Chile está huérfano de democracia: ¿Lo podrá adoptar el Estado de Derecho?

14 Agosto 2020

En Chile, la democracia y el Estado de derecho parecen un matrimonio mal avenido. La democracia es, sin duda, la parte atractiva de esta relación, pues nos evoca una sensación de igualdad, justicia y quizás cuántas cosas más.

Rodrigo Muñoz Ponce >
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La democracia original, la griega -la que se reunía en el Ágora- debe haber sido más o menos, se me ocurre, como lo que ahora son las reuniones de directorio de las grandes sociedades anónimas, donde todos, generalmente hombres, saben más o menos de qué están hablando. En éstas se podían ver, hasta hace algún tiempo, viejitas blandiendo los papeles timbrados de sus pocas acciones ante un canoso y perfumado directorio que las escuchaba con no mucha paciencia. Aunque su minoritario voto nadie lo consideraba mucho, esta injusta situación ni siquiera es comparable con la idealizada democracia ateniense... porque las mujeres simplemente no podían votar. Ni ellas ni los esclavos. En otra palabras, la democracia, en realidad, se fraguó como una instancia óptima para discutir públicamente los asuntos de la ciudad sólo entre aquellos que, instruidos, eran considerados como "iguales". 

Esta institución fue una recreo luminoso, pero muy corto en la larga historia de la humanidad. Duró aproximadamente unos doscientos años, hasta que vinieron nuevamente los grandes imperios. Los discursos políticos modernos han sabido mantener interesadamente viva la idea de democracia, a pesar que han ido quitando las clases de historia, de educación cívica y de filosofía a aquellos jóvenes que debieran ser los próximos "iguales" en las votaciones. 

Evidentemente, en Chile la democracia ya ni siquiera es un ideal. Es una quimera. La prensa indulgente, por su parte, ha masificado y ampliado sus alcances, como bolsillo de payaso, al punto de escucharse por todos lados, Municipios “democráticos”, ciencia “democrática”, carreteras “democráticas”. Es un apellido que suena bien. La triste realidad es que la gente sigue votando por aquel que tienen más rating, aquel que canta o baila,  o incluso aquel "que roba menos".

El pueblo -llamado increíblemente no hace mucho "chusma inconsciente"- es una masa llevada por promesas que nada tienen que ver con programas de largo plazo serios y beneficiosos desde el punto de vista técnico. La misma institución, pensada hace dos mil quinientos años para espacios y círculos pequeños frente a una autoridad respetuosa, hoy es una vil excusa para mantener anacrónicamente un gran sistema que replica la desigualdad.

En Latinoamérica y particularmente en Chile (donde los que detentan el poder son ineptos e incapaces -cuando no  delincuentes- con los sueldos más altos del mundo) es una absurda máquina que atrapa y corrompe a todos los que la circundan. No importa lo idealista que pudiese ser alguien, el sólo sistema congresista con sus sueldos, prebendas, beneficios y privilegios, termina por cooptar a todos. A todos. Porque después de viajar en primera clase, nadie quiere volver atrás.

Es muy simple. Argüir, como lo hacen los parlamentarios, de que bajar los sueldos podría alimentar la corrupción es una bofetada a la inteligencia de todos los chilenos. Paguémosle menos y tendremos las mejores personas. Desde antiguo la práctica ha tratado de establecer reglas conocidas y generales a las cuales todos se deben someter. En otras palabras, nadie puede estar por sobre la ley, es lo que se llama Estado de Derecho. Significa que todos, poderosos y débiles, están bajo el imperio del derecho aquí viene el problema. Este término no tiene buena prensa. Huele a autoritarismo. Siempre se me ha representado como un viejo vetusto, conservador y cascarrabias. La democracia, en cambio, es como una bella joven de cabellos largos adornados con flores. Simbólicamente son como los opuestos: la libertad y la juventud versus el orden y la vejez. Todos los que tenemos hijos sabemos que ambas dimensiones de la vida son necesarios. Se debe recordar que los límites que protegen los derechos los garantiza el Estado de Derecho, no la democracia.

No nos equivoquemos. Para bien o para mal, según sea la posición que nos toque en la sociedad en un momento, podemos ser mayoría o minoría. Basta pensar la monstruosidad que significó que el partido de Hitler fuera, en el comienzo, “elegido democráticamente”. El partido fascista también. Un homosexual en la Rusia comunista, un judío bajo el régimen Nazi o un disidente en la Cuba de Fidel, qué no hubieran dado por vivir en un verdadero Estado de Derecho. Si sólo se hubiese consultado a la mayoría eventual y transitoria de dichos países, permeados entonces por la propaganda y los medios manipuladores que denunciaba Gramschi, el resultado no hubiese cambiado mucho. La democracia es un concepto procedimental que intenta garantizar que prime la voluntad de la mayoría. Y las mayorías no siempre tienen la razón. Con un verdadero Estado de derecho no tendríamos poderosos impunes, que se escudan en haber sido elegidos “democráticamente”.

En este escenario; ¿De qué depende la pervivencia misma de la democracia? Del respeto del Estado de Derecho (el buen Estado de Derecho) que perseguirá las responsabilidades administrativas y penales que tan mal le están haciendo hoy a nuestra institucionalidad. En las buenas y en las malas.