Arica y Parinacota: 2 leyendas sobre los Payachatas [VIDEO]

11 Noviembre 2018

Se refieren al nacimiento de los 2 colosos gemelos y, a la vez, están asociados al amor de una mujer. La primera tiene su origen en la narración oral quechua; la segunda, fue reconstruida por narraciones que me hiciera Alfredo Raiteri Cortez.

Hermann Mondaca... >
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Las leyendas de Arica y Parinacota, nos relatan y versan de realidades mágicas; a veces fantásticas, en todo el territorio por donde han transitado el hombre y la mujer hace más de 11.500 años, por la costa, el desierto, los valles y el altiplano.

En la Provincia de Parinacota existen 2 hermosas montañas nevadas, muy diferentes a todos los que hay en ese sector de la cordillera: Los Payachatas, que aparecen imponentes sobre el Lago Chungará. Según la leyenda aparecieron muchos miles de años atrás estremeciendo toda la tierra. La zona que ocupan, era una enorme planicie que tenía por el norte al cerro Casari, y por el sur al Espíritu.

A continuación narraremos 2 hermosas leyendas que tienen su origen cuando estas tierras formaban parte de la civilización e imperio del Tahuantinsuyo, que fue el imperio más extenso de América Latina, extendido desde la amazonía de la actual Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, el noroeste de Argentina y Chile, hasta la región del Maule. Expresión de la cultura quechua que hoy en día nos ha legado el maravilloso tesoro de del Qhapaq Ñan (o Camino del Inca), declarado recientemente Patrimonio Cultural de la Humanidad, que atraviesa y cruza por estos seis países con una increíble construcción de más de 40.000 kilómetros de carretera.

Estas leyendas en particular, se refieren al nacimiento de los 2 colosos gemelos y, a la vez, están asociados al amor de una mujer: La primera tiene su origen en la narración oral quechua y fue recopilada por Alfredo Raiteri Cortez y la segunda, reconstruida por narraciones que me hiciera Alfredo Raiteri Cortez (1960), de las cuales construí un texto refrendado por testimonios aymaras, de un antiguo habitante del poblado de Parinacota (1992).

La leyenda de la Bruja Paya

Antiguamente, muchos siglos atrás, estos parajes eran azotados por fuertes vientos que hacían de esta antigua tierra muy inhóspita, sin embargo, a pesar de ello habitaba en él una anciana que era el terror a varias leguas a la redonda, si bien no se tenían conocimientos que hubiera hecho daño a alguien.

La llamaban “la bruja Paya” porque cuando la divisaban desde lejos parecía que se trataba de dos personas y si lanzaba una piedra, siempre caían dos.

Nadie podía precisar la edad que tenía y los ancianos del lugar recordaban que cuando joven era la doncella más hermosa de todas las tribus que habitaban en las cercanías. Había sido mujer de un valeroso y noble capitán inca, y su desgracia se debió a que cuando paría, invariablemente tenía mellizos, lo que era considerado como de mal augurio por los hechiceros de aquellos tiempos.

Cuentan los antiguos que incluso la primera vez que los tuvo, su marido sacrificó a escondidas a uno de ellos para librarla del suplicio a que eran condenadas las mujeres en estas situaciones. Pero la segunda vez, fue denunciada y como era la costumbre la amarraron a un palo de su estatura donde debió permanecer de pie sin comer ni beber, durante nueve días con sus noches.

Cuando las mujeres sobrevivían se les perdonaba la vida, pero debían vivir completamente solas y sobre todo, sin contacto con hombres.

Así le aconteció a Paya. Vivió incontables años en soledad absoluta. Hasta que un día hizo su aparición un grupo de indígenas, entre los cuales destacaba un guerrero extranjero cuyo lujoso ropaje era desconocido para todas las tribus, venía de otras tierras.

El joven guerrero hablaba un idioma diferente a las lenguas de ese territorio, no obstante ya casi podía hacerse entender por los indígenas que ahora eran sus compañeros. Cuando divisó a Paya pidió a éstos que le dijeran que quería permanecer en su choza nueve días con sus noches para descansar y esperar a unos amigos que debían juntarse con él al término de esa fecha.

Cuando los indígenas se enteraron de las pretensiones del extranjero se opusieron tenazmente, argumentando que esa mujer estaba condenada a vivir aislada y sin contacto con hombre alguno. Pero no hubo nada que convenciera al joven guerrero a desistir de su intención. Alegó que no estaba ligado a juramentos con ninguna de las tribus y por lo tanto ellos se podían retirar y comunicarles a sus jefes o caciques, lo que acontecía si ello era necesario. Les dijo además, que si deseaban podían regresar después de los nueve días, fecha en que el continuaría la marcha hacia la gran cota (laguna o mar), aunque sus amigos no hubieran llegado.

Después de mucho deliberar, los indígenas fueron a comunicar los hechos a sus respectivos caciques, quienes después de oír atentamente su relato, les prohibieron regresar donde el extranjero sino hasta después del noveno día.

Cuando el extranjero quedó solo con Paya ésta le hizo señas para que entrara a su choza. El joven entró ceremoniosamente y una vez sentados a la usanza indígena -uno frente al otro-, le pidió a Paya que le contara el motivo por el cual vivía sola y era temida por todos.

La noble mujer comenzó el relato de su desgracia con una voz juvenil que contrastaba con su rostro arrugado.

El extranjero, que no había despegado su vista de la anciana, vio con asombro que su cara recobraba paulatinamente la juventud, a medida que avanzaba en su relato.

Sus ojos recuperaban poco a poco el brillo y la viveza, sus cabellos blancos iban dando paso a su color primitivo y su cuerpo comenzó a tornarse elástico y brillante.

Al terminar la historia e incorporarse ¡Había cambiado completamente!

Ante la cara de asombro del extranjero, Paya ya no era la vieja mujer indígena de traje raído y sucio, sino una hermosa y bella joven lujosamente ataviada a la usanza de su tribu. El extranjero lleno de asombro, se restregó los ojos como si quisiera despertar de un sueño ¡No podía creer lo que veía!

Ella por su parte, sonreía dulcemente al comprobar lo que acontecía en el alma de su huésped. Al día siguiente Paya sorprendió escondido en los alrededores la choza, a uno de los indígenas que había acompañado al extranjero y reposadamente se limitó a ordenarle que no abandonara el lugar, sino hasta después del noveno día. El indígena temió por su vida, pero después permaneció como si estuviera encadenado a la voluntad de ella.

Por su parte, durante ocho noches con sus días Paya y el joven guerrero, vivieron un idilio y un romance ininterrumpido, durante el cual él se veía obligado a tocar continuamente su quena, de la cual sin proponérselo, salían tristes, pero bellas melodías que hacían vibrar el corazón.

Llegada casi la medianoche, del noveno día, Paya, le ordenó al indígena cautivo, que aguardara hasta al amanecer y que corriera a avisarle a los caciques y hechiceros que la habían condenado, que vinieran a contemplar a sus hijos Payachatas nacidos luego de las nueve noches de amor. El indígena corrió a avisarle a los indígenas.

Al amanecer del décimo día, cuando las tribus se dirigían en busca del guerrero extranjero y de Paya, se oyó un estruendoso ruido subterráneo. Y comenzó a temblar la tierra de tal forma que todos rodaron por el suelo. El cielo se oscureció y de la tierra salieron gruesas columnas de humo con largas lenguas de fuego remontándose hacia cielo. Tan pronto lograron incorporarse, huyeron espantados presa del pánico, muy lejos de la zona.

Al regresar después de diez días de fuertes temblores y lluvia de cenizas, vieron que en el lugar donde estaba la choza de Paya se alzaban dos hermosas montañas de color plomizo cuyos conos nevados parecían tocar el cielo.

Por muchos años a esos cerros se les llamó “los hijos de Paya”. Sólo con el tiempo se les cambió el nombre por el de Payachatas, que significa "los mellizos o gemelos".

La guerra de los Príncipes gemelos por el amor de una mujer

El amor, ese sentimiento que mueve y estremece; y que a veces se vuelve frágil como el vuelo de una mariposa o tan fuerte como el viento que azota las llanuras altiplánicas. El amor todo lo puede, el amor mueve montañas…

Por el amor de una mujer, se remecen las alturas; vuelan los cóndores cuando rugen en los colosos de piedra.

Las leyendas de nuestra tierra, no hablan no sólo de lo mágico y lo divino; sino del amor y la naturaleza; de ese amor que desata una guerra a orillas del Lago Chungará y de la hermosa mujer que la provoca. Una batalla a muerte entre dos príncipes titanes de las alturas.

Los Payachatas una historia de guerra y amor por Maria Inala

Un antiguo relato inca nos cuenta que en aquellos tiempos inmemoriales habitaban en las altas tierras dos príncipes guerreros, Pomerape y Pedro Acarape, quienes se encontraron a las orillas del Lago Chungará para disputarse el amor de la hermosa María Inala.

Todo estaba tranquilo en las alturas; el viento soplaba ligero, surcaban el aire majestuosamente los cóndores; cuando de un momento a otro el mundo se estremece, un rumor comienza a hacerse sentir en las pampas y quebradas, con un estruendo la tierra comienza a temblar, huyendo despavoridos los pumas y guanacos, cóndores y águilas.

El rumor se hace ensordecedor, con voz de trueno de uno de los volcanes reclama ser el más alto y estar lleno de tesoros, su hermano le hace ver su vanidad y engreimiento.

“Sabes bien que soy mucho más alto y fornido; y mis tesoros muchos los desean” – vocifera uno de los colosos.

“Que importa la altura cuando la vanidad que traes te hace sombra, engreído” – le responde su gemelo.

La disputa continúa…se estremecen los cerros con los rugidos de los gemelos. Ha comenzado el combate, los otros gigantes desde lejos se miran desconcertados, Misti, Corocuna, Ubinas, Auzangate y el gran Illimani no saben qué hacer, mientras al sur, Aconcagua prefiere mantenerse en silencio, Momocoche está angustiado. Illimani que dormía la siesta con sus pequeños hijos, despierta exaltado e interviniendo les reclama:

- “Hermanos, calmad vuestras iras, que haya paz entre vosotros”. -

Sin embargo, los hermanos ensordecidos por la ira no escuchan consejos y lanzan piedras que cruzan los aires. Un pedrusco gigante y de afiladas aristas cercena la cabeza blanca de Acarape.

Así nos relató don Félix Calle (Q.E.P.D.)1 lo que alguna vez a él , le relataron sus antepasados y hoy su voz resuena en el tiempo:

“Se pelearon en aquellos tiempos y el Payachata le dio un hondazo al Sajama, le sacó el corazón, porque el Sajama le había dado un hondazo al Payachata, le había volado la cabeza, pero él no se dejó así, él siguió luchando hasta que le quitó la mujer puh, la María Inala, ésa era la mujer del Sajama, que se llama el doctor Sajama, hoy en día… Por esa mujer peleaban”.

Don Félix Calle continúa:

“Wiracocha los convirtió en un volcán, que siempre el Payachata bota agua”.

Al momento el gran Wiracocha, todopoderoso dice que no quiere más guerra ni sangre y los convierte en dos grandes volcanes gemelos petrificados, quiénes desde uno de los lugares más altos del mundo se transforman en los símbolos de una paz duradera.

Don Félix Calle con sabiduría ancestral, nos relata:

“Muchos nos creímos, entre nosotros mismos nos creímos, a veces, somos un poquito más decentes y nos creímos más grandes, nos creímos dioses. A la gente pobre lo miramos siempre abajo, no debemos ser así, debemos siempre compartir por igual todos, yo pienso así”.

Han pasado los años y los colosos guerreros de piedra gemelos aún están enamorados de María Inala y aún el pueblo hoy les canta:

“Yucumani bondadoso, centinela de mi tierra, Tutupaqui peligroso, riqueza y demonio encierra”.

Don Félix Calle concluye:

“…Yo lo que me contó mi abuelito no lo olvido y siempre lo voy contando. Las personas que han venido acá, yo les he contado, porque no me gusta que se quede dentro de mi corazón y se pierda ahí. Porque muchos no le cuentan lo que yo les cuento”.

A lo lejos vemos a dos gigantes; sopla el viento sereno presagiando una paz perpetua en las alturas; mientras los cóndores surcan un cielo claro.

Solo el viento conoce el secreto de los gigantes gemelos.

Ver también:

Leyendas de Arica y Parinacota: El Criollo de la Quena Mágica

Leyendas de Arica y Parinacota: El Cerro Milagro de Putre