Recuerdos de mandiles, trabajos, amor y alfajores [RECETA]

24 Junio 2020

El dulzor de un recuerdo desde mi mamá hacia ustedes. La comida recuerda y encorazona. 

Victor Quelopana >
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Al comenzar este texto que pensé que sería una escritura fácil de producir, por referirme a un quehacer tan cotidiano en mi pasión/profesión, pero se me ha hecho más complicado de lo normal. Por lo mismo, reconozco que tienen razón quienes sostienen que lo simple es bastante más complejo que lo grandilocuente o alambicado: al hablar de lo simple, advierto que esta calificación o categoría sintetiza, a manera de símbolo, el más puro trabajo que, por años, define  esta hermosa profesión.

Quizás desde los tiempos arcanos o de los mismos del mismo Rey Salomón, incluso tal vez de antes, lo simple se ha asociado solo a otros oficios: carpinteros, albañiles, constructores, soldadores, orfebres, etc., quienes, con la mirada histórica que hoy  podemos y debemos ejercer, los consideramos dignos de ocupar el más noble espacio del sitial de los grandes por sus aportes desde lo pequeño al desarrollo de la humanidad. Sin embargo, es imprescindible recordar que la simpleza también es parte esencial de la artesanía del cocinero, quien, desde tiempos remotos, ha usado en su alquimia el fuego, la naturaleza, los saberes y la intuición para producir el alimento en ese noble laboratorio llamado simplemente cocina.

Antes de entrar de lleno a esta pequeña exaltación. Quisiera definir. Según la Rae la definición de Mandil contiene seis acepciones o significados de los cuales yo haré mención de sólo dos, ya que desde mi punto de vista son las más significativas.

1.- Prenda de cuero o tela fuerte que, colgada del cuello, sirve en ciertos oficios para proteger la ropa desde lo alto del pecho hasta por debajo de las rodillas.

2.- Prenda de vestir que, atada a la cintura, usan las mujeres para cubrir la delantera de la falda, y por analogía, el que usan algunos artesanos, los criados, los camareros y los niños.

El mandil es el símbolo/estandarte del trabajo de muchos oficios o profesiones. Y aunque se me acuse de iconoclasta a las normas de higiene, me atrevo a decir que el mandil siempre debe estar sucio. En mi trabajo diario refleja el fiel desgaste del uso y del esfuerzo en la elaboración perfecta, consecuencia natural del cariño y la mixtura compuesta entre técnicas de arte culinaria y los secretos secretitos del legado de las confabulaciones gastronómicas de la cocina popular, familiar, de restaurantes y hoteles.

Usted, estimado lector, se preguntará a qué me refiero cuando digo “que el mandil siempre debe estar sucio”. Ni más ni menos, sostengo que este paño/estandarte es la evidencia de cuánto el cocinero se esforzó por entregar el mejor manjar al  paladar de los comensales, por lo tanto, el mandil refleja la nobleza de tan digno y hermoso trabajo.

Después compartirles estos razonamientos sui géneris, haré un gran homenaje a un mandil, pero no a cualquier mandil. No es un homenaje  al mandil de ninguna profesión u oficio; no es al de algún orfebre de preciados metales, ni siquiera es un homenaje a algún chefs destacado a nivel regional, ni a los cocineros nacionales ni mucho menos a los chefs que admiro a nivel regional, nacional ni mucho menos mundial: este homenaje es al mandil de género, ese mandil de uso cotidiano, ese mandil que cuando fui niño me pareció hasta feo, pero meditando hoy, siendo un hombre adulto, me siento profundamente agradecido por la formación que recibí.

Quiero poner en valor a ese mandil que, como mencioné antes, encontré feo muchas veces. Sin embargo, hoy le hago el mayor de los reconocimientos, pues en mis tiempos de niño, en dicho paramento sequé muchas lagrimas, lo abracé un millar de veces, demostré mis más sinceras muestras de gratitud y de amor.

Mi exaltación hoy lo haré al mandil de mi madre, ese que la acompañó en incansables momentos de fuerza y trabajo, de desvelos y vigilias para desarrollar sus inalcanzables trabajos en las distintas profesiones u oficios desarrollados. Mi madre, “la que dejaba el mandil sucio como se debe” de tanto afanarse en las más diversas profesiones u oficios que ella hizo. Mi madre laborando y educándome sin claudicar. Hoy al fin puedo decir “Gracias, madre, aún recuerdo tus enseñanzas y tus noches de vigilias y de esfuerzo”. Hoy y como se usa en mi profesión, enarbolo mi mandil/estandarte para decirte, con orgullo, “¡lo LOGRASTE! ¡Gracias madre!”

Este es mi hablarte, como dice una canción por ahí; no es que sea mi trabajo, este es mi idioma, de esta manera debo agradecer lo que has hecho por mí. “¡TE AMO!”  Porque así es, cito la receta que recuerdo de niño. Es la que alegró muchos cumpleaños en mi niñez.

Líneas dedicadas a: Marianela Figueroa Salas, mi madre.

Ahora los invito a compartir los hermosos recuerdo de la niñez con sus hijos, mezclados con la honestidad más pura y sin fin: el amor de la madre por sus hijos.

Alfajores de maicena

Ingredientes

  • 200 gramos de harina
  • 5 gramos bicarbonato de sodio
  • 250 gramos de maicena
  • 2 Cucharaditas de polvo de hornear
  • 200 gramos de azúcar flor
  • Ralladura de un limón
  • 200 gr de mantequilla
  • 3 Huevos
  • 1 Cucharadita de esencia de vainilla
  • 350 gramos de manjar

Preparación

Junta todos los ingredientes secos en un bol: como harina, bicarbonato de sodio, maicena y azúcar flor y el polvo de hornear.

Añade la ralladura de limón junto con la mantequilla y comienza a frotar con tus dedos hasta conseguir migas irregulares. Luego, agrega los huevos, con la esencia de vainilla y aprieta la mezcla con tus manos hasta conseguir una masa firme de textura compacta. Cubre la preparación con papel film y refrigera durante 15 min.

Luego, estira la masa con la ayuda de un uslero sobre una mesa previamente enharinada, dejando la masa de un grosor de 3 a 4 mm. De inmediato corta piezas circulares de 6 a 8 cm de diámetro. Tómalos con cuidado ayudándote con una espátula y déjalos uno al lado de otro sobre una lata de horno previamente enmantequillada.

Llévalos a horno pre-calentado a 180°C y hornéalos durante 15 minutos hasta cocerlos completamente y dorar suavemente la superficie.

Una vez listos, retíralos del horno y espera a que se entibien.

Luego, desmóldalos con cuidado para que no se rompan y déjalos enfriar. De inmediato rellena con manjar, idealmente con la ayuda de una manga pastelera, pegando dos masas y pasa sus bordes por coco rallado.

Una vez listos deja reposar los alfajores durante un par de horas y disfrútalos cuando quieras.