La historia y las apariciones de "La Charito", conocida como "La novia de Azapa" [FOTOS]

21 Abril 2018

Testimonios indican que "se le aparecía sólo a los hombres, que los encantaba con su belleza, que los volvía locos y que, después de verla, no volvían a ser los mismos". 

Patricio Barrio... >
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El 5 de octubre de 1956, en la ciudad de Arica - Chile, ocurrió un accidente de tránsito que marcaría el imaginario colectivo regional: 2 camiones (uno de ellos del Ejército de Chile) chocaron a la altura del kilómetro 12 del Valle de Azapa, conocido como el sector de Alto Ramírez. Hubo numerosos heridos y 3 muertos, según consignan las noticias de la época en el diario local “La Defensa de Arica”. La mayoría de los heridos y los fallecidos correspondían al vehículo que llevaba promesantes y peregrinos al Santuario de la Virgen de Las Peñas, en la quebrada de Livílcar, a celebrar la fiesta en honor a la virgen de piedra que apareciera en una ladera de los acantilados quebradeños. Los cuerpos sin vida correspondían a un Contador, egresado del emblemático Instituto Comercial de Arica; a una joven de 23 años; y a una mujer con avanzado estado de gravidez.

El interés de la noticia estuvo centrado en la calidad de ariqueños de los 3 fallecidos y, de acuerdo a la lógica comunicacional, en la mujer que esperaba un hijo. Gran cantidad de personas asistieron a las exequias, pero una de ellas –el de la joven de 23 años- entregó elementos simbólicos que, a través de la oralidad, se transformaría en poco tiempo en parte importante de las creencias urbanas y del animismo popular: la familia de la fallecida había despojado al ataúd de su tela negra y la había reemplazado por un tela de raso blanco. En realidad, era una verdadera puesta en escena, digna de la mejor representación teatral, observar al interior de la negra carroza victoriana tirada por 4 caballos del mismo color, el refulgir de un blanco cajón que contenía el cuerpo de la joven mujer, vestida de novia, traje que usaría en sus nupcias planificadas para el mes de diciembre.

“La Charito”

Gloria del Rosario Barrios Rivera, “la Charito”, nació el 11 de octubre de 1933, en una familia en que las supersticiones, de una u otra forma, marcaban conductas de vida. Fue la menor de 8 hermanos (5 hombres y 3 mujeres) y, por tanto, sobreprotegida en un matriarcado que hacía del machismo su mejor arma para la trascendencia. Gloria, desde su adolescencia trabajaba en el almacén de don José, el chino José (¿cuántos almacenes habrán existido con ese nombre en el norte de Chile?). Allí, seguramente, creció su devoción por la “Virgen del Rosario de Las Peñas” –cuyo nombre orgullosamente ostentaba- con la cantidad de devotos, promesantes y peregrinos que llegaban hasta donde el chino José para adquirir las imprescindibles alpargatas de cáñamo y lona azul o las pilas (¡Ray-O-Vac es la pila!) de linternas para alumbrar la caminata hasta el santuario precordillerano [1].

A pesar de la vigilancia permanente y los sermones maternales, “la Charito” se enamoró. Un joven carabinero había conseguido su corazón y el consentimiento para desposarla en diciembre de 1956.

Luego de la muerte de su padre, acaecida 2 años atrás, prometió concurrir al santuario de Las Peñas para pedir por su descanso. Ese año de 1956, había programado el viaje junto a su novio para solicitar felicidad eterna en su relación, pero una orden superior de la institución del pretendiente impidió que iniciaran juntos el camino que –tal vez- los uniría para siempre.

En la calle Colón, a la altura del 700, con los bultos en la puerta de la casa, esperaba “la Charito”, su hermano Alberto y su madre Francisca, la llegada del camión que esta última contratara previamente para que los trasladara hasta “el paradero”, final del camino vehicular de tierra e inicio de la larga caminata hasta el santuario. El camión estaba con mucho retraso y ponía nerviosa a Gloria que pretendía partir y volver lo más pronto posible para concluir los preparativos para la ceremonia matrimonial. Más de 3 veces pasó otro camión –conducido por el joven de 18 años Félix Zegarra- que las instaba a que se subieran. Francisca tomó la decisión ante los ruegos de Gloria. Se subieron a ese camión compartiendo la alegría de los peregrinos entre los que destacaban un Contador y una mujer embarazada.

En el kilómetro 12 del antiguo camino del valle de Azapa, hoy conocido como “camino de Cerro Sombrero”, en el sector de Alto Ramírez, un camión del Ejército chileno, que iba en la misma dirección del camión de peregrinos, los embistió por la parte trasera provocando el volcamiento.

Gloria del Rosario llevaba entre su equipaje una cámara fotográfica para registrar sus últimos días de soltería y la devoción hacia la Virgen de Las Peñas, cámara que, en definitiva, le provocó la muerte al golpearse la cabeza contra ella producto del impacto de la colisión.

Entre los heridos internados en el Hospital Doctor Juan Noé, quedaron Francisca, su madre, y Alberto, su hermano. Los otros hermanos y hermanas, en medio del profundo dolor, tomaron la decisión de forrar el ataúd y de vestirla de blanco para su viaje definitivo. Entre sus manos cruzadas pusieron 6 rosas blancas y, antes, de sellar la urna, colocaron sobre su rostro el velo nupcial.

Las apariciones

Desde el mismo momento de la sepultación de sus restos, el comentario popular empezó a crecer: una mujer vestida de novia aparecía, en las inmediaciones de Alto Ramírez, solicitando transporte a los conductores que transitaban con sus vehículos en la oscura carretera azapeña. Numerosos son los testimonios que dan cuenta de estas apariciones. Se enfatiza en los relatos que solicita transporte y que se baja en la esquina de la avenida Lastarria con Vicuña Mackenna, lugar exacto del Cementerio Municipal de la ciudad y donde se encuentra el mausoleo familiar y su nicho. No hubo conductor de la antigua línea de taxibuses que cubrían el recorrido al valle que no afirmara haber tenido la experiencia de trasladarla hasta el cementerio.

En el año 1962, a Francisco Llanos Alarcón, “Llanito”, le cae la noche regresando a la parcela de Azapa donde vive su familia; le acompaña Lidia, su nieta, a la que relata la historia de su familia negra. La atención que la niña dispensa al relato del abuelo se interrumpe por el ruido de caballos que se acercan a galope abierto (¡Ven acá, mi niña, dejemos el camino libre para que los desbocados sigan su paso!). Los caballos no pasan, sin explicación alguna el ruido de los cascos se acaba. El contraste con el silencio de la noche lo multiplica por cada uno de los rincones del valle. De pronto la noche se ilumina como en luna llena, pero no es la luna, es el brillo de una tela blanca que ondea sobre una arboleda, no, no es una tela blanca, es un traje de novia, blanco, reluciente, resplandeciente (¡es la novia, abuelito, es la novia de la que habla la gente… tengo miedo, abuelito!), parece flotar en el aire, en la noche, en el tiempo. Siguen caminando. La inquietante aparición parece seguirlos (¡abuelito lindo… nos está persiguiendo! No, hija, no tengas miedo, ella no es mala, ella nos protegerá en el resto del camino, ella sólo anda buscando a su novio). Lidia no olvidará lo sucedido. Hoy, a sus 59 años, lo recuerda como si fuera ayer.

Julia Corvacho Ugarte, longeva negra azapeña, resumió en su más que centenaria vida, muchas de las costumbres y prácticas de tradiciones características de los afroariqueños. Vivía desde siempre a la altura del kilómetro 8 del valle de Azapa y, claro está, también fue impactada por la noticia del accidente carretero de 1956 donde murió “la novia”. Julia Corvacho conocía a las familias de los novios a quienes los vio  “desde chiquititos”, por lo que el dolor se sintió más cercano. En las primeras conversaciones de hace ya algunos años negaba –tal vez por respeto a esas familias aún dolientes- ser testigo de las blancas apariciones. Pero, luego, quizás con la intención de quitarle “el terror” que provocaban los posibles encuentros con “la novia” accedió a contar sus experiencias: “La gente decía que se le aparecía sólo a los hombres, que los encantaba con su belleza, que los volvía locos y que, después de verla, no volvían a ser los mismos. Decían que quedaban como tontos. Yo la vi 2 veces, como que me miraba de lejos, como que me quería decir algo… pero nunca supe qué podría ser. A mi marido se le apareció… el negro se asustó tanto que echó a correr… jajaja… corrió tanto, pero como si nada… ella estaba otra vez cerca de él (¡Flotaba, negra, flotaba como las cabezas de los brujos… iba de un lado a otro, corría más rápido que yo… bueno, no, no corría… volaba, negra, volaba!). Pero mi esposo no quedo ni loco ni tonto. Después de eso la vi yo, pero no corrió ni voló… claro que estaba suspendida como en el aire, tan linda que era… las dos veces que la vi me traspasó como una cosa muy triste, de mucha pena…”.

Uno de los conductores de los taxibuses de la familia Abelli, que cubrían el recorrido al valle de Azapa (por lo que se llama hoy “camino viejo”), sin identificarse (no, poh, amigo, no ve que, después, a uno lo agarran p’al chuleteo) asegura que más de un par de veces vio a “la novia” y, en realidad, no sólo la vio, sino que, también se subió al vehículo para que la trasladara a la ciudad. Dice el conductor que varios de sus colegas vivieron experiencias parecidas. Nunca la vio en el camino. Tampoco recuerda haberla visto subirse al taxibús… y no me daba ni cuenta hasta que mirando por el espejo retrovisor grande, ese que permite observar el interior del vehículo, la veía sentada en la última corrida de asientos, inmóvil, silenciosa, con la cabeza agachada y el velo cubriéndole la cara… nunca se la ví. La primera vez iba solo, eran casi las 11 de la noche y no lo podía creer… las otras iban pasajeros 3 ó 4… hombres y mujeres, a veces algunos niños… Bajando por Lastarria, ya casi llegando a Vicuña Mackenna, la sentía cerca y un frío me recorría el cuerpo (mis colegas cuentan que les decía que después les pagaría, yo no recuerdo haber escuchado su voz)… yo paraba la micro y ella se bajaba… ahí, justo en el cementerio.

La opinión mayoritaria de la gente que conoce esta leyenda afirma que la intención de “la novia” no es asustar, sino, por el contrario, convocar apoyo para reencontrarse con su novio [2]. Ese novio que, tremendamente afectado por la muerte de su prometida, abandonó la institución policial y, posteriormente, instaló una empresa funeraria que aún presta servicios a los dolientes en la ciudad.

[1] Algunos antecedentes de la realidad mezclados con la ficción literaria aparecen en la novela breve “La importancia de tener un animal negro”, de Patricio Barrios Alday.

[2] Este fue un elemento principal en el montaje escénico del Conjunto de Proyección Folklórica “Intín Wawanakapa”, con su obra “Gloria del Rosario, la Charito” que da cuenta de la búsqueda permanente del amor.

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