Chile y sus políticos: En la seguridad del corral no se siente el mundo

15 Octubre 2020

Era como si los buenos padres de familia mantuvieran un corral para que los niños pudieran vociferar, elegir ellos mismos sus propios juguetes, tener su comida a la hora que quisieran. En otras palabras, jugar su propio juego sin molestar mucho a la nana. 

Rodrigo Muñoz Ponce >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Hemos escuchado que el norte gravitacional magnético de la tierra está cambiando. Si cambia el norte, la izquierda y la derecha que conocemos también se desviarán a zonas desacostumbradas, pues tendrán un referente geográfico distinto. En nuestro mundo político también las derechas e izquierdas tradicionales están girando sus rumbos ideológicos.

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¿Cómo se define la nueva referencia de la izquierda y la derecha? Escuchando a los diversos demandantes, pareciera que todos reclaman por los derechos humanos. Sus propios derechos humanos. Estos derechos, sabemos, tienen, según sus "generaciones", distintas intensidades. Los llamados de primera generación, son de corte individual (como la propiedad o la libertad) y exigen del Estado que "no haga" y que más bien "deje hacer" a los privados, mientras que los de segunda y tercera son más -por decirlo de algún modo- de corte social y exigen del Estado un "hacer". Un derecho social (como la salud) siempre requerirá que el Estado "haga algo", que requerirá utilizar dinero, el que exigirá a los ciudadanos a través de los impuestos. En otras palabras, la sociedad civil toda es la que impone -la que debiera imponer- sus prioridades políticas para luego desembolsar voluntariamente una porción de sus ingresos que vayan a cumplir los objetivos que acordó democráticamente. Nada de eso ocurre, por supuesto.

Nuestro país históricamente se ha dividido entre aquellos que tienen el poder económico y aquellos que no lo tienen. A éstos los asumió tradicionalmente la izquierda como bandera de lucha mientras que los primeros ponían sus propios representantes en el poder. 

Con el tiempo, estos representantes (los de ambos bandos) comenzaron a sentirse como una cofradía independiente, distinta de la sociedad civil. Luego fueron invitados a participar del gran negocio de la información privilegiada. Comunistas y masones hicieron sus propias universidades. La democracia cristiana, ya veterana en estas lides, asumió el negocio minero, forestal y pesquero, asociándose comercialmente o por matrimonio, con la élite social. Pero el arribismo no sólo conquistó a los cristianos, sino también a los laicos. Así, los jóvenes profesionales radicales prometían progresismo y nuevos tiempos a las jóvenes bellas (o no) de la socialité. 

El tiempo pasó y los derechos que se reclaman hoy no corresponden exactamente a aquella dialéctica. Hoy son el resultado de una cierta moralización del derecho en una sociedad compleja.  Sabemos que el comunismo mató miles de homosexuales. Pero en este país no es lo mismo ser Lemebel que ser Simonetti. 

Los parlamentarios, arribistas como siempre, están acomodándose a este nuevo giro. (Léase "giro" en su acepción comercial). Con inmunidades, garantías y privilegios, se han convertido poco a poco en intocables. La élite económica se los permitió. Les salía barato. 

Era como si los buenos padres de familia mantuvieran un corral para que los niños pudieran vociferar, elegir ellos mismos sus propios juguetes, tener su comida a la hora que quisieran. En otras palabras, jugar su propio juego sin molestar mucho a la nana. 

Al principio del estallido social, el sector mayoritario que salió a manifestarse fue en clave liberal y de derechos superiores en la pirámide de Maslow; ideas animalistas y defensoras de la diversidad sexual se mezclaban con los derechos colectivos de los pueblos originarios, en una combinación única en que se fundieron los colores de la diversidad gay con los tonos del reclamo mapuche. 

Los parlamentarios, al principio confundidos, no entendían nada. Pero luego se alinean y comienzan sus propios berrinches para ver qué dividendos sacar. 

En este mundo que gira vertiginosamente, los parlamentarios, igual que niños malcriados, se han ido convenciendo de que el título de honorable les pertenece a título personal y no al cargo transitorio que ocupan. Los que dependen del raspado de la olla se sienten defraudados y apuestan desesperadamente por medidas populistas, a ver si logran convencer a gente necesitada. Los otros, aquellos que pudieron ser idealistas "de izquierda" en algún momento, se han sentido tan cómodos en las sillas de cuero, en sus autos con chofer y sus 16 millones de pesos, que poco les cuesta hoy proclamar lo que la gente -siempre fiel- necesite oír. Desde sus púlpitos dicen que el "pueblo" debe salir a la calle y manifestarse por las injusticias.

Mientras ellos debaten sobre cómo ampliar sus grandes comedores y cómo defender sus viáticos por el hecho de ir a sentarse en su escaño, los jóvenes en las calles pelean. Los jóvenes que pelean hoy son pobres, casi todos. Unos jóvenes vestidos con pasamontañas y zandalias, sin entender los riesgos que deben correr. Muchos escuchando y solidarizando con las miserias de sus padres. Los otros jóvenes, vestidos de verde, cuya opción de ser carabinero era una manera (otra manera) de salir de la pobreza y tener la seguridad de un salario de 450 mil pesos. Quizás creyeron en algún momento, en algo parecido al ideal republicano, ese ideal que no se lo alcanza a enseñar en un año. Un año, repito,un año de formación. ¿Puede sensatamente creerse que con un año se le puede entregar un arma a un joven para enfrentarse a los "delincuentes" de la sociedad? ¿quienes son los verdaderos delincuentes? 

Aquellos que permiten que este conflicto se manifieste en la sociedad. 

Pero los parlamentarios parecen no saberlo. No lo saben porque no les interesa. Así como no les interesaron los niños del Sename.  Para lo que son buenos es para echar culpas, atribuir responsabilidades y presentar a diestra y siniestra (literalmente, valga el italianismo) acusaciones constitucionales. 

Estos fenómenos circenses los mantienen en su "giro".  Norberto Bobbio dice que hay cuatro sectores siempre en el espectro político. Dos cercanos al centro y dos en los extremos, tanto en la izquierda como en la derecha. Cuando los centros son abandonados y comienza una migración a los extremos, pierde todo el país, inclusos los gobiernos, pues se ven afectados por la intolerancia. Los únicos que ganan son los parlamentarios. Ellos son, por su desidia y negligencia, los verdaderos culpables del estallido social. No se dan cuenta que pueden llegar a perder ellos también, si los de un lado u otro, deciden dar vuelta el tablero. Ahí caerán reyes y peones. 

Mientras, el mundo seguirá rotando hasta que el Norte gire al Sur y el Sur al Norte.

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