Lo que tienen en común la DC y los empresarios coludidos

11 Enero 2016

Ambos son el reflejo del Chile que hemos construido en las últimas décadas. Un Chile con una clase política ideológicamente débil, muchas veces al servicio del gran dinero, y un empresariado acostumbrado a rentar a cambio de nada.

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Este año partió con más de lo mismo, pero no por ello deja de ser entretenido y muchas veces sorprendente. Hay dos protagonistas en este comienzo de 2016. Por un lado está la Democracia Cristiana que no suelta su paño de lágrimas, y por el otro los empresarios que no dejan de coludirse. ¿Qué tienen en común ambas cosas? Mucho, pero vamos por partes.

Se dice que muchas veces la avanzada vejez y la más temprana infancia se topan. Al llegar a cierta edad, el ser humano vuelve a estar indefenso ante su entorno y su herramienta para hacerse escuchar es la misma que usó cuando guagua: las pataletas y los llantos. Este parece ser el caso de la Democracia Cristiana.

Atemorizada por caer en el olvido político –peor aún, quedarse fuera de los verdaderos círculos del poder, por cuanto nadie en su sano juicio cree que ese partido logrará conquistar la presidencia en un futuro predecible– la DC bajo el gobierno de Bachelet se ha dado el gusto de lloriquear todas las semanas.

Sus jerarcas se quejan por el aborto; se quejan por la reforma escolar y también la superior; se quejan muchos por la reforma laboral; se quejan por lo rápido de las reformas o por qué éstas carecen de prolijidad técnica; se quejan porque su Ministro del Interior no fue invitado y tampoco supo del viaje de la Presidenta a la Araucanía; y este fin de semana se quejaron por los dichos de Camila Vallejos, la diputada comunista de 27 años que osó afirmar en una entrevista a El Mercurio que, si fuera por ella, el ministro Burgos debería empacar sus cosas y abandonar La Moneda (mención aparte: ¿por qué los comunistas siguen concediendo entrevistas a ese diario a sabiendas que ese medio, férreamente anticomunista desde sus orígenes, va utilizar sus palabras para crear polémicas?).

De esta manera, la vieja anciana DC logra acaparar titulares y construir noticias de manera permanente. Sin embargo, en verdad sólo está escribiendo el guión de su propio funeral. En ese contexto, el pacto electoral-municipal entre el Partido Socialista y la DC que se selló este fin de semana, sólo viene a ser como ese baile que, por deferencia y educación, uno le otorga al anciano o anciana insoportable pero que uno sabe es parte de la familia. Claramente, esa alianza no es una muestra de fortaleza de la DC, sino que de debilidad del PS.

De hecho, en privado dirigentes socialistas admiten que tal vez haya llegado el momento de volver a los tradicionales tres tercios de la política chilena. Porque después de renegar durante un cuarto de siglo de sus raíces de izquierda –siendo el ejemplo más claro de ello que en todo este tiempo los guardianes de la memoria del Presidente Salvador Allende fueron los comunistas y no los correligionarios socialistas del ex mandatario– muchos militantes anhelan reconectar con las ideas formativas de ese partido.

No pocos miran con envidia la alianza electoral entre el Partido Comunista, el PPD, radicales y otros. Y no pocos DC, aunque ciertamente no su dirigencia actual y sus senadores, se acuerdan que también son el partido de Radomiro Tomic o que fue su conglomerado quien dio origen a movimientos como la Izquierda Cristiana y el Mapu.

Tal vez haya llegado, efectivamente, el momento de separar aguas. Pero, claro, bajo el actual sistema político y constitucional los incentivos siguen puestos en un matrimonio forzado.

Y el segundo protagonista son los empresarios coludidos. Esta vez, el menú de comienzos de año estuvo conformado por las tres grandes cadenas de supermercados que se habrían puesto de acuerdo para fijar los precios del pollo.

Un interesante movimiento ciudadano se organizó a través de las principales redes sociales para boicotear a esos supermercados durante un día, ayer domingo, con resultados mixtos. Dependiendo del lugar, efectivamente la concurrencia a estas cadenas pareció ser menor y muchos chilenos, sobre todo de clase media alta y alta, descubrieron que todavía existen almacenes de barrio y las ferias.

Si tomaron nota de esa experiencia, se podrán haber dado cuenta que el mercado, aún el poco regulado, efectivamente genera resultados favorables para los consumidores. En efecto, en la “Vega” de Recoleta un kilo de limones fluctúa entre los 500 y 1.000 pesos, a sólo pocos metros de distancia. En los supermercados vale el doble e incluso el triple.

Y si muchos chilenos extrapolamos esa experiencia a todo nuestro modelo económico, tal vez nos podríamos dar cuenta de la gran estafa ideológica de las últimas tres décadas: Chile no es verdaderamente un país pro-mercado, sino un país pro empresa; pro gran empresa habría que agregar.

¿Por qué los feriantes de los múltiples mercados a lo largo del país no se coluden para fijar los precios? La respuesta es sencilla: porque son muchos y ponerlos a todos de acuerdo es imposible. ¿Por qué los grandes empresarios se coluden una y otra vez para estafar a los consumidores? Porque son pocos, se conocen desde siempre, pertenecen a la misma clase social y, sobre todo, porque siguen la máxima del empresariado local desde los albores de la república con Diego Portales como el gran estanquero: son rentistas. En otras palabras, siempre tratan de obtener el máximo beneficio posible, con la menor inversión e innovación posible.

Por ello mismo, es más que probable que surjan muchos casos más de colusión. Por ejemplo, en 2011 dos académicos de la Universidad Diego Portales realizaron una investigación sobre el mercado inmobiliario en Santiago y llegaron a la conclusión de que hay “evidencia que existe colusión en algunos sub-mercados de la vivienda de Santiago”.

Detrás de esta conclusión algo cuidadosa de los autores, se esconde el hecho de que a ambos les llamó la atención que con la crisis económica de 2009 no bajaran los precios inmobiliarios. Toda teoría económica elemental indica que ello es lo primero que sucede en una crisis. Pero no en Chile, no en Santiago. ¿Por qué? Porque aparentemente las grandes inmobiliarias se pusieron de acuerdo para mantener los precios durante el bajón económico.

Entonces, para volver a la pregunta inicial, ¿qué tienen en común la decadencia de la DC con los casos de los carteles empresariales? Que ambas cosas son el reflejo del Chile que hemos construido en las últimas décadas. Un Chile con una clase política ideológicamente débil, muchas veces al servicio del gran dinero, y un empresariado acostumbrado a rentar a cambio de nada. Y ese es, por desgracia, el Chile de 2016 y el Chile de los 30 años anteriores.