7 de junio: El día que le mostramos al resto de Chile lo que es el Amor

08 Junio 2020

Cuando uno está lejos, más se extraña, pero se disfruta. Se canta el himno, a todo pulmón... yo digo que es amor.

Roberto Gamboa >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Son días complejos, un año duro, pero llegó el día; este día que los ariqueños y ariqueñas esperamos cada año. El siete no es sólo un día que nos enseñaron en nuestras clases de historia, es más que eso; es el día que nos une, el día que nos representa, es el día del amor a ser ariqueña y ariqueño.

Y cuando uno está lejos, más se extraña, pero se disfruta. Se canta el himno, a todo pulmón, y hoy, por la actual condición pandémica, se hace por alguna herramienta de internet con tus amigos o amigas, o solo; pero lo haces, porque es lo que debes hacer, porque eres ariqueña(o) y porque como se dice en jerga futbolera, es un sentimiento. Yo digo que es amor.

El 7 de Junio no solo representa la gesta heroica, representa muchas cosas más para los que estamos lejos; representa ese estadio mundialista que tanto costo construir, y que siempre pasamos por fuera se nos hincha el corazón de orgullo; ese accidente geográfico que tanto nos emociona al mirarlo por su majestuosidad y que así, imponente y besado por el mar (como dice nuestro himno), nos regaló ese brazo que nos une a la Isla del Alacrán y nuestro puerto; obras de ingeniería tan poco celebradas por la historia. Representa esas onces en la playa; el cebiche, el piure, el erizo en el puerto; los picaflores en las mañanas; el primer eclipse popular en Chile con Brian May en Putre; la película de Aznavour, el Hotel Pacífico y las fiestas de la primavera. Chamaco, Simaldone y el pichi Rodríguez; el loco Vadulli y Tito Watson; la Ginga, con la Fuerza del Sol y algunos conciertos memorables en el Dittborn como Raphael o Los Prisioneros. El Africa 2000 o el Rosedal; y también a las fiestas del Saint Georgette a fines de los 90s.

Representa al pintatani y esas aceitunas que en un pan batido o sajadas con limón y orégano provocan un placer infinito. Un buzo Colibrí para ir al colegio y desfilar, un crédito en Comercial Prat o en Solari; un casete en la Carlos Díaz (o copiado en el paseo Sangra o en el Parque Colón); un carrete en la Isla o afuera de la Soho cuando el estacionamiento era rodeado por un cierre de madera. El show del Perro Chocolate y el tío Mario en la feria el Morro (así se llamaba), la reina de las playas y piscinas con un paseo en el Shopping Center; una foto en un caballo en el parque Vicuña Mackenna o una vuelta en un autito en el parque Ibáñez. Reconozco que se me cayó el carnet ariqueño, a mucha honra, eso sí; porque yo me acuerdo que la feria Santa Blanca tenía piso de tierra y techo de nepal, y que por 21 de mayo pasaban autos por toda la calle.

Desde lejos se extraña esa carretera eterna pero tan bella al sur (Iquique), con colores que sólo se ven ese ese lugar al atardecer (con Codpa y Vítor como maravillosos desvíos); el Agro, que yo estoy seguro que es uno de los lugares más extraordinarios de este país; las Cuevas de Anzota (para mi siempre será “corazones”), un trote o bici al humedal del río Lluta; un paseo con piscina a Gallinazo (y algo más si estás en el colegio o la universidad); y una empanada y/o choclo en Poconchile. Putre, el maravilloso Lago Chungará y Parinacota (con esa mesa que quiere ir de puerta en puerta con tanto afán); y uno de mis lugares favoritos: las lagunas de Cotacotani.

 “Mayor es mi lealtad” se lee camino al Morro, y los ariqueños sí que lo sentimos. Ese lema lo tenemos marcado a fuego; y lo demostramos cuando cantamos a todo pulmón “Arica siempre Arica, siempre Arica hasta morir”; que sabemos que no es en un ánimo belicoso, sino que se hace con cariño, pertenencia y lealtad a nuestra tierra, esa que nos terremotea de cuando en cuando, o que nos entierra con sus ventarrones; pero que es la que abrazamos y a pesar de todas las diferencias que podamos tener, nos une; y le demostramos al resto del país, que es la tierra que siempre vamos a amar.