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¿Cómo educar en tiempos de incertidumbre y de pandemia?

30 Septiembre 2020

Amigos, padres y madres, no pretendo dar consejos ni mucho menos decir que tengo la razón: desde la tribuna en la cual me encuentro, y con algunos años de experiencia en educación, solo reflexiono.

Victor Quelopana >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Estimados amigos, casi finalizando nuestro año académico, nos encontramos en un sinfín de disyuntivas enfocadas a la educación y a los temas emananados de este tópico de inagotables variables, las mismas variables que se han visto acrecentadas en este tiempo de incertidumbre, de desasosiego y de peste.

Preguntarnos sobre si los estudiantes deben volver o no volver a las aulas que hoy, silentes y con abundantes notas de nostalgia, los esperan. Ya vivíamos la efervesencia del estallido social del 18/10, que con las marchas y las protestas y las demandas ciudadanas no dejó a nadie indiferente. Ya sea por el apoyo o por el repudio, este suceso social, por lo significativo y transversal, involucró a todos los ciudadanos de Chile. En lo personal, me abstendré de emitir juicios al respecto: no mencionaré ni daré caracteres negativos ni positivos, sino que centraré el foco de mis observaciones en las clases y en las las aulas, pues me parece de interés amplio precisar que a la “pausa” impuesta a los procesos presenciales de aprendizaje por el estallido social en el 2019, se ha sumado un nuevo e involuntario “intervalo” al quehacer educativo y tan solo a dos semana de haberse iniciado el año académico de este 2020. La razón es por todas y todos conocida. También lo es el alcance mundial de esta interrupción.   

Aunque en el decir de muchos, la EDUCACIÓN es como un mar sin orillas. Me arriesgo a compartir algunas de mis modestas apreciaciones acerca de ella. Lo hago, a pesar de que todos sabemos que es tarea compleja estimular a las personas a fin de  formarlas, cualquiera sea la edad que estas tengan. 

Solemos deternernos en el proceso educativo y está muy bien que así sea, pues cada observación que nos permita mejorar, de manera oportuna, nuestro quehacer pedagógico en la etapa del proceso mismo, siempre de carácter crucial, nos facilita proyectar los más loables augurios, tanto en los resultados de aprendizajes de los programas disciplinares, como los de formación valórica.  Expuesto este punto, me parece del todo oportuno invitarlos a preguntarse si alguna vez han reflexionado sobre los alcances de la tarea de formar a ser personas de bien a las persona de bien, con las altas expectativas de que al culminar sus estudios, estas sean un real aporte primero que todo a sus familias y, en segundo segundo lugar, a la sociedad y como consecuencia lógica, al país. 

Estamos en un contexto complejo que ninguno de nosotros antes había experimentado ni vivido. Creo que  tampoco lo quiera revivir. A pesar de esta inédita realidad, el constante rodaje de la educación no solo cognitiva sino también formativa no puede detenerse por nada ni por nadie, ni mucho menos por un virus. Esta actitud temeraria, inteligente  y positiva es la piedra angular perfecta y la única manera de poder hacer, al fin, el Chile que todos queremos: reconocer que la educación es el engranaje perfecto o el pilar fundamental para el desarrollo de nuestra sociedad y para el enriquecimiento cultural y para la mejora social.

Pues bien, primero que todo quiero hacer un profundo y sincero homenaje a todos las personas que aportan en los centros educativos, (directivos, profesores, inspectores, PIE, equipos sep,  auxiliares y a todos los que trabajan en escuelas y liceos). Pero, principalmente, dirijo mi mensaje de encomio a todos mis colegas con quienes, a diario,  compartimos las jornadas de trabajo y, muy especialmente la misma mirada a este mar con el claro objetivo de alcanzar las orillas de  la educación, insprirados en el único y ambicioso propósito de formar a las nuevas generaciones no solo en la excelencia académica, sino que también en las personas de bien en lo humano a fin de que sean un real aporte al Chile que todos queremos.

Luego de muchos años en los cuales me ha tocado trabajar en el esculpido de una gran gama de estudiantes, he podido concluir que la educación no solo se debe enfocar al conocimiento, sino creo que con igual acentuación debe enfocarse en el ámbito de lo axiológico para que de alguna u otra manera al fin logremos entender que la educación no es una obligación, ni mucho menos un guerra profesor-estudiante, sino más bien una complementación pedagógica entre el docente y los alumnos en la tareas  propias del aula, sea esta última presencial o virtual.  Esta mirada de responsabilidades compartidas desde los roles de aprendices diversos y de equipos colaborativos y de maestros facilitadores, sin duda, nos  acerca, nos ayuda y nos ilumina; también, nos motiva, nos moviliza, nos saca del caos y de alguna u otra manera, nos pasa al orden y a la acción responsables, en suma, nos hace bien, tanto a uno mismo como a los demás y, aun más allá de eso, nos transforma a todos, en el preclaro e inherente único fin: educarnos.

¿Pero cómo logramos esto? Estimo que los proyectos educativos deben centrarse no solo en lo cognitivo, sino más bien deben entregar herramientas para la vida a fin de que estas se proyecten a largo plazo y no en lo inmediatista. Donde el eje principal sea aquel basado en las responsabilidades individuales y grupales y decididamente comprometido con el medio. Debe, además, incluir las respectivas proyecciones y aplicaciones en la sociedad, espacio donde se ejerce el respeto a cada uno de los procesos al cual nos vemos enfrentados y que debemos asumir, según las contingencias del momento. 

Hoy nos sorprende la reinvención de los profesores, nacida de las habilidades y pericias emanadas de nuestras capacidades para asumir nuevos retos. Situados en medio de esta incertidumbre sanitaria, pudimos haber sucumbido, pero cual robles, nos hemos mantenido en pie. E inclaudicables, continuamos la noble hazaña de educar, aun entre hostiles molinos de viento, alzando nuestros saberes para no detener la formación a nuestros estudiantes. Oportuno es citar la célebre frase expresada por Don Quijote:  “Tranquilo, Sancho, si oyes ladrar los perros, es señal de que cabalgamos” Nosotros, los profesores, siempre hemos cabalgado hacia delante y avanzando. Pero, ahora detengo la marcha unos instantes: quiero destacar mi admiración por todos mis colegas que de alguna u otra manera han dejado no solo su cuerpo en las aulas, sino que ahora además dejan la impronta de su espíritu  en el internet (rr.ss, intranet, internet, correos electrónicos, etc.). Esta es la evidencia del esfuerzo que cada profesor realiza a diario para alcanzar el dominio en algo totalmente nuevo para el quehacer docente. En fin.

No sé si es necesario o fructífero desgastarnos en discusiones bizantinas por la vuelta o retorno a las aulas y a las consiguientes clases presenciales de nuestros estudiantes; o bien, debatir en torno la disyuntiva de la repitencia de curso de los estudiantes o de la promoción inmediata al siguiente nivel. La educación es un proceso formativo, cognitivo y social que no debería detenerse, aun por causa de un virus que transformó el mundo de un día para otro nuestras vidas. Al contrario, debe adecuarse al nuevo contexto y proseguir según los paradigmas que surjan en la realidad de pandemia. 

Amigos, como reflexión final, y como modesto aporte que comparto a través de estas líneas, creo que merecemos todos el mismo respeto que damos, y como es así, pienso de que de alguna u otra manera los éxitos de los proyectos educativos no tienen que ver con las formas o fondos, sino que más bien los veo asociados al compromiso con que hoy asume el quehacer pedagógico cada uno de mis colegas, a quienes veo entregar el alma desde sus hogares, ya creando guías, ya revisándolas, ya preparando material (ppt, juego) etc. Quizá ahora usted seguramente me dirá:  ¿pero eso lo han hecho siempre los profesores? y es así Ud. tiene razón, pero en donde no concordamos es que eso mismo que se realizaba en el lugar de trabajo, hoy se llevan en la casa. Considerando fuertemente el peso del hogar y el desgaste propio del encierro, ¿esto les parece simple o banal? 

Le parece exagerado si le pido que reflexiones acerca de lo siguiente: La educación es una herramienta para la vida, un rodamiento perfecto para la convivencia  y un aporte real a nuestro mejor Chile.

Pero así es como quiero despedirme: brindando un fuerte aplauso por cada uno de los profesores que han dejado hasta su alma en la reinvención del trabajo docente a fin de llevar a cabo un proyecto educativo exitoso para un mejor país en estos tiempos de incertidumbre y de pandemia.

¿Cómo educar en tiempos de incertidumbre y de pandemia? 

Estimados amigos, casi finalizando nuestro año académico, nos encontramos en un sinfín de disyuntivas enfocadas a la educación y a los temas emananados de este tópico de inagotables variables, las mismas variables que se han visto acrecentadas en este tiempo de incertidumbre, de desasosiego y de peste. Preguntarnos sobre si los estudiantes deben volver o no volver a las aulas que hoy, silentes y con abundantes notas de nostalgia, los esperan. Ya vivíamos la efervesencia del estallido social del 18/10, que con las marchas y las protestas y las demandas ciudadanas no dejó a nadie indiferente. Ya sea por el apoyo o por el repudio, este suceso social, por lo significativo y transversal, involucró a todos los ciudadanos de Chile. En lo personal, me abstendré de emitir juicios al respecto: no mencionaré ni daré caracteres negativos ni positivos, sino que centraré el foco de mis observaciones en las clases y en las las aulas, pues me parece de interés amplio precisar que a la “pausa” impuesta a los procesos presenciales de aprendizaje por el estallido social en el 2019, se ha sumado un nuevo e involuntario “intervalo” al quehacer educativo y tan solo a dos semana de haberse iniciado el año académico de este 2020. La razón es por todas y todos conocida. También lo es el alcance mundial de esta interrupción.  

Amigos, padres y madres, no pretendo dar consejos ni mucho menos decir que tengo la razón: desde la tribuna en la cual me encuentro, y con algunos años de experiencia en educación, solo reflexiono.  

Aunque en el decir de muchos, la EDUCACIÓN es como un mar sin orillas. Me arriesgo a compartir algunas de mis modestas apreciaciones acerca de ella. Lo hago, a pesar de que todos sabemos que es tarea compleja estimular a las personas a fin de  formarlas, cualquiera sea la edad que estas tengan.

Solemos deternernos en el proceso educativo y está muy bien que así sea, pues cada observación que nos permita mejorar, de manera oportuna, nuestro quehacer pedagógico en la etapa del proceso mismo, siempre de carácter crucial, nos facilita proyectar los más loables augurios, tanto en los resultados de aprendizajes de los programas disciplinares, como los de formación valórica.  Expuesto este punto, me parece del todo oportuno invitarlos a preguntarse si alguna vez han reflexionado sobre los alcances de la tarea de formar a ser personas de bien a las persona de bien, con las altas expectativas de que al culminar sus estudios, estas sean un real aporte primero que todo a sus familias y, en segundo segundo lugar, a la sociedad y como consecuencia lógica, al país.

Estamos en un contexto complejo que ninguno de nosotros antes había experimentado ni vivido. Creo que  tampoco lo quiera revivir. A pesar de esta inédita realidad, el constante rodaje de la educación no solo cognitiva sino también formativa no puede detenerse por nada ni por nadie, ni mucho menos por un virus. Esta actitud temeraria, inteligente  y positiva es la piedra angular perfecta y la única manera de poder hacer, al fin, el Chile que todos queremos: reconocer que la educación es el engranaje perfecto o el pilar fundamental para el desarrollo de nuestra sociedad y para el enriquecimiento cultural y para la mejora social.

Pues bien, primero que todo quiero hacer un profundo y sincero homenaje a todos las personas que aportan en los centros educativos, (directivos, profesores, inspectores, PIE, equipos sep,  auxiliares y a todos los que trabajan en escuelas y liceos). Pero, principalmente, dirijo mi mensaje de encomio a todos mis colegas con quienes, a diario,  compartimos las jornadas de trabajo y, muy especialmente la misma mirada a este mar con el claro objetivo de alcanzar las orillas de  la educación, insprirados en el único y ambicioso propósito de formar a las nuevas generaciones no solo en la excelencia académica, sino que también en las personas de bien en lo humano a fin de que sean un real aporte al Chile que todos queremos.

Luego de muchos años en los cuales me ha tocado trabajar en el esculpido de una gran gama de estudiantes, he podido concluir que la educación no solo se debe enfocar al conocimiento, sino creo que con igual acentuación debe enfocarse en el ámbito de lo axiológico para que de alguna u otra manera al fin logremos entender que la educación no es una obligación, ni mucho menos un guerra profesor-estudiante, sino más bien una complementación pedagógica entre el docente y los alumnos en la tareas  propias del aula, sea esta última presencial o virtual.  Esta mirada de responsabilidades compartidas desde los roles de aprendices diversos y de equipos colaborativos y de maestros facilitadores, sin duda, nos  acerca, nos ayuda y nos ilumina; también, nos motiva, nos moviliza, nos saca del caos y de alguna u otra manera, nos pasa al orden y a la acción responsables, en suma, nos hace bien, tanto a uno mismo como a los demás y, aun más allá de eso, nos transforma a todos, en el preclaro e inherente único fin: educarnos.

¿Pero cómo logramos esto? Estimo que los proyectos educativos deben centrarse no solo en lo cognitivo, sino más bien deben entregar herramientas para la vida a fin de que estas se proyecten a largo plazo y no en lo inmediatista. Donde el eje principal sea aquel basado en las responsabilidades individuales y grupales y decididamente comprometido con el medio. Debe, además, incluir las respectivas proyecciones y aplicaciones en la sociedad, espacio donde se ejerce el respeto a cada uno de los procesos al cual nos vemos enfrentados y que debemos asumir, según las contingencias del momento.

Hoy nos sorprende la reinvención de los profesores, nacida de las habilidades y pericias emanadas de nuestras capacidades para asumir nuevos retos. Situados en medio de esta incertidumbre sanitaria, pudimos haber sucumbido, pero cual robles, nos hemos mantenido en pie. E inclaudicables, continuamos la noble hazaña de educar, aun entre hostiles molinos de viento, alzando nuestros saberes para no detener la formación a nuestros estudiantes. Oportuno es citar la célebre frase expresada por Don Quijote:   “Tranquilo, Sancho, si oyes ladrar los perros, es señal de que cabalgamos” Nosotros, los profesores, siempre hemos cabalgado hacia delante y avanzando. Pero, ahora detengo la marcha unos instantes: quiero destacar mi admiración por todos mis colegas que de alguna u otra manera han dejado no solo su cuerpo en las aulas, sino que ahora además dejan la impronta de su espíritu  en el internet (rr.ss, intranet, internet, correos electrónicos, etc.). Esta es la evidencia del esfuerzo que cada profesor realiza a diario para alcanzar el dominio en algo totalmente nuevo para el quehacer docente. En fin. 

No sé si es necesario o fructífero desgastarnos en discusiones bizantinas por la vuelta o retorno a las aulas y a las consiguientes clases presenciales de nuestros estudiantes; o bien, debatir en torno la disyuntiva de la repitencia de curso de los estudiantes o de la promoción inmediata al siguiente nivel. La educación es un proceso formativo, cognitivo y social que no debería detenerse, aun por causa de un virus que transformó el mundo de un día para otro nuestras vidas. Al contrario, debe adecuarse al nuevo contexto y proseguir según los paradigmas que surjan en la realidad de pandemia.

Amigos, como reflexión final, y como modesto aporte que comparto a través de estas líneas, creo que merecemos todos el mismo respeto que damos, y como es así, pienso de que de alguna u otra manera los éxitos de los proyectos educativos no tienen que ver con las formas o fondos, sino que más bien los veo asociados al compromiso con que hoy asume el quehacer pedagógico cada uno de mis colegas, a quienes veo entregar el alma desde sus hogares, ya creando guías, ya revisándolas, ya preparando material (ppt, juego) etc. Quizá ahora usted seguramente me dirá:  ¿pero eso lo han hecho siempre los profesores? y es así Ud. tiene razón, pero en donde no concordamos es que eso mismo que se realizaba en el lugar de trabajo, hoy se llevan en la casa. Considerando fuertemente el peso del hogar y el desgaste propio del encierro, ¿esto les parece simple o banal?

Le parece exagerado si le pido que reflexiones acerca de lo siguiente: La educación es una herramienta para la vida, un rodamiento perfecto para la convivencia  y un aporte real a nuestro mejor Chile.

Pero así es como quiero despedirme: brindando un fuerte aplauso por cada uno de los profesores que han dejado hasta su alma en la reinvención del trabajo docente a fin de llevar a cabo un proyecto educativo exitoso para un mejor país en estos tiempos de incertidumbre y de pandemia.

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