A todos nos cuidaron, pero no nos importa

23 Noviembre 2021
En todos los países se plantea el desafío post Covid19 de reconstrucción económica y social pero ¿puede hacerse en base al mismo sistema productivo que hemos conocido, un sistema que expulsa por cuidar?
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Foto: Unsplash

Por María Jesús Chaparro-Egaña, socióloga, experta en diseño implementación y evaluación de Políticas Públicas, proyectos de innovación con impacto social y estudios de género.

Es sabido que el cuidado y el trabajo doméstico descansan sobre los hombros de las mujeres. Y si alguien tuviera alguna duda, llegó la pandemia del Covid19 para confirmarlo. La Encuesta de Empleo del Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales revela que el 38% de los hombres había dedicado cero horas a realizar tareas del cuidado y domésticas. Por su parte, las mujeres dedicaron 14 horas semanales más que los hombres a dichas tareas. Posteriormente, la Fundación Sol ha publicado, en abril de este año, un estudio que afirma que las mujeres dedican el doble de horas que los hombres a trabajos del cuidado y de tipo doméstico. Agrega que las chilenas se encuentran con “pobreza de tiempo”.

El correlato de lo anterior se traduce en la pérdida de empleo femenino, retrocediendo en diez años debido a que las mujeres que perdieron su trabajo no volvieron a buscarlo. Tal decisión habría que entenderla menos como una elección y más como una obligación ante la precaria o escasa valorización de lo que significa, en términos de tiempo, de costos, de desgaste, lo que significa cuidar y trabajar en el hogar. La situación se recrudece en los hogares monoparentales que constituyen el 14,5% de los hogares en Chile y donde el 90% están conducidos por mujeres.

La situación es de por sí lacerante porque, si hay un país en América Latina en el que la participación laboral femenina había sido muy lenta, era Chile. Por otra parte, tal retroceso supone, según el Instituto Nacional de Estadística, un aumento de la brecha de género en participación laboral de 21,9.

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Ante dicha realidad, y aunque el coronavirus ha permitido constatar que de los cuidados depende la sustentabilidad de la vida, resulta imposible no abrigar un temor: a medida en que vayamos retomando los sitios de siempre ¿podrá quedar dicha dimensión nuevamente postergada? 

Frente a esa pregunta, bien cabe recordar que-de una forma u otra-todos hemos recibido algún tipo de cuidados para llegar a ser lo que somos. Nacimos, crecimos y nos desarrollamos, porque fuimos cuidados, bien o mal, pero cuidados. Pero pareciera que ya no nos importa. Nos olvidamos de que cuidar es un derecho, pero también un deber, como menciona Victoria Camps, profundizando una lógica individualista, donde cada uno vela por si mismo. Pero la pandemia nos ha forzado a ver lo interdependientes que somos, la necesidad de cuidar y ser cuidados, y la frágil estructura en la cual los cuidados se sostienen.

En todos los países se plantea el desafío post Covid19 de reconstrucción económica y social pero ¿puede hacerse en base al mismo sistema productivo que hemos conocido, un sistema que expulsa por cuidar?

En ese sentido, para avanzar en frenar las desigualdades a las cuales las mujeres están expuestas en el tema del cuidado (y del trabajo doméstico), se deben diseñar políticas públicas que entiendan el cuidado como un derecho y un deber. Esto se traduce en estructuras sociales que ofrezcan alternativas de cuidado por una parte y, por otra, que generen las flexibilidades y medidas de conciliación necesarias.

Sólo así podremos avanzar en una sociedad donde exista igualdad de oportunidades  y donde las mujeres-pero también los hombres-puedan ejercer la libertad de tomar sus decisiones, desplegándose en los distintos ámbitos de la vida con mayor profundidad y equilibrio. Algunos ejemplos de lo anterior son países como Suecia o Países Bajos que han generado las condiciones, desde el mundo laboral, para que las mujeres puedan elegir trabajar, cuidar o ambas

Valorizar el cuidado depende de la sociedad en su conjunto. Cada actor tiene su rol y responsabilidad en poner el cuidado al centro, donde las relaciones y la vulnerabilidad adquieren importancia. Mal hablaría de nosotros como sociedad si la normalidad post pandemia termina ignorando la indispensabilidad que los cuidados han cobrado por obra de un virus.