Cogitaciones

24 Marzo 2013

Cuando uno es niño cree que todo está dado y la vida es un eterno sueño azul; ahí están la leche y la manta, el consuelo dulce e instintivo de la madre...

Patricio Hermos... >
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Cuando uno es niño cree que todo está dado y la vida es un eterno sueño azul; ahí están la leche y la manta, el incondicional consuelo de la madre, las bromas de los hermanos, la primera bicicleta y el chaleco tejido por la abuela en interminables noches de rosario y palillos de madera. Las canicas nos enseñan a competir con alegría y las aves estimulan nuestra cándida imaginación libertaria; uno cree que nunca va a crecer, no sabe que alguna vez tendrá que competir sin alegría, castrar su imaginación y abandonar el abrigador y “crecedorcito” chaleco de la abuela. Uno no sabe que afuera está el lobo…

Ya de adulto aprende a mentir y a mentirse, hace de la manipulación un aliado coyuntural y acusa su inseguridad sobredimensionando lo que no es, así intenta abrirse un espacio de reconocimiento social en medio del impersonal tráfago planetario; en la torva y soslayada mirada del lobo fulgura el destello sanguinoliento de la satisfacción…  Luchará, si el mundo que le ha tocado vivir no lo interpreta y el dolor de los que sufren no es igual a cero, o, lisa y llanamente, vegetará indiferente el pulso genúflexo y obsecuente del rebaño. El resto será la contradicción permanente y brutal entre lo que cargue contra su voluntad y lo que su voluntad  intente descargar; el puente de plata no existe, y a menos que se levante obstinado una y mil veces, los años festinarán su derrota al centro del egoísmo y la cobardía…

Cuando uno es niño no sabe. Huele las flores y las interroga una y mil veces, recoge caracoles y los expone al sol para que sus “cachitos” le cuenten los encriptados secretos del silencio, le danza a la luna y se “enamora” de la vecina de enfrente; no sabe que en este mundo las flores se venden y que muchas respuestas quedarán incólumes y petrificadas en la memoria transada de sus pétalos, que la luna es un terrón que brilla con luz prestada y que amar es algo más que un tierno e irresoluto juego de complicidad sensorial…  Deberá aprender a odiar, sólo entonces estará preparado para nacer al amor, que en grande quiere decir estar dispuesto a caer y a levantarse por sus semejantes. Los testaferros del lobo horrorizarán sus noches y angustiarán su soledad; mas, habrá vencido, habrá vuelto a la niñez…