No + AFP: No + trabajo precarizado de mujeres

11 Abril 2019

Cuando hablamos de precarización de la vida, las mujeres sabemos de lo que hablamos. dado que nos encontramos inmersas en un sistema patriarcal y capitalista que evidencia la profunda desigualdad de género.

Feministas de l... >
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Desde sus orígenes, el sistema patriarcal contribuyó paradójicamente a que las mujeres nos mantuviéramos con una actitud de sumisión, dedicadas al trabajo doméstico y de cuidado, precario y no remunerado. Si bien en las últimas décadas ha crecido la presencia de la mujer en el mundo laboral formal, seguimos estando precarizadas, porque ocupamos cargos en empleos externalizados, por cuenta propia, de baja calificación y familiares no remunerados. En definitiva, tenemos empleos que en sí son más volátiles o frágiles.       

Así mismo vemos interrumpidas nuestras trayectorias laborales ya sea por maternidad o porque aún pesa sobre nuestros hombros la carga social de las funciones del quehacer doméstico y de cuidado, debiendo cumplir con una “doble jornada laboral”, por ejemplo, de acuerdo a los datos aportados por SENAMA en 2010, un 86% de las personas en situación de vejez dependiente son cuidadas por mujeres. Esto trae consigo la pérdida de sostenibilidad económica, una participación laboral irregular en el tiempo, lagunas previsionales. Reproduciendo de esta manera la precariedad de la vida.

En otras palabras, las mujeres nos hicimos parte del mundo laboral, pero los hombres no se hicieron parte del mundo doméstico de la misma manera. Hoy en día las mujeres destinamos en promedio 5,8 horas al trabajo doméstico al día, en contraste con las 2,9 que dedican los hombres. Como resultado de esto, la brecha entre mujeres y hombres en sus pensiones alcanza un 67,7%, siendo el promedio de las pensiones de las mujeres igual o menor a los $156.312.

 Para las mujeres jubiladas chilenas, el reemplazo del sistema previsional público de reparto por uno privado de capitalización individual, en 1980 es un hito que forzosamente marca sus vidas, más aún en un contexto incierto y de mucho temor por la dictadura. La lógica del sistema se sostuvo en la dimensión de género, que fue considerada un pilar fundamental en el cálculo de las pensiones, mediante estimaciones de esperanza de vida. No obstante, no se contemplaron aspectos como las desventajas salariales, las desigualdades en el mercado laboral, ni la división sexual del trabajo. Las mujeres somos “castigadas” por nuestra biología, es decir, por ser madres y por vivir más años, sin embargo, justificar esta desigualdad y explotación sobre las mujeres es un argumento poco ético, pues la diferencia se sostiene principalmente sobre una construcción cultural de esa diferencia, en la estructura patriarcal, de la que se aprovecha el modelo neoliberal en Chile.

Las AFP fracasaron y hay que hacerse cargo de esto. Necesitamos modificar el sistema de pensiones, hacia un sistema solidario y de reparto donde empresarios, trabajadores y el Estado aporten a su financiamiento, un sistema que se financie colectivamente y bajo el principio de solidaridad entre generaciones. Por jubilaciones dignas, a partir de la construcción de un país más justo y solidario.