En Arica artistas callejeros bailan caporal en plena pandemia

10 Junio 2020

Cinco jóvenes de distintas ciudades de Chile se reúnen sagradamente en el semáforo de calle Lastarria, en el agro o el Paseo 21 de mayo, mostrando su arte callejero, porque hay que sobrevivir.

Ada Angélica Rivas >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

El solo hecho de ir al supermercado de calle Lastarria con Pedro Aguirre Cerda, es suficiente para no ser indiferente a la energía que fluye en la esquina del semáforo. Antes que cambie la luz verde a roja, cinco jóvenes de entre 21 a 30 años de edad, aprovechan de contar chistes, bailar, tocar charango y armónica.

¿Quiénes son estos valientes artistas de primera línea? Cristian, de pelo teñido en color lila, le dicen “Morocho” y es de Temuco; Francisco, de pelo amarillo, es de Santiago y le dicen “Pancho”; David, el “Chagui” de Arica, usa un típico chullo, gorro con orejeras; Luis, con sombrero negro es de Valparaíso y Jorge, al que le dicen “Hualpín”, no nos indica su procedencia.

Al ritmo del charango y guiados por Francisco, bailarín folclórico de caporal, tinku y diablada, los músicos, malabaristas y artistas callejeros, animan la esquina, mientras la gente pasa un poco indiferente rumbo a la fila del supermercado.

Usan mascarillas porque si no lo hacen les llegan retos de los transeúntes, de los que a veces afloran monedas que van directo a las arcas escuálidas de estos jóvenes, que se encontraron en el norte en plena pandemia.

-Vivimos de lo que nos da la gente, de la gratitud que tienen con los artistas de la calle, y nos gusta regalar una sonrisa a quienes pasan por acá.

Durante el día la idea es hacer “monedas” para sobrevivir, más tarde enfilan rumbo a la playa El Laucho donde pernoctan, cerca del Tuto Beach.

-Nos gusta nuestra vida, nos sentimos libres y felices, pero limitados en la ciudad, sabemos que nos tenemos que ir.

Como están preocupados de sus familias cualquier día partirán rumbo al sur, y aunque no es fácil vivir en comunidad, seguirán juntos, aprendiendo el uno del otro y luego ojalá cumplir los sueños, entre ellos: ser misionero, hacer servicio social, terminar el técnico de enfermería.

La vida sigue, aunque a veces parece un mal chiste, como el que me contaron, el de la caluga toffe, y hay que reírse a la fuerza porque estamos en las mismas, unos con más recursos, otros con menos, pero con una amenaza copiada sobre nuestras cabezas.

Los cinco chiquillos se ven animosos y sanos, reflejan felicidad en su libertad conquistada en una esquina, sin ataduras formales de trabajos que esclavizan al ser humano. Hoy tienen el mismo temor del otro artista de la esquina de Patricio Lynch, que toca una música sepulcral que te dirige mentalmente a la tumba en el acto y terminas con depresión, miedo y ganas de llorar. Acá es distinto, te dan deseos infinitos de bailar, aunque sea un segundo.