La Educación en tiempos de Tecnocracia

29 Julio 2021
El problema con todo esto, es que delegamos nuestras acciones, nuestras subjetividades y nuestras inteligencias, a métricas y objetivos, como así también, a metodologías sin compromisos y no hacia las personas.
Paulo Orellana >
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Con el paso de los años, a través de la experiencia, de saberes acumulados y compartidos, como estudiante primero, luego como docente y, finalmente, como burócrata de la educación, me fui forjando una idea, que se volvió una especie de convicción. Entiendo la función docente como un oficio, como la de un artesano.

¿Por qué escribo todo esto?

La modernidad y, especialmente, la hegemonía neoliberal, tendió a orientar los procesos educativos a fines y objetivos, estableciendo métricas que permitiesen orientar las funciones docentes a metas específicas, hoy conocidas bajo el rotulo de mejoramiento continuo, es decir, se entiende la educación más bien como una fabricación o producto, que como un tipo de acción humana. Algo así como la burocratización de la que hablaba Weber para referirse a la acción política estatal.

El problema con todo esto, es que delegamos nuestras acciones, nuestras subjetividades y nuestras inteligencias,  a métricas y objetivos, como así también, a metodologías sin compromisos y no hacia las personas (sujetos históricos atravesados por diversas dinámicas socioculturales y económicas) a quienes se educa  

Desde una perspectiva histórica, Hemos transitado desde entender los procesos de enseñanza-aprendizaje como educación o como instrucción, al respecto Óscar Lazo nos entrega una distinción bien precisa: “no debemos confundir la educación con la instrucción. (Varios autores) Distinguen que la educación forma también el carácter, la voluntad y los valores, mientras que la instrucción es un mero proceso de capacitación en una tarea más o menos específica”.

¿A que me refiero cuando pienso sobre la labor docente como un oficio, como la de un artesano? Fundamentalmente a la idea de que la Educación es una acción humana producto y productora de relaciones e interacciones sociales, por lo que se trata de una respuesta colectiva a coyunturas y dilemas permanentes que surgen de aquellas interacciones. Como dice Manuel Tironi “debemos prestar atención a las relaciones, a cuidar los afectos y establecer procesos reales de mutualidad y colaboración. A pensar la política (en este caso la educación) como una artesanía de las mediaciones”.

La educación como una “artesanía de las mediaciones sociales” configura mi idea del profesor como un artesano, que no fabrica (poeisis) un producto, sino más bien como un oficio que intermedia entre los saberes, conflictos y dilemas de la realidad con las personas y sus complejidades (estudiantes)  con quienes interactúa.

Y con esto, no me refiero a abordar la educación eliminando las métricas o herramientas (saber leer, escribir, matemáticas etc) propias de la formación, incluso no me refiero a eliminar métricas (pruebas estandarizadas etc) para conocer cómo se va aprendiendo, me refiero a formar sujetos que se hagan cargo de sus complejidades y enfrenten con herramientas (leer, sumar etc) criticas la realidad que habitan. He ahí la importancia de la mediación o artesanía, como una interacción que permite explorar las ideas que mueven y tensionan la realidad.

Dicho de otra manera, hay una tensión entre entender los procesos de enseñanza/aprendizaje como instrucción o como educación. Por eso la idea es pensar al educador/docente como el oficio de un artesano, que en tanto y en cuanto emerge para conectar o mediar la instrucción (conocimientos) con la educación (saberes, capacidades y voluntades), es decir, permite mediar/navegar a través de la tensión entre sujetos complejos y comunidades diversas. Permitiendo telar experiencias y saberes y conversar con aquello que nace en las interacciones sociales.