El síndrome de Estocolmo de TVN

03 Septiembre 2014
Septiembre debiera ser un mes de recogimiento para esa casa televisiva, un tiempo para reflexionar, para preguntarse qué fue de esa impronta fundacional de ser la televisión pública que aportara a la cultura y al desarrollo del país. Pero nada de eso. Por Patricio Araya
Patricio Araya >
authenticated user

¿Qué tienen en común Augusto Olivares, Felipe Camiroaga, Silvia Slier, Carolina Gatica, Rodrigo Cabezón, Roberto Bruce, Sergio Livingstone y Ricarte Soto? Todos fueron funcionarios de TVN que fallecieron en el mes de septiembre. Con la excepción de los dos últimos, todos tuvieron una muerte trágica. El menos recordado es el periodista Augusto Olivares, quien siendo director del canal, se inmoló junto a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 en La Moneda.

A juzgar por los preparativos del tercer aniversario del accidente aéreo de Juan Fernández, no cabe duda que en TVN el rating ha obrado en favor del síndrome de Estocolmo, logrando que sus ejecutivos, periodistas y animadores se enamoren hasta la locura de una desgracia que se llevó a cinco de los suyos. Lejos de rebelarse contra el dolor, o de traumarse por la pérdida de sus compañeros de trabajo, en la estación pública hoy se acicalan con las utilidades reportadas. Nunca trepidan en sacarle partido a las gracias de Felipe Camiroaga. A sus “chascarros”. Al “Washington”.

En efecto, cada vez que los mandamases de la señal estatal autorizan la incansable exhibición de las imágenes relacionadas con la desaparición del avión de la Fach, no hacen sino simpatizar con esa desgracia, encariñarse con ella, admirarla; convertirla –al cabo– en su día de peregrinación y de adoración nacional. Peor aún, con ello avalan un acto inhumano, pasando sobre los sentimientos privados de los deudos, haciendo caso omiso de su pena íntima. El rating lo amerita y justifica. ¡Qué importa! Lo repudiable es que los cinco funcionarios de TVN fallecidos ese 2 de septiembre, son sus muertos más rentables. Si Augusto Olivares les reportara algunos cochinos pesos, no dudarían en venerarlo.

Septiembre debiera ser un mes de recogimiento para esa casa televisiva, un tiempo para reflexionar, para preguntarse qué fue de esa impronta fundacional de ser la televisión pública que aportara a la cultura y al desarrollo del país. Pero nada de eso. Las muertes de septiembre para TVN no han sido suficientes para desatar un proceso de maduración y de crecimiento. Nada de eso. Las muertes de septiembre del 2011 dejaron de ser muertes para oxigenar el morbo, para aumentar la facturación y para superar la falta de creatividad de los responsables del matinal.

Las vidas de todas las víctimas del accidente aéreo de Juan Fernández merecen ser recordadas y valoradas, pero sus muertes, en rigor, requieren nuestro respetuoso silencio. ¿Será muy difícil entenderlo? Tal vez TVN y los demás medios necesiten mucho tiempo todavía para crear otros ídolos que reemplacen a Camiroaga. Mientras tanto, quizás debamos seguir presenciando la romería de los hipócritas que cada septiembre derraman sus lágrimas televisivas frente a un recuerdo impropio.