Buenas conversaciones, buenos futuros
Zapatillas de aguayo, vendo
Nadie dijo que los funcionarios de Aduanas tenían que estar como payasos en las fronteras, pero tampoco con cara y voz de perro rotweiller
Ada Angélica Rivas >
authenticated user Corresponsal Corresponsal CiudadanoAún recupero en mi memoria, que en este caso espero sea a corto plazo, los rostros de los dos funcionarios del Servicio Nacional de Aduanas, que estaban apostados el domingo en la avanzada Chungara. No necesité estudiar semiótica cuatro semestres en la universidad para darme cuenta de todas las señales desagradables, que después tuve que digerir.
Mi mochila emblemática lucía tan abultada como el funcionario que efectuó una exhaustiva revisión de mi equipaje, para retenerme todos los artículos artesanales que traía, cuyo común denominador fue el textil de aguayo sintético. Me pregunto, ¿por qué no revisan así a los traficantes?
Mi felicidad fue transitoria y tuvo su fin apenas puse un pie cerca de los aduaneros, funcionarios que cumplen un importante y trascendente rol, pero a veces se les pasa la mano. Como en este caso, donde fui la elegida para vivir una experiencia inolvidable.
El calzado de aguayo y los bolsos de bayeta que compré se alternaron con mi ropa usada de todo tipo. Antes de saber qué traía, el funcionario que dirigía la parte operativa, llamado Marcelo, me miró en forma despectiva, con una actitud corporal dominante y poco amable, lo que después sentí en sus palabras, tanto en el contenido como en la semántica de los tonos de voz.
El funcionario, que daba la sensación de ser el subalterno, llamado Manuel, vestía una chaqueta de polar en color rojo, que llamaba la atención entre tanto traje azul. Este me preguntó si traía calzado usado o nuevo, le respondí que nuevo, y empezó a revisar. Mi mochila quedó vacía y debo decir que me sentí pasada a llevar y en una inmensa e intimidante vitrina, pues venía mi ropa interior usada y dificulto que a alguien le agrade mostrarla.
La arbitrariedad, sutil prepotencia y abuso de poder me alteraron toda la energía que traía de la pachamama altiplánica. Hay temas que tienen que ver con los roles y otros que se escapan de ellos. Nadie dijo que tenían que estar los funcionarios como payasos en las fronteras, pero tampoco con cara y voz de perro rotweiller.
Marcelo, el que mostraba toda su chapa de jefe, por su voz de mando y sus visibles atributos de control, despotismo, ironía, uso del poder en condiciones de desigualdad, me preguntó por los zapatos de aguayo y le dije que traía una cantidad para regalo. Ahí se puso a reír, preguntándome: “¿Todavía usted cree en el viejito pascuero?”, luego murmuró algo que entendí, “no es tiempo para los arbolitos de pascua”… me miró fijamente y sonrió con un rictus ganador.
Manuel seguía buscando ¿droga?, ¿algún elixir andino? no sé, pero el olor de mi ropa feromónica parece que le atraía, y a mis años aún me ruboricé cuando mis pantaletas de encaje de color negro, que se ajustan tan bien a mi anatomía, estaban en sus manos. Ese episodio no lo tengo tan claro, pero ahora que llegué de la Paz, Bolivia, a Arica empecé a buscar mi calzón y no lo encontré.
Fui la única pasajera que revisaron en su totalidad, como a nadie más, faltó poco para que me tiraran a la máquina de rayos equis. De repente les molestó mi poca humildad a la hora de defender mis derechos, si hay mal trato y burlas y además un extraño hurga más allá de lo que corresponde en mi equipaje, no podría dejar de hacer una mínima defensa del respeto que nos debemos. Más aún si a estos funcionarios les pagan sus benditos honorarios con dinero del Estado y yo soy una ciudadana que tengo derechos, además de mis deberes.
Medio abochornada salí del chequeo (menos mal que no eran ginecólogos), afuera me esperó una cantidad de gente que me rodeó y sin decir agua va comentaron y preguntaron sobre el suceso. Yo me dediqué a fotografiar todo lo que pude, incluida una inmensa puerta de madera que traía el bus y nadie bajó para ser analizada.
Seguí el viaje, los aduaneros quedaron con su rictus y mis olores íntimos en sus manos. Lo que vino después no vale la pena comentar, pero recuperé con justicia mis pertenencias, previo pago en el banco, lo que abultó su valor real. Tengo que decir que la atención en las oficinas de Aduanas de Arica fue correcta y amable, como debe ser. En la bodega de entrega de los artículos retenidos, algunas personas comentaban que tuve suerte que no estuviera el señor Hidalgo, algo así como “el zapatitos blancos de la aduana”, que ha hecho llorar a moros y cristianos.
Con todo lo vivido y desgastado, decidí no entregar ningún regalo y dedicarme a vender zapatos de aguayo. Si alguien necesita tengo desde el número 35 hasta el 42.
Recibí el bolso negro (el martes), además de los productos de aguayo que me habían requisado venía un rollo de papel higiénico a medio usar y el calzón de encaje negro. De repente el viejo pascuero existe.
Comentarios
Uno puede representar de
Uno puede representar de muchas maneras un mal trato, un exceso de celo funcionario, o derechamente un abuso. Pero enfatizar en las feromonas, en las pantaletas de encaje negro -que tan bien se ajustan a su anatomía-, en los efluvios íntimos, uno tiende a pensar en un sutil déficit o carencia, que de alguna manera se hace pública.