"Tag" en las calles: Cuando una raya no es para la suma

31 Julio 2018

El tagger no respeta nada, buscando el crédito y el reconocimiento de sus pares, quizás, mas no de la comunidad, que repudia el acto y paga una para reponer la armonía de su fachada. mejoremos las ordenanzas para ejercer mejor control y endurecer los castigos a estos delincuentes.

Víctor Mérida Huerta >
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Durante las últimas 2 décadas hemos visto la proliferación de distintas formas de vandalismo que, por motivos obvios, eran escasos o tenían un carácter más político durante la dictadura: El rayado de murallas y espacios comunes. Entiéndase esto como la vandalización de un espacio privado o público con iconografía o simplemente una puta raya, simplemente por huevear. Y distingámoslo claramente del grafitti, el muralismo y otras representaciones artísticas sociales, dignas y de gran factura, como las realizadas por Inti Castro en el Teatro Municipal de Arica, o el gran mural realizado por Sho, RIS, Sire y Tasiro en Azolas, entre muchos.

El “Tag” es una marca hecha en cualquier superficie, con un plumón, spray e incluso con elementos como punzones y hasta ácido. El autor de este rayado sólo busca “marcar territorio” o delimitar sus zonas de acción, inerte porque ni siquiera responde a una delimitación territorial efectiva correspondiente a una pandilla o banda, criminal o no. Por ende, cuando uno ve estas rayas que para muchos no tienen sentido (admitámoslo, el único que entiende esta mierda es su dueño), lo primero que piensa es quién es el responsable de ese adefesio y, principalmente, cuál es el objetivo de romper la estética del lugar. Y la respuesta es simple: NINGUNA.

El tagger no respeta nada. Ningún espacio se salva de su raya, buscando el crédito y el reconocimiento de sus pares, quizás, mas no de la comunidad, que repudia el acto y paga una y otra vez la pintura para reponer la armonía de su fachada. Postes, señales de tránsito, paletas publicitarias, baños y hasta el suelo son víctimas de estos idiotas, que, entendamos, carecen del sentido de comunidad, de pertenencia a un grupo humano más amplio, que si busca la diversificación de los espacios urbanos para el arte, pero que no tolera el rayado de este tipo como algo válido y necesario, como un aporte real a la expresión de cultura.
           
La solución parece imposible. Repasar 21 de mayo es cosa de todos los días para los sacrificados trabajadores de aseo. Y todos los días aparecen más rayas. Nada se salva. Anzota recién inaugurado duró 1 día limpio. El Parque que tanto huevearon para que inauguraran, lo rayaron en menos de una semana. Y lo que no lo rayan, lo rompen. Ni me voy a pasar a hablar del piano de la Plaza Colón.
           
Mientras no tomemos medidas drásticas, como las implementadas por la MTA de New York, que a partir de 1989 comenzó una campaña del terror contra estos engendros, no veremos resultados. Este tipo de manifestación está siempre asociada a la pérdida de valor de un lugar, y por ende, lo acerca al lumpen, lo hace propicio para la delincuencia. ¿Por qué? Porque demuestra la desidia y falta de interés de las autoridades. Y donde falta eso, surge la delincuencia.

El trabajo realizado por la MTA fue notable. Desde anular a los artistas mayores del grafitti, limpiando los carros antes que sus obras fueran vistas, mejorar la vigilancia de las bodegas de trenes y la implementación de material de fácil limpieza en superficies internas y externas. Pero, por sobre todas esas medidas, fue clave la individualización de los autores, penando con altas sumas y trabajo comunitario de limpieza de rayados con difusión pública, lograron desincentivar a los “artistas” a parar de vandalizar el metro.

Asimismo, se complementó con el trabajo de la policía y el gobierno local en las escuelas públicas, incentivando la concientización de los menores al respecto de cómo estos actos alteran el crecimiento y la mejora de la ciudad y sus espacios, cómo afecta la vida de barrio y la seguridad del vecindario, etc. Todas estas medidas convirtieron a NYC en un ejemplo de acción conjunta comunitaria en pro de la mantención de la estética y seguridad de la ciudad.

Por eso, usted, vecino, vecina, transeúnte, si es testigo de estos actos, tome acción. Increpe al autor, denuncie, grabe y permita identificar a tanto estúpido que daña sin remordimiento ni consideración los espacios comunitarios y privados. Y a las autoridades, mejoremos las ordenanzas para ejercer mejor control y endurecer los castigos a estos delincuentes. Una campaña de incentivo a la denuncia e identificación de “taggers” con recompensas sería muy bien recibida por la comunidad.

Potenciemos al artista mural, el grafitti como arte expresivo de nuestra cultura. Y hagamos de nuestra ciudad un mural gigante, una postal de ensueño indeleble para todos.

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