Problemas Bautismales

18 Septiembre 2005
He creído toda mi vida (y lo sigo haciendo) en la participación más amplia y en la libre determinación de los pueblos, y este es un pueblo que puede y debe determinar su propio destino
Patricio Barrio... >
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Cuando Juan, llamado “El Bautista”, pasaba sus horas incorporando, vía acuática, creyentes haciéndolos parte de la nueva membresía religiosa, no imaginó nunca –estoy totalmente seguro- los problemas que acarrearía con el tema de designar con un “nombre propio” a los hombres y mujeres que nacen en este vapuleado planeta.
Porque no son muchas las veces en que las parejas (y matrimonios para no agraviar a nadie) están de acuerdo en el nombre del recién nacido o recién nacida. Entonces, la alegría del nacimiento se transforma en competencia (dramática como todas las competencias), para ver quien se queda con la decisión del primer nombre, ese mismo que enarbolará, arrastrará u ocultará el futuro ciudadano.
He conocido desde “Cesáreos”, seguramente en correspondencia a la forma de la parición, hasta “Octubrinos”, como homenaje permanente de un antiguo militante comunista chileno a la Revolución de Octubre, y no se han enorgullecido que digamos de su nominación paterna o materna.
Es complicado el tema éste que, también, pasa por el espectáculo, la política y hasta por la intención de desprenderse de su ancestralidad (el eterno complejo del indio). Así –usted se acordará-, en los tiempos de “la Cantudo”, esa misma que paseaba sus ancas por los programas de TV (sí, la mujer del Manolo Otero), todas las “niñitas mujeres” que nacieron se llamaban María José; los revolucionarios llenaron las páginas de los libros del Registro Civil con los “Ernestos”, los “Fideles”, los “Salvadores”, las “Valentinas”, las “Tamaras”; los pacifistas entregaron las “Paz”, las “Palomas”; ahora, los revolucionarios cristianos aportaron con los “Camilos” (por Camilo Torres, obviamente); y, por último, en un intento de “dejar de ser lo que se es”, se acumularon al pie de la pila bautismal los John, los Brandon, los Danny, anglosajones puros, pero con apellidos Mamani, Huanca o Choque. Los he conocido.
El tema que me preocupa es que ninguno de ellos tuvo participación directa en el nombre. Claro, me dirán. Cómo preguntarle a una guagua que no piensa, que no habla, que no es capaz de decidir por sí misma.
La preocupación, en realidad, es una participación determinada y una guagua claramente identificable.
El Presidente Lagos –cumpliendo la palabra empeñada- está enviando en estos días el proyecto de ley que crea dos nuevas regiones en el país. Dos niños o dos niñas que esperan, además –y cosa no menos importante-, sus respectivos nombres. Por el lado del sur, allá en Valdivia, la cosa está más o menos clara (al parecer): “Región de los Ríos” se llamaría, pero no me preocupa mayormente. Es problema particular de ellos. Como particular es el nuestro.
Radio Cooperativa, en su emisión noticiosa del día 16 de septiembre, anunció –desconozco la fuente- que la región formada por Arica y Parinacota sería conocida como “Región del Chungará”.
Me preocupa este tema –seguramente por deformación profesional- porque tiene que ver con el sentido de pertenencia y, por lo tanto, con la identidad. Para nadie es un misterio la importancia de los signos, de los símbolos, de los códigos que cada comunidad construye para identificarse, para diferenciarse y para trascender. Y me preocupa, porque esto que está naciendo, si bien es nuevecito –como las guaguas- sí tiene la capacidad de pensar, de hablar y decidir por sí mismo. El asunto es si es que se le respetará lo que piensa, lo que hable y si es que se le dejará que decida.
Porque podría suceder –una vez más- que los herederos del iluminismo filosófico del siglo XVIII, determinen (quizás ya lo han hecho y ni siquiera nos hemos enterado) que esta región se llame “del Chungará”, como padres supuestos de la “creatura”, jurando de guata que ellos son los padres biológicos.
Pero la sentencia popular lo afirma clara y definitivamente: padre es el que cría, el que forma, el que guía, el que ama, el que se hace parte del futuro. Y aquí, esto está clarito. Nadie se puede arrogar la paternidad y, por lo tanto, tampoco el derecho de nominar cómo se llamará la región.
Puedo entender (en mi escasa capacidad de entendimiento) la intención de llamarla “Región del Chungará”. No me desagrada el nombre. No es éste el problema. También podría ser “Región Frontera”, o “Región de los Chinchorro”. Pero no quiero entrar en el juego de los “iluminados”.
He creído toda mi vida (y lo sigo haciendo) en la participación más amplia y en la libre determinación de los pueblos, y este es un pueblo que puede y debe determinar su propio destino. Democráticamente. Directamente. No en una reunión donde opinen solamente los funcionarios públicos y/u organizaciones de escasa representatividad.
Es hora de reivindicar a los “Cesáreos”, “Octubrinos”, “Marías José” y “Brandones”. Es el momento de permitirles a los ciudadanos ariqueños y parinacotenses elegir cómo quieren ser llamados, conocidos y reconocidos.
Si creemos en la democracia y en la participación ciudadana, construyamos el espacio y entreguemos las herramientas para que en una especie de plebiscito, debidamente convocado e informado, nos permitamos el derecho de determinar nuestro nombre. Abramos las páginas y los micrófonos de los medios de información para que la gente proponga nombres. Transformemos esta noticia, esta gran noticia, en un motivo de participación masiva. Aunque a algunos les siga asustando la voz del pueblo.
Entonces, invocaremos a Juan, llamado “El Bautista”, para sumergirnos al pie del “Morro imponente besado por el mar”, validando nuestra membresía a una verdadera identidad regional. De verdad voluntariamente asumida.