De Santiago a Arica: La experiencia de salir de la zona cómoda y entrar al campo de todas las posibilidades

06 Agosto 2018

Hice una apuesta a ciegas, compré un pasaje sólo de ida y gané más de lo que hubiese imaginado.

Rosa Araya Añicoy >
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Recuerdo como si fuera ayer, un 2 de febrero aterrizando en Arica. La santiaguina venía un poco preocupada y algo temerosa, sin conocer a nadie, sin tener redes de contactos, ni amigos, ni familiares... sólo el amor me traía a una ciudad nueva, lejana y distinta a mi origen. 

Desde pequeña había escuchado hablar de Arica. Mi padre -quien había hecho el servicio militar hace muchos años atrás en esta región- me hablaba de las legendarias momias de Chinchorro, las lanas de alpaca que abrigaban hasta el más friolento, el imponente Morro de Arica donde se puede apreciar toda la ciudad y, por supuesto, las mejores aceitunas del mundo, las de Azapa.  

Aún así, estaba nerviosa, imposible negarlo. Salir de la zona cómoda o de confort nunca ha sido fácil, pero me aferraba con uñas y dientes a lo que decía Deepak Chopra: “Si abandonas tu apego a lo conocido, estarás entrando al campo de todas las posibilidades”. Por esto nada podía perder, mas todo podría ganar y el tiempo conmigo no se equivocó. Hice una apuesta a ciegas, compré un pasaje sólo de ida y gané más de lo que hubiese imaginado: conocer a personas increíbles que se la juegan todos los días para hacer de una Arica más bella, más inclusiva y más cultural, donde la palabra aymara “Jallalla” mezcla lo divino y lo terrenal que sólo busca los parabienes para todos, todas, todes.   

Mi mente viaja al pasado y con algo de vergüenza recuerda los primeros días en la ciudad de la Eterna Primavera, donde me perdí, tomé micros y colectivos que iban a lugares insospechados... e incluso uno que me dejó casi en el desierto, pero era parte de la aventura y así lo asumí desde el principio. Así también recuerdo cuando llegué a la biblioteca de la UTA con un sombrero de playa y mirando para todos lados. Al instante el guardia en tono cómico me dijo: "¿Usted no es de acá, cierto?".

Al poco tiempo comencé a darme cuenta de lo que implicaría vivir en Arica. Aquí todos se conocen: si bien no sabrás el nombre de las personas, en su mayoría se ubican. Acá las clases sociales prácticamente no existen: los jóvenes estudian en las mismas universidades, la gente modesta tiene su automóvil y todos frecuentamos los mismos lugares para almorzar y carretear.

Me he dado cuenta que los ariqueños no van mucho a las playas y son los turistas quienes más las disfrutan. He descubierto que los yoguis son un clásico y que el ASOAGRO es el mejor lugar para conocer la idiosincrasia ariqueña. He disfrutado la zona fronteriza, conociendo personas de otros países donde la cultura, las costumbres y las palabras se entrelazan, obteniendo una riqueza única. He aprovechado que la vecina ciudad de Tacna posee una excelente gastronomía y un servicio hotelero que se ajusta a cada bolsillo. 

A los meses de llegar, y luego de caminar por toda la ciudad, conseguí el mejor trabajo de la vida al servicio de los jóvenes. Ha sido una experiencia que me ha marcado a fuego el corazón, que me ha hecho reflexionar una y otra vez sobre el rol que juegan en la sociedad y lo lejano que estamos como adultos de sus verdades necesidades.

Los jóvenes nos desafían a diario a derribar estereotipos y son generosos al invitarnos a confiar en ellos, haciendo un grito desesperado para que salgamos de este rol de adultos que saben todo. La invitación es salir a su encuentro, abrazarlos en empatía, escucharlos atentos, compartir con ellos y acompañarlos para juntos soñar una ciudad mucho más integrada y cercana al futuro de Chile. 

Gracias Arica por acoger a tantas personas que llegamos con ganas de contribuir a la ciudad. Como diría nuestro querido Pedro Ariel Olea, “en nuestro corazón, hay un himno vibrante para ti”. Y es ese juramento de fe en el porvenir el que recibimos los afuerinos y que nos invita a la tarea de buscar el bienestar y el desarrollo para todes en el lugar donde elegimos habitar.

Imagen: Facebook / Pablo Arancibia M.