De la cola del sireno

11 Marzo 2020

La fatigosa marcha entre los acantilados que aparecen al final del valle de Azapa se veía acentuada por las malas relaciones que empezaban a profundizarse entre los músicos de la banda de zampoñas que acompañaba a la sociedad religiosa.

Equipo El Morro... >
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Adolfo Ayca, egresado del Instituto Comercial de Arica, caminaba a la cabeza del grupo de bailarines y músicos de la Compañía Religiosa de Morenos “Hilario Ayca”, fundada por su padre ya fallecido, en dirección al santuario de la quebrada de Livílcar donde honrarían, una vez más, a la Virgen del Rosario de la Peñas.

La fatigosa marcha entre los acantilados que aparecen al final del valle de Azapa se veía acentuada por las malas relaciones que empezaban a profundizarse entre los músicos de la banda de zampoñas que acompañaba a la sociedad religiosa. La incómoda situación llegó a su límite cuando estuvieron a punto de la agresión física. Adolfo Ayca, responsable de la devota expedición pedía, en nombre de la virgen, que calmaran los ánimos para llevar a buen fin el cometido y, entre matracas y cadenciosos pasos, agradecer los favores concedidos.

Ante la agudización de la crisis y cuando la noche ya caía, don Arturo, el músico más viejo y respetado, sentenció: “Ya todos saben lo que tenemos que hacer”. Y como en un libreto teatral aprendido empezaron a prepararse. Adolfo Ayca le miró interrogante: él no estaba entre “todos” los que sabían qué hacer.

Entonces, don Arturo le dijo: “invocaremos a sireno, el dios de la música y de los músicos. Sireno solucionará el problema además de templarnos los instrumentos”.

Al día siguiente, las sonrisas abundaban, la amistad continuó fácil y las melodías sonaron mejor que nunca.