[Relato erótico] Réquiem para un par de botas blancas

06 Agosto 2013

(*) Artículo de la próxima novela de la autora.

Florencia Matus >
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“¿Te caliento, te gusto, soy tu cochina?”, ¿Te gustan mis tetas, mi nariz grande te erotiza? fue lo primero que escuché. Era la una y media de la mañana de un sábado, mientras estaba a punto de dormir, al otro lado del teléfono, a la altura del cerro Sombrero en El Palacio de la Chicha, había dos personas, un hombre y una mujer, para las que la noche recién empezaba. Cada vez los gemidos aumentaban su fricción, ¡uf! Estaba en primera fila como espectadora de una historia impensada con la música del Grupo Dceos de fondo.

Desde que conocí el ambiente trópico chicha andino me interesé en saber y vivir más allá de las botas blancas, la mini de cuero y el peto de brillo, que se extingue en el centro de la ciudad y florece en las orillas, en las botillerías de la calle Maipú, en el Fandango y en los locales del cerro Sombrero. Ahí el mundo palpita entre los encajes, las telas satinadas, las faldas ultracortas y escotes generosos, que provocan miradas lascivas del contingente varonil, que anda en busca de su presa para pasar la noche. Incluso algunos salen de cacería de mujeres que esperan ese día para tener un momento de placer carnal, contagiando con diversas enfermedades a los machos ebrios que creen que ese poto que conquistaron les da popularidad entre su grupo.

Un reducto del mundo andino que baila al ritmo de las morenadas, tinkusy música tropical. Una exquisitez que hace guiños para que nos quedemos todo el rato, porque tiene calentura, marginalidad, erotismo y energía, fluyendo al ritmo de las bandas de bronce, o del grupo de moda que llega con su contingente varonil a alegrar la noche.

En estos ires y venires apareció el rey del chuño, un chiquillo fresco en todas sus facetas, sonriente, buen bailarín y externamente parecido a muchos de los que pululan por ahí, con polera apegada al cuerpo, cinturón con una buena hebilla y zapatillas eternamente negras.No fue su cuerpo el que me llamó la atención, ya que no era tan esbelto. La sonrisa espontánea, aún con los dientes amontonados y ausencia de algunos molares, me alegraron una noche pasada de copas. Luego, la actitud de ganador que hace rato no veía en un hombre, me impresionó. Este no tenía de dónde agarrarse, pero sabía defenderse con una personalidad que evocaba una realidad que era todo lo contrario. Agrandado a morir, pero sin un peso en el bolsillo.

Un día cayó casi borracho a la mesa en que me encontraba. Y no sé cómo obtuvo mi teléfono, al cual llamó decenas de veces hasta que lo acepté. Luego me pidió pololeo. Algo tan cursi, en peligro de extinción, fue llamativo y me propuse conocer qué había más allá de esa sonrisa con dientes amontonados. Me presentó la familia y eso me provocó una dosis de seriedad.

Era cosa de verle la cara de borrachilla permanente como para evitar cualquier contacto íntimo sin protección. Era atractivo, porque era parte del inframundo pacha que desconocía y me parecía exótico. Cuando le pedí el examen del Sida y de enfermedades sexuales se espantó, tomó rumbo directo a la Anaconda Vip y se encontró con su consejero eterno, un personaje que odiaba a las mujeres, porque tenía razones profundas para hacerlo, era racista, y vivía entre  la dicotomía del blanco y del indígena, perseguido por fantasmas trasnochados y por amenazas inexistentes. Todas sus debilidades el rey del chuño las tenía claras y siempre las aprovechó en su beneficio, bebiendo y comiendo gratis por meses. A él, al menos indicado, le contó que la mujer blanca y mayor que había conocido le pedía estos exámenes para seguir adelante. “Cree que eres un cochino” fue lo más académico que le respondió, pero él siguió con sus propósitos hasta que apareció un día con los resultados.

Empezó una insana relación, con machismo malentendido y la idea que todas las mujeres eran según sus palabras “colisueltas”, pues su experiencia no había sido la mejor. Había conocido en las fiestas calentonas a expensas de una cerveza a una prostituta barata bañada en Chanelfalsificado, que dormía todo el día, esperando que el rey del chuño apareciera y se empeñara en follársela, pues acordaron una relación promiscua, donde ella mantenía relaciones consentidas con hombres cercanos.De aquí para adelante todas las mujeres que venían en su vida tenían que pagar esa cuenta pendiente.

El hombre andino que no sabía nada de su cultura, sólo beber en exceso, curarse, pelear a combos en las fiestas de fin de semana, empezó a mostrar su otra personalidad con alcohol. Violencia, irracionalidad, locura, todo junto, eran los ingredientes de sus días, semanas, meses, con pausas largas o cortas, pero al fin, con el común denominador, la embriaguez.

Después de jugar amor eterno por Dios, la Virgen del Socavón y su familia, que era fiel y que nunca osaría tocar a otra mujer porque todas le daban asco, que antes de darles un beso, él y un amigo cercano pensaban en que con esa misma boca habrían hecho gozar a otros hombres, y no precisamente dándoles un beso en la boca, un día cualquiera al ritmo del Grupo Dceosafuera del Palacio de la Chicha dio rienda suelta a la pasión, acomodándose el “éste” (su pequeño pene que no medía ni 10 centímetros)como mejor pudo, y que no se le erectaba, aun cuando la mujer de turno le mordía las orejas para provocarle placer.

Ella, esposa de un uniformado, a la que llamaba simplemente “la mina de hoyos negros y patas chuecas” reía a carcajadas diciéndole: “¿Te caliento, te gusto, soy tu cochina?, me gusta duro”. Él le responde: “Trabajé, te invité, todo”. Ella no entendía esta nomenclatura, pues él era un flojo que no trabajaba y nunca invitaba a nadie, a no ser que le pagaran la entrada. Luego, el gime atascado en su generosa saliva, ya que tenía problemas de control de fluidos salivales, y ella le pregunta insistente: “me quieres, me amas”, hasta que él le dice que sí, que la ama y que mejor se vayan retornando a la fiesta porque van a decir “Oh! salieron al patio a hacer el amor”.

Mi celular ultramoderno, había recibido varias llamadas desde el número del rey del chuño, dejando registro de ese momento de pasión de un hombre traumado por el tamaño, pero que por empeño no se quedaba. Tenía el pico chico y eso lo afectaba. Más chico que a todos los hombres que había conocido en mi vida…