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AFP: Homero v/s Platón

25 Junio 2020

¿Hay algún nuevo juego sagrado que deberíamos inventar en Chile?

Rodrigo Muñoz Ponce >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

A través de una columna periódica, el conocido abogado y profesor Carlos Peña, criticó el actuar de una corte chilena de entregar los ahorros previsionales a una ciudadana para que dispusiera de ellos, por argumentar, entre otras cosas, que el sistema de pensiones está mal diseñado. En su crítica, señala que cada juez en este país pareciera ser un pequeño e irreflexivo Salomón haciendo justicia desde el corazón. Este mal, a su entender, está extendido entre las autoridades y los ciudadanos en general, como un dislate mayor que parece aquejar a toda la sociedad y que refleja un país entero al margen de la ley. El colega, como todo abogado, defiende el sistema del derecho, de reglas, racionales, suponiendo a priori dos cosas que no comparto: La primera, es que la justicia es, como señala, "un criterio que requiere el máximo discernimiento racional" y, lo segundo, es la creencia de que hoy en día el esquema del ordenamiento jurídico es un sistema íntegro y coherente. Mi impresión, en ambas cosas, es la contraria.

En lo que respecta a la noción de Justicia (que, según sabemos, desde hace tres mil años infructuosamente se la quiere definir) creo que su verdadera naturaleza es subjetiva, y constituye una emoción. No más, pero tampoco menos. El propio columnista cita a quien ostenta el título del hombre más justo en la historia: el Rey Salomón, famoso por su decisión "salomónica" que ha quedado marcada como paradigma de la justicia desde tiempos ancestrales.  Sin embargo, si lo pensamos bien, este Rey bíblico no recurrió a leyes, jurisprudencias o siquiera a la conducta consuetudinaria de su pueblo; simplemente apeló a la emocionalidad –que hoy podría catalogarse de irracional- para resolver un problema entre dos madres que reclamaban su derecho sobre el hijo. Sin embargo, sin recurrir a la fácil argumentación de ejemplos míticos, parece evidente la noción de Justicia ha tenido un arduo y sinuoso camino en su intención de encontrar contornos más precisos y certeros, circunstancia que no siempre ha sido enriquecedora. Pareciera que mientras las comunidades humanas más tratan de definirla más pierde algo de su riqueza intuitiva original. Pero la justicia corresponde a todos, no sólo a los abogados. 

El sentido de justicia que da cuenta de la real tragedia humana se da, por ejemplo, mucho más en el arte que en el derecho. Hace mucho el derecho abdicó de su profundo sentido, en aras de garantizar ciertas certezas de carácter político, y ha terminado por consagrar las simples fórmulas originales de ritos lógico-racionales a valor de última ratio, privando a la justicia de su contenido valórico esencial. Algo pasó en el momento que los griegos dejaron de invocar a las musas y la justicia dejó de tratarse como una emoción y se transformó en un fenómeno político. Lo que nos ha llegado como una herencia devaluada es lo que recogieron los juristas romanos, más interesados en las leyes que en la verdadera Constitución. En ese lapso, en que el Estado le ganó a la sociedad civil -para qué decir lo que ocurrió posteriormente en la Revolución francesa- se elevó a tal punto la autoridad de la ley, que hasta hoy muchos creen que el Estado es sinónimo de la civitas. Los dioses -que provenían orginariamente de Oriente, no nos engañemos- quizás daban menos garantías a los poderosos que la ley, general, abstracta, "consensuada" por los hombres. La ley es injusta [DL 3.500). Y lo es por perjudicar a la ciudadanía y proteger a los poderosos. Asi de simple. 

Pensemos en el reciente estallido social chileno llevado a clave griega. Interesante resulta pensar que Sófocles nos cuenta que Antígona es capaz de morir –y muere- por no cumplir la ley. Platón nos relata en su Apología, unos años después, que Sócrates es capaz de morir –y muere- por cumplirla. Así,  la historia posterior ha dejado al primer relato como lectura obligatoria para los artistas y al segundo, para los abogados. Platón quería prohibir a los poetas. Stalin lo hubiera aplaudido. Con respecto a lo segundo, sólo diré que el derecho no es un sistema coherente de normas, y las razones son muchos más básicas y visibles que cualquier sesuda elucubración: En Chile la ley (la amada ley) se negocia por dinero, no por racionalidad y menos por justicia. Las diferentes cortes del país e incluso, las diferentes salas de una misma corte, resuelven de manera diversa, apelando a consideraciones jurídicas “lógicas y racionales”. Si no fuese así, estarían todas casadas o anuladas por la Corte Suprema. No hay coherencia en este sistema jurídico, mis estimados amigos. Por eso las cortes no necesitan argüir, como en el caso criticado de la devolución de los fondos previsionales, “razones de injusticia”. Quizás fueron esos jueces demasiado ingenuos: Basta con echar mano al supuesto "sistema racional" que existe. 

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