Educación en Crisis: El docente como mediador de un cambio

07 Marzo 2019

“Los docentes no son los únicos responsables de que la educación en mi país mejore, pero tienen mucha responsabilidad en sus manos y en sus mentes. El verdadero cambio se hace en el aula, desde lo práctico, y está en manos de quienes enseñamos”.

Gabriela Espino... >
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En la primera parte de esta reflexión, presenté un panorama bastante crítico respecto al sistema actual de la educación pública en Chile pero la esperanza para mejorías es lo último que se pierde y excepciones hay siempre, pues existen profesores que no han perdido el foco del porqué están allí en la escuela pública, insistiendo con algo.

La innovación metodológica y la autoría “clandestina” de contenidos en planes y programas propios de enseñanza, quedan en manos, mentes y aulas de pocos docentes, quienes se atreven a salirse de la regla a lo impuesto por sus unidades técnicas pedagógicas, con el único fin de que el encuentro humano dentro del aula sea una experiencia significativa en torno a la construcción del conocimiento y de sus personas, y acorde a los estándares y condiciones que ofrece el contexto socio-cultural y afectivo de cada realidad escolar, siendo cada comunidad única y particular, imposible de estandarizar a nivel nacional. Por lo mismo, no hace sentido que el Ministerio, desde una oficina hermosa en Santiago Centro, vaya decidiendo lo que toda escuela de Chile debe enseñar, porque las realidades escolares son múltiples, y no podemos estar pensando en insertar logaritmos en la mente de los estudiantes cuando algunos llegan sin desayuno y otros sin dormir por la pelea de sus padres de anoche, por no referirnos a problemas de violencia comunes en las vidas familiares de nuestros estudiantes, y que quizás la escuela podría ser el lugar para abordar esos traumas, generar procesos de sanación consciente y evolucionar conductas que menoscaban a nuestros infantes y jóvenes, en vez de insistir en el examen coeficiente dos de tal o cual materia que nadie entendió. Pues es triste pensar y observar que hay mucho profesor que ve su laburo como un medio de subsistencia, más que como un medio de transformación para construir sociedades más amables, justas, honestas.

Lo bueno, es que hay una minoría de profesores que trabajan en silencio y con acciones muchas veces invisibles a las autoridades o incluso ante los ojos de los colegas porque como he dicho recién, son minorías y muchas veces tildados de díscolos o revolucionarios. No obstante, sí son tremendamente fuertes y asertivos en su quehacer docente porque son sus estudiantes los que develan motivación, compromiso, confianza, creatividad y aprendizajes en los espacios que estos docentes ofrecen y defienden. Son maestros cuyos objetivos no pecan de arbitrarios o funcionales, sino que son aquellos profes que aprovechan la libertad que otorga el aula y comienzan un trabajo pedagógico crítico, coherente a sus principios, vocaciones y sentidos, donde la educación vuelve a ser ese campo palpable y fértil para generar los cambios sociales necesarios para un mejor futuro compartido, en el micro y macro territorio, en los mismos estudiantes y, por ende, en sus entornos.

Estos actores son claves porque la educación no cambiará desde la institucionalidad, pues leyes y palabras hermosas en torno a derechos, inclusión, diversidad, género, entre otros, todo eso ya está escrito por el Estado en el papel, pero el papel aguanta mucho, demasiado. Seguimos con escuelas que contratan y premian a profesores/as homofóbicos, machistas, autoritarios, discriminadores, ignorantes, conservadores, cagüineros y que su tema de conversación en el almuerzo es el Reality. Los profesores podrían ser figuras ejemplares en temas de ética y conocimiento; humanos también, llenos de contradicciones y gustos particulares, pero personas que los estudiantes admiren o respeten, pero no ese respeto obligado y tampoco ese respeto miedoso, sino ese respeto que se ganan los profesores empáticos y apasionados por lo que hacen. El estudiante jamás es un enemigo, sino alguien que merece oportunidades, escucha y valoración.

Los docentes no son los únicos responsables de que la educación en mi país mejore, pero tienen mucha responsabilidad en sus manos y en sus mentes. El verdadero cambio se hace en el aula, desde lo práctico, y está en manos de quienes enseñamos. Hoy ha llegado el momento de elegir: o soy cómplice de este sistema educativo yermo, castrador y competitivo, o me preocupo de formarme como nuevo pensador que influye en sus educandos, lleno de vocación por querer cambiar el mundo junto a las nuevas generaciones. No es fácil. Es remar contra la corriente y a veces implica salirse de lo que dictan los planes y programas o los estatutos de convivencia. Es un proceso que requiere de mucha calma debido a la importancia de su efecto, e irá avanzando a prueba y error, obligándonos a ir experimentando nuevas formas de enseñar y evaluar, y revisando sus efectos en los estudiantes y, ojalá, con los estudiantes como co-protagonistas de todo este proceso de redefinición de cómo educar.

Admiro a este tipo de educadores, aquellos que no se conforman con respuestas que develan la mediocridad del sistema educativo caduco donde estamos sembrando en tierra seca. Son ellos y ellas los que insisten en regar y mover la tierra para que el jardín vaya dando frutos y flores, más allá de las calificaciones, más allá de la anotación negativa, más allá del protocolo. Son aquellos que no ven a los estudiantes como una amenaza, o como sus rivales antagónicos cuando nos faltan el respeto, aquellos que no andan pendientes de demostrarle al estudiantado cuánto saben, sino pendientes de qué es lo que los estudiantes traen consigo y cómo incluir esa información y esos intereses en el aula. Espero que cada día seamos más lo que nos hacemos cargo de enterrar lo que ya no sirve, dejando que florezcan los cultivos nuevos, esos que aún no hemos probado.

Para concluir, les comparto la sabiduría pura de una gran maestra.

Decálogo del Maestro,

de Gabriela Mistral.

AMA, si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.

SIMPLIFICA, saber es simplificar sin restar esencia.

INSISTE, repite como la naturaleza repite las especies, hasta alcanzar la perfección.

ENSEÑA, con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.

MAESTRO, sé fervoroso. Para encender lámparas has de llevar fuego en el corazón.

VIVIFICA tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.

CULTÍVATE, para dar, hay que tener mucho.

ACUÉRDATE de que tu oficio no es mercancía sino que es servicio divino.

ANTES de dar tu lección cotidiana, mira a tu corazón y ve si está puro.

PIENSA en que Dios te ha puesto a crear el mundo del mañana.

Ver también:

Se acabaron las vacaciones: Vuelta al proceso de simulacro del aprendizaje