El maltrato a los animales es un delito de dimensiones cósmicas

19 Diciembre 2014
Juan Lama Ortega >
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Las víctimas de la industria moderna de la carne llevan una existencia miserable en oscuros establos, en espacios estrechísimos. Por miedo y agresión se mutilan mutuamente. Los cerdos se muerden las orejas y los rabos, las aves se sacan las plumas y se picotean hasta sangrar; las gallinas ponedoras vegetan en jaulas cuyo suelo es más pequeño que un folio. Para controlar las agresiones a las aves se les quema el pico, a los cerdos se les quiebran los dientes y a los gallos se les cortan los tendones. A los animales se les exigen condiciones de vida que los hacen enloquecer, lo que demanda la aplicación de psicofármacos y antibióticos. Un tercio de las víctimas enferma de todos modos y muere ya en el corral.

Después de la tortura en los establos de crianza sigue el doloroso camino a los mataderos. Todos conocemos las imágenes terribles de vacas, ovejas, caballos, cerdos, aves amontonados, sedientos, mortalmente agotados, gravemente heridos y moribundos o ya muertos en camiones. Durante el transporte la mercancía viva es torturada sin misericordia por el calor y la sed, por el frío y el hambre, por el miedo del entorno desacostumbrado, por bastonazos y shocks eléctricos. Muchos animales llegan al destino con los huesos quebrados, heridas en los ojos y hematomas.

En el matadero está esperando luego el martirio final. A las aves se las cuelga de las patas cabeza abajo en cintas corredoras y se las pasa por un baño de agua cargado con electricidad, para aturdirlas antes de matarlas. A los vacunos y cerdos se les tiene que aturdir con tenazas eléctricas o dióxido de carbono. A menudo esto fracasa y despiertan totalmente conscientes para ser degollados y desangrados. Un miedo indescriptible se apodera de las víctimas, cuando son empujadas a través de los estrechos corredores, para ser narcotizadas y sacrificadas. Se detienen una y otra vez, y gritan, pero son empujadas por las que vienen detrás, que también son atizadas a seguir adelante. Una nueva algarabía se produce al llegar al punto de anestesia.

A los animales que no comemos, los sometemos a torturas indescriptibles en los laboratorios. Se les enferma para testar medicamentos; se opera, trasplanta y amputa, se les inyecta veneno o se atraviesan sus cráneos y cerebros con varillas metálicas. Por medio de tales torturas los animales, en parte totalmente conscientes, se retuercen sufriendo durante horas y días. Anualmente se exterminan 300 millones de animales en todo el mundo por medio de experimentos.

Y para no dejar de lado ningún aspecto de la vida animal, ya sólo en Alemania 300.000 cazadores matan anualmente a 5 millones de animales. ¿Y cuántos animales morirán en España con 1 millón de cazadores? En la Unión Europea hay más de 7 millones de cazadores, con lo que millones de animales salvajes son asesinados por medio de trampas, arpones, redes, puestos elevados, disparos de perdigones o disparos de deformación que arrancan los intestinos de los jabalíes, corzos y ciervos y los hacen sufrir terriblemente durante horas.

El hombre se baña en la sangre de sus congéneres animales para saciar su apetito por la carne, y en la caza su deseo de matar. A la mayoría de las personas esto les parece natural, pues piensan que los animales están aquí para que los matemos y los comamos. Así lo quiere la tradición, que nos impide reconocer cuán monstruoso es el régimen de terror que el hombre ejerce en esta Tierra – ante parientes cercanos que pertenecen a la historia de la evolución de la vida, parientes que tienen ojos con los cuales nos miran, que sienten alegría y dolor y que son perseguidos y exterminados bajo un miedo indescriptible. Si no hubiésemos adormecido nuestra conciencia, notaríamos que se trata de un delito colectivo de dimensiones cósmicas, que no quedará sin consecuencias para si ésta no se aparta de ello.

Juan Lama Ortega

Radio Santec

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