Opinión: El Morro a lo largo, ancho y profundo

19 Diciembre 2014

El Morro es intrínsecamente el símbolo de Arica. Y lo es en una representación tan multidimensional que empequeñece la óptica con que hasta ahora lo hemos contemplado.  

Braulio Olavarr... >
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Lo primero que cabe decir es que el Morro es un monumento geopatrimonial (patrimonio geológico). Un capricho de la naturaleza, que lo modeló e instaló ahí junto al mar que mojaba sus pies. Nada menos que hace 160 millones de años y cuando el calendario geológico marcaba la Era Jurásica.

En el principio la terraza costera en que está emplazada Arica; tampoco existía la Cordillera de la Costa. Todo eso estaba cubierto por el mar, cuyas aguas llegaban hasta la precordillera. Sí, allí se ubicaba la playa.

De acuerdo a la descripción de los geólogos, el promontorio fue resultado de un proceso de descomunales erupciones volcánicas submarinas que hicieron aflorar la plataforma marítima y el borde de desierto. En este contexto, surgieron el Morro, la isla y la planicie litoránea donde estamos asentados. A unos veinte kilómetros más al sur se levantó el acantilado de la Cordillera de la Costa. El mar se recogió a su nivel actual.

Estructuralmente, el Morro es una formación rocosa  integrada por una secuencia de rocas sedimentarias fosilíferas y de lavas depositadas en un espacio marítimo.

Su nombre

La designación de “Ciudad del Morro”, que históricamente se le ha dado a Arica reviste plena asertividad. Tal es así que el peñón viene a constituir tanto el certificado de nacimiento de nuestro plano costero como la cédula de identidad de la población en él asentada.

Al menos, es lo que visualizamos y aventuramos una hipótesis respecto al origen del término Morro.

El Acta de Fundación de la Villa San Marcos de Arica (1541) habla expresamente de “el cerro denominado Morro”.

A nuestro entender, se refiere a dos cosas distintas, aunque concomitantes: un cerro y su denominación indígena. Elucubramos que se trata de un apelativo (Murru) sobrepuesto a partir de la colonización aymara al topónimo original de raíz puquina -la lengua que hablaban los pescadores camanchacas-, que pudo haber sido Arique y que devino en Arica.

A la llegada formal de los españoles (1541), Arica estaba habitada por pescadores camanchacas. No parece ser muy probable que fueran descendientes directos de los Chinchorros. Lo que se positivamente sabe es que ellos fueron ocupantes prehistóricos tardíos del litoral. Entre otras cosas, fueron los inventores de la balsa de cuero de lobo marino, hacia el tercer siglo después de Cristo.

Necropolis milenaria

Bajo los faldeos del sector norte del Morro radica una milenaria necrópolis, conformada por la práctica de nuestros aborígenes Chinchorros de sepultar allí momias de preparación complicada  y también otras de una modalidad posterior: no acostadas, sino sentadas.

Hay testimonios de que con ocasión del terremoto y tsunami de 1868, gran número de estas últimas momias fueron sacadas de sus nichos de tierra y, como si hubiesen resucitado, quedaron como espectadoras del acontecimiento. Una macabra sorpresa para quienes remontaban, de noche, el plano inclinado huyendo de las olas.

En el año 1986, al realizarse en los faldeos faenas previas a la instalación de alcantarillado, afloró gran cantidad de momias. Por disposición legal, las obras fueron suspendidas para que arqueólogos de la Universidad de Tarapacá estudiaran los hallazgos. La prospección, dirigida por el profesor Guillermo Focacci,  permitió el rescate de valiosas piezas. Estas fueron analizadas por el especialista norteamericano Marvin Allison y, una vez fechadas científicamente, quedaron catalogadas entre las de mayor antigüedad del mundo, dentro de la modalidad de preparación complicada.

Una arista poco conocida es la que relatan antiguos vecinos del sector Faldeos del Morro: en el momento de efectuarse el trazado de las calles Morro y Ejército, la maquinaria pesada dejó al descubierto una infinidad de momias y restos de osamentas. Como “solución”, se optó por re-sepultar dichos materiales orgánicos -revueltos y entreverados- en improvisadas fosas comunes, en los mismos faldeos.

El imaginario tradicional atribuye a este incidente el hecho de que dicho barrio sea escenario de “penaduras”.

Morro Blanco

Durante millones de años el Morro sirvió de apostadero a legiones de aves marinas, cuyas deposiciones le dieron un color blanco emblemático, que fue perdiendo con el tiempo. Este proceso de acumulación de huano se registró también a lo largo de las laderas hacia el sur del peñón, conformando gruesas capas, las que fueron cubiertas por un manto arenoso depositado por acarreo eólico.

Durante los años de la Conquista y pasando por los tiempos de la Colonia, el Morro operó como un referente señalético y -si se quiere- como un faro natural para los navegantes europeos.

Al respecto, fray Reginaldo de Lizárraga escribe en 1606:

“La playa de Arica es muy grande y muy conocida por un Morro,  blanco, que de muchas leguas se distingue. Es blanco respecto a los muchos pájaros que en él vienen a dormir, cuyo estiércoles le ha vuelto tal”.

En 1630, el cronista Fernando López de Caravantes   anota:

“Esta ciudad de Arica se pobló en 19 grados de la Línea, a la parte de Sur del Perú por el virrey don Francisco de Toledo, en la costa de la mar, a la lengua del agua, donde surgen los navíos, junto a un Morro alto llamado Arica, de donde toma el nombre la ciudad”.

La última mención de López de Caravantes da pie para perseverar en nuestra hipótesis toponímica, pero no es la oportunidad de hacerlo.

Las autoridades y visitantes coloniales mantenían la errada percepción de que el Morro obstruía el paso de los vientos del sur, por lo que se le culpaba de las fuertes emanaciones del huano de la isla. Incluso, se llegó a pensar que éstas eran la causa del flagelo de la malaria.

Además de faro natural, el Morro sirvió en los tiempos colonial como atalaya. En su cima se destacaba a los “indios morreros”, encargados de vigilar y alertar la presencia de naves enemigas, particularmente galeones piratas. Entre el avistamiento y el probable desembarco transcurría un lapso cercano a las seis horas, más que suficiente para preparar la defensa.

A fin de s0rtear este inconveniente, en 1681 el capitán John Watling desembarcó de noche en una playa del sector sur, subió a los cerros y se desplazó hasta el Morro, para dejarse caer sobre la desprevenida población un día domingo a temprana hora.

Laberintos

Desde el punto de vista geomorfológico, el Morro no es una formación homogénea ni compacta, sino que está interiormente cruzado por fracturas, instersticios y cavernas naturales, siendo de notar que por muchas de estas fisuras fluye agua que forma lagunas e, incluso, baja al mar.

Entre las más afamadas galerías y concavidades se cuentan la “Cueva del Inca”, “El Infierno”  y “El Infiernillo”. Ya habrá ocasión de referirnos a estos fenómenos naturales y a las leyendas y tradiciones que han inspirado.

Minerales

Aunque no en volúmenes considerables, el Morro y sus derivaciones contienen un buen inventario de minerales. Señalemos algunos.

El naturalista español Alonso Barba refiere (1640) que en el Morro existe un yacimiento de piedras transparentes y duras como el diamante, con las cuales se hacen joyas.

A su vez, el sabio, Tadeo Haenke manifiesta en 1791 que a la entrada de la “Cueva del Inca” encontró algunas piedrecitas, “dos de ellas de mineral de plata”.

Según se ha comprobado, en la cadena comprendida entre el peñón y el sector Corazones existen reservas de titanio.

También se cuenta que en las proximidades del Cerro La Cruz solían hallarse piedras semipreciosas de no despreciable valor.

Mirador panorámico

El Morro es un espléndido mirador. En efecto, instalados en la cima, se despliega ante nuestros ojos un amplio abanico panorámico.

Si observamos hacia el Sur, más allá de la prolongación arenosa, se alzan majestuosos acantilados que caen verticalmente al mar y que nos indican el inicio de la Cordillera de la Costa. 

De frente al mar, apreciamos la isla, transformada en península artificial, y el Puerto.

Disponemos también de una perspectiva visual que abarca todo el entorno físico de la ciudad y su proyección hacia el norte: los valles de Azapa y Lluta, el también emblemático Cerro Chuño, la cadena montañosa que flanquea por esa parte el litoral y el borde costero que progresa hacia el Perú.

El codo sudamericano

En este sentido, procede resaltar que al final de playa Las Machas se divisa el Codo Costero de Arica, tramo en que el litoral proyecta una curva cóncava que avanza hacia el océano y luego gira hacia el Norte.

Esta curiosa formación -que se observa en los mapas de Sudamérica- es una derivación del fenómeno de repliegue o desviación territorial hacia el oeste que se inicia en la Cordillera de los Andes y que cabalmente denominado Codo de Arica.

Macroentorno

De norte a sur, y deslizándonos por la cota alta, el macroentorno del Morro permite diferenciar una serie de sectores o referentes: restos de los Fuertes Ciudadela (junto al cerro Chuño) y del Este (al lado del cerro Ani-Ani). Poco antes de llegar al bloque central o peñón propiamente, está el monolito que señala el lugar donde cayó malherido el teniente coronel José San Martín, comandante del Regimiento “Cuarto de Línea”.

En la explanada misma se sitúa el Museo de Armas de la Guerra del Pacífico. En su construcción se aprovechó una profunda concavidad del terreno que hasta 1880 sirvió como polvorín y para posicionar piezas de artillería.

A poca distancia se alza el Cristo de la Paz, erigido en virtud del Tratado de Paz de 1929.

Corriendo hacia el sur, frente a La Lisera, encontramos al Morro Gordo; y a la altura de playa Quiani, la Meseta del Cóndor.

Si nos desplazamos de norte a sur, pero ahora a nivel de los faldeos, está el área donde subyace la Necrópolis de momias Chinchorro, delimitada técnicamente por los arqueólogos en los segmentos Morro 1, Morro 2, Morro 3 y Morro 4.

Luego, un conjunto de viviendas que lucen jardines y árboles, una prueba concreta de la incidencia de agua, y que para nosotros es “Morro Verde”.

Viene a continuación el Santuario de la Virgen del Carmen.  Partió en 1914 como una improvisada gruta de piedras con una imagen. En calidad de santuario, fue inaugurado el 13 de diciembre de 1947. Solemnemente, porque en su base, fueron depositadas las cenizas de los combatientes chilenos y peruanos caídos en la explanada el 7 de Junio de 1880 y que se guardaban en la Iglesia Matriz, actualmente Catedral San Marcos.

Un sendero peatonal que comienza en calle Colón conduce hacia el santuario y de allí hacia la explanada. Parece corresponder al “Camino del Zorro”, que los antiguos vecinos utilizaban para llegar más expeditamente a las playas del sector sur, aparte de que en determinados días el oleaje (que “besaba” al Morro de manera nada de tierna) impedía el paso peatonal por la orilla de la playa.

Precisamente, en la base misma del Morro y a la vera de la actual costanera, se advierte la boca -hoy clausurada- de “El Infiernillo”, lugar donde estuvo ubicada la gruta de Sor Teresa de los Andes.

De un tiempo a esta parte, se teme el desplome de una voluminosa mole del viejo y endeble Morro, por efecto de los periódicos embates telúricos, los que tampoco dejan de desestructurar su ya achacosa contextura. 

Una amenaza que ojalá nunca llegue a conjurarse, pues podría marcar el principio del fin.

En el transcurso de su escatológica estancia, el Morro ha sido dios de los Chinchorros, padre tutelar de los camanchacas, mallku para los aymaras.

No te descascares ni te desmorones nunca, entrañable testigo de todos nuestros días.