¿Los chilenos hablamos mal?: Una lengua imbuida de rebeldía

03 Diciembre 2021
Es una de las clásicas frases que se suelen evocar al momento de debatir sobre la naturaleza de nuestra particular lengua y forma de comunicarnos.
Angelo Auil >
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Varios son los casos donde apologistas de la estructura se enfrascan en densos debates con quienes tienen una perspectiva más liberal al momento de evaluar la forma en que hablamos en este angosto, pero a la vez larguísimo país con forma de ají.

La respuesta más simple suele venir precedida de varios dogmas al momento de evaluar el uso del lenguaje en Chile, la gran mayoría basado en la influencia de la Real Academia Española de la lengua como órgano normativo. Esto toma incluso mayor relevancia al momento de considerar al denominado como lenguaje inclusivo con sus particulares apropiaciones de otras lenguas para acercarse a una suerte de neutralidad que acoja diversas identidades  y formas a la vez.

No obstante lo anterior, esto nos debe llevar a otras consideraciones y dimensiones para entender la dinámica detrás del funcionamiento de las lenguas y como van evolucionando a lo largo de su vida como herramienta no solo de comunicación, sino que también de identidad para sus hablantes. No por nada Latinoamérica tiene varias decenas de acentos diferentes dependiendo de su ubicación geográfica y la forma en que se sincretizaron con las lenguas indígenas locales y las olas migratorias para dar como resultado sus formas actuales.

El primer punto que debemos tener presente para tener una idea más cercana a la realidad, está en entender que el lenguaje es un ente vivo que se nutre de las comunidades donde habita. Tal como Richard Dawkins define al acuñar el concepto original de Meme, es una forma de unidad cultural que se traspasa de generación en generación dentro de núcleos específicos locales, de forma similar a los genes. De esa forma, el lenguaje se va adaptando y también tomando elementos del territorio donde vive y también de aquellos que llegan a dicho lugar. Claros ejemplos de ese sincretismo, es la cantidad de palabras de pueblos originarios que se usan a diario dentro de nuestro vocabulario y que permanecen como testigos vocales de una historia y una cultura que se niega a morir y que ve su forma de preservación propia dentro Chile y su forma de hablar. Por otro lado, también vemos como esta lengua intenta adaptarse para acoger las realidades sociales que muchas veces se vieron suprimidas por ciertas corrientes dogmáticas y políticas que negaban el reconocimiento a la otredad como parte de la sociedad.

Entonces ¿Los chilenos hablamos mal? La verdad es que hay dos respuestas para dicha interrogante. La primera, es que si lo evaluamos desde el punto de vista del español normativo podríamos concluir que no se habla bien, pero si lo evaluamos desde el punto de vista del Portuñol llegaríamos a la misma conclusión ¿Por qué? Y aquí viene la segunda respuesta, porque nuestra lengua ha tomado un cariz tan propio que desde ese punto de vista es irrisorio medirlo con una vara como la de la Real Academia Española. Sería lo mismo que medir el español de España con la vara del latín que se hablaba en el Imperio Romano y que derivó en su origen como elemento normativo cerrado.

Nuestra lengua es única porque es la sumatoria de todas nuestras experiencias nacionales, de todos quienes componen sus tierras y el reflejo inherente de aquellas realidades que nos negamos a esconder y también de aquellas que nos negamos a dejar en el olvido. Es una lengua que nace de la rebeldía y muchas veces de la resistencia misma y por ello es algo maravilloso que en vez de intentar contener deberíamos estudiar con mayor profundidad.