[Opinión] Necesitamos menos críticos y más diversión

14 Octubre 2013

(...) el aludido Halloween, cuya función social en el marco de la cultura tradicional celta tuvo alguna vez sentido y razón cosmovisuales, y que llega a nosotros instrumentalizado como parte de la estrategia de resignificación cultural y desperfilamiento éthico"

Patricio Hermos... >
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Que la superficialidad es un síntoma de descomposición social que nos atraviesa de la A a la Z, es algo que a estas alturas nadie debería poner en duda; ni los que procuramos “capturar la perla un poco más abajo”, ni los que ignorando su naturalización la disfrutan como un óptimo relacional. Para no gastar “pólvora en jotes”, obviaré la más emblemática de sus expresiones: la vil farándula televisiva, y pondré el ojo en algo más entretenido.

¿Recuerda usted "Desde el Jardín", aquella película que sin constituir nada de otro mundo hizo de la estupidez humana un monumento?; ¿Recuerda (si la vió) las hipertrofiadas muestras de regocijo de los mofletudos e insubstanciales burgueses cuando el antihéroe, un deficiente mental encarnado por Peter Sellers, decía que las flores crecían con el agua o que el sol salía por el Este?; sin comentarios. Cuando el ovacionado personaje hollywoodense incurría en las más evidentes inconcusiones, como las citadas, no hacía sino aseverar lo obvio hasta el absurdo; bien por la trama cinematográfica y la crítica social que ponía sobre la mesa, ya que sin tales "filosofemas" habría resultado imposible dinamizar su desarrollo y evidenciar la patológica necesidad de gurúes que caracterizan la sociedad contemporánea, pero muy mal por los bípedos implumes que habitamos este planeta.

Y ya que de superficialidad se trata, me permito mencionar otra de sus vergonzantes aristas: el irritante y salivoso “robotismo consumista” de que hace gala Chilito (y nuestra ciudad, por cierto) en fechas tan disímiles como el Día de la Madre, de la Abuela, del Repollo y, por supuesto, el de los Muertos, que desde hace algunos años viene haciendo gala sobre todo en contextos citadinos de pobreza; simplemente pa’ llorárselo todo. En efecto, el aludido Halloween, cuya función social en el marco de la cultura tradicional celta tuvo alguna vez sentido y razón cosmovisuales, y que llega a nosotros instrumentalizado como parte de la estrategia de resignificación cultural y desperfilamiento éthico que el imperio implementa a escala planetaria, ha prendido en los estratos más golpeados de nuestra sociedad (no digo que no se lo celebre entre los pudientes; pero eso es otro cantar). Más allá de lo doloroso que resulta constatar en los “bolichitos de barrio pobre” la angustia con que los padres juntan sus centavos para comprar túnicas o calabazas, está el tema de la hipoteca cultural a que los niños de nuestro pueblo son sometidos; y, lo peor, no pocas veces la celebración es  concebida, impulsada y difundida por las propias escuelas de periferia como una legítima y deseable actividad extraprogramática. Juzgue usted.

Hace ya bastante tiempo que Gramsci, un filósofo comunista muerto en las mazmorras del fascismo en Italia y cuya cabeza, en opinión del “Duce”, no debía seguir pensando, relevó el rol y nivel de incidencia domesticante que la superestructura cultural jugaba en la legitimación de las bases materiales del capitalismo. Cuando se legitima un sistema de suyo perverso, no se hace sino bajo el expediente “valórico” de la perversión: la atrofia de nuestra capacidad crítica, vehiculada tempranamente a través de modelos de aprendizaje escolar concebidos desde y para un conformismo que, por su parte y día a día, es consolidado y potenciado por la acción invasiva y alienante de la “maldita caja idiota” (léase televisión), constituye una prueba más que contundente de aquello. Así, imbecilizados, no sólo contribuÍmos a la reproducción de las condiciones necesarias para la perpetuación del sistema económico que nos subyuga; la cultura que éste promueve en tal afán y que compramos gustosos para envanecernos socialmente, intenciona una perversión aún mayor, se diría casi terminal: la esquizofrenia identitaria. Negocio redondo.

¿Qué más, sino el desarrollo de una conciencia crítica, podría salvarnos de la inercia y la vacuidad? El zombinismo a que nos ha acostumbrado el capitalismo y sus hechizantes fuegos de artificio crecen a paso de zulú; el planeta se hunde y la gente (como en el Titanic) está de fiesta. Patético.