hori-zonte teórico desde el cual aquélla la música pueda ser explicada en su simbología y función social.

El concepto de geocultura propuesto por Kusch para referirse a un pensamiento condicionado por el lugar (suelo); es decir, a un pensamiento que estructurado a partir de una férrea intersección entre geografía y cultura crea las condiciones para la captura y significación existencial del hábitat de una determinada comunidad, despliega, en mi opinión, toda su tesitura conceptual cuando se lo confronta a un caso como el que cursa. En efecto, la ascendencia telúrica en el pensamiento e imaginario colectivo huilliche es quien nutre, en último término, los contextos simbólicos con que esta comunidad viste su realidad, trascendiendo una concepción meramente geográfica y mecanicista e intencionando la idea de un cierto “domicilio existencial” que, en tanto molde simbólico, determina un particular y dinámico "modo de ser en el mundo”.

Por su parte, y en líneas generales, la metodología que la antropología simbólica propone para la decodificación de significados viene dada por la búsqueda de un aislamiento de los símbolos más relevantes al interior del texto en análisis (sea este un textil, un evento ritual o una determinada formación danzario musical); es decir, por una cierta jerarquización a partir del grado de incidencia significacional que tales símbolos presenten: las unidades que concentren el dominio central del entramado simbólico (léase ubicación expresiva), devendrán referentes jerárquicos para los símbolos menores (enclíticos e instrumentales) encar-gados de aclarar sentidos secundarios y definir el rol de los primeros, muchas veces ininteligibles debido a su ambigüedad polisémica.

Deslizadas estas consideraciones, cabe referirse al nudo central del artículo; es decir, cómo y bajo qué ex-pediente se produce esta suerte de trasvase entre dos órdenes de representación simbólica (cosmovisión y discurso musical huilliche).

La conversión simbólica de la realidad; es decir, la modulación desde el mundo de las relaciones reales de existencia a formas ideales de representación, obra desde los albores de la humanidad a través de un pro-ceso evolutivo que se consolida y complejiza en la práctica social. El sistema huilliche de creencias, varian-te local de la religiosidad mapuche, encarna uno de los múltiples casos de construcción de universos de sig-nificación trascendente como respuesta sublimada a las adversantes, aunque siempre propiciables, fuerzas de la naturaleza y, ya en su fase post-colombina, a las ignominiosas condiciones de vida material impuestas por la conquista y luego por el propio estado nacional.

Consubstancial a un universo simbólico que la nutre y hace inteligible cuando acciona detonando núcleos  de sentido al interior de un evento como el consignado, la música devela ante todo su carácter funcional; su indefectible vinculación con la sacralidad. Pero, ¿qué la hace significar significados? y ¿cómo? Asuma-mos como un primer paso para esto la condición meta-simbólica de la música, toda vez que, instancia de re-simbolización, reacepciona su propio y precedente universo genético. Así, símbolo sobre símbolos, deco-difica y re-codifica, simultáneamente, las bases del substrátum cultural que la define y proyecta socialmen-te; es decir, los más importantes nudos de articulación cosmovisual. En este nivel, la música se hace signi-ficante de un corpus de significados consensuados que a su vez la re-significan en su proceso de construc-ción colectiva (performance); es precisamente esta lógica correlacional la que evita que la música se tauto-logice en un discurso autorreferente que anule su dimensión y destino social.

Aunque el Nguillatún de factura huilliche presenta una estructura base común a la totalidad de los asenta-mientos mapuche del sur de Chile, el alto nivel de a y transculturación experimentado por la comunidad de San Juan de la Costa, ha logrado socavar importantes aspectos del formato original del evento, hibridizán-dolo en su proyección simbólica y comportamentalización social. Así, por ejemplo, la incorporación de la i-magen de la Virgen María como un constituyente medular del círculo ceremonial y la asimilación del pa-trón rítmico de 6/8 en la práctica del Huichaleftu*, no son datos irrelevantes. Históricamente explicables por la fuerte presencia misional y la ulterior coopción que bajo el expediente de parlamentos y armisticios experimentara dicha comunidad a manos del estado chileno, los casos consignados se fueron naturalizado en el marco de un ejercicio sincrético que, a diferencia de otros desarrollos rituales sujetos a la acción fo-ránea (piénsese en los ritos agrarios del ande peruano-boliviano o en las ceremonias de iniciación sexual practicadas por los guaraníes), no privilegia sus raíces; así, asistimos a un proceso de "fagocitación cultu-ral” que, aunque parcial, ha demostrado ser capaz de permear dos importantes constituyentes del ethos huilliche propiciando un incuestionable direccionamiento ideológico.

Respecto de “qué” y “cómo” significa la música en el Nguillatún de San Juan de la Costa, se puede consta-tar  que continúa remitiendo a un substrátum cosmovisual de acendrado ascendiente cosmo-telúrico, consi-deración que excede la concepción estrictamente instrumental que la antropología simbólica postula para la religión en tanto objetivación formal de tal substrátum: "Sistema de símbolos que obra  para establecer vigorosos, penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres, formulando concep-ciones de un orden general de existencia y revistiendo estas concepciones con una aureola de efectividad tal, que los estados anímicos y motivaciones parezcan de un realismo único" (Clifford Geertz; La Interpre-tación de las Culturas, 1967).

La acción de un corpus ordenador de mundo que, expresado en un complejo coherente de relaciones sim-bólicas estructura y dinamiza la vida social de una comunidad bajo el expediente mítico-ritual, despliega, ante todo y por la vía de la detonación de caudales de significación emocionalizados, la naturaleza antro-po-cósmica de aquélla, relevando la “incidencia del suelo en la cultura” o, mejor aún, la síntesis que la in-tersección dinámica entre ambos órdenes objetiva en una determinada configuración cosmovisual con vo-cación comportamental; veamos algunas relaciones generales:

El dualismo que transversaliza la cultura mapuche en su conjunto, incluido el propio sistema de actitudes cotidianas de sus usuarios, se explica por el carácter antitético de una cosmovisión que, cristalizada por la acción ritual, reproduce la complementariedad y el equilibrio cósmico induccionado a partir de los ritmos de la naturaleza. Así, en el marco del desarrollo del nguillatún huilliche es posible observar un comporta-miento signado por la isometría gestual con que la machi ritualiza la unidad simbólica principal (Réhue)*; por su parte, la binariedad rítmica que caracteriza el eje danzario-musical huilliche, incluido el Huichalef-tu, que aunque montado sobre un patrón de 6/8 presumiblemente derivado de la cueca presenta una planti-lla coreográfica en que predomina el compás de 2/4, alegoriza tal dualismo revalidándolo.

Textualmente estructurado en base a frases simétricas y replicadas, el canto construye su discurso melódi- co a partir de relaciones interválicas aleatorias que giran en torno a algún arpegio mayor; tal discurso, describe habitualmente un descenso gradual que traduce simbólicamente la valoración ética que los huilli-che hacen de los distintos niveles cosmológicos que nutren su visión de mundo. Sin duda se trata de un ico-nicismo que busca reactualizar bajo el expediente instintivo de una acción parasimpática la estructura  del cosmos huilliche y, con esto, la propia reinserción de la comunidad en el comportamiento general del uni- verso.

Aunque discreta, la muestra referida resulta suficiente como para ilustrar “qué” y “cómo” decodifica la música en el marco del nguillatún tomado como caso, permitiendo establecer algunas relaciones mínimas entre ésta y cosmovisión. La mímesis*, que respecto del “cómo” debería cobrar una importancia meridia-na, sólo puede dar cuenta de la dimensión imitativa del asunto; es decir, de una reproducción de ciertos as-pectos estructurales; así, la necesidad de un soporte algo más abstracto en los órdenes de la representación clama acá por sus fueros: la música, en tanto símbolo acústico-sonoro, podría constituir un principio de respuesta a tal clamor.

*El pueblo huilliche habita una faja geográfica que se extiende desde el río Toltén, por el norte, hasta las postrimerías de la Isla Grande de Chiloé; la comunidad de San Juan de la Costa lo hace al poniente de la ciudad de Osorno, en la Región de Los Lagos. 

*Huichaleftu: Danza colectiva de carácter ritual; variante del primitivo esquema danzario circular, alterna  los metros binario y binario compuesto (2/4 y 6/8). 

*Réhue: Altar de la machi; tallado en tronco de canelo, sus plataformas representan los “cielos” o niveles cosmológicos que reconoce la cosmovisión mapuche. 

*Mímesis: Concebido inicialmente por Platón, el concepto en manos de Aristóteles vino a remitir a la fun-ción y naturaleza imitativas de las artes griegas de la representación (comedia y tragedia).