Se acabaron las vacaciones: Vuelta al proceso de simulacro del aprendizaje

06 Marzo 2019

“En la praxis poco y nada se modifica, todos siguen cumpliendo el rol que les corresponde sin que el proceso pedagógico esté ocurriendo. El conocimiento no se convoca y toda materia pasa al plano de lo insignificante”.

Gabriela Espino... >
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La educación en mi país llamado Chile, está en una profunda crisis. Todos lo saben, todos lo discuten, algunos protestamos en las calles demandando que el Estado no avale el lucro en la educación, y que nuestras aulas no sirvan de doctrina para sobrevivir al mercado neoliberal que azota a mi terruño, aún muy desigual en sus castas sociales. 

Nos referimos a su acceso y a su calidad de un modo poco alentador, sobre todo cuando es de educación pública de la que se habla. Pareciera que los estudiantes ya no están aprendiendo y los profesores se han quedado en su lugar cómodo, conocido y seguro para enseñar, donde las jerarquías y el patriarcado les juega a favor. Pero lo más grave es que con este panorama, casi nada cambia y pasan los años post-dictadura y se hacen reformas escritas pero no nuevas prácticas en las escuelas, en las aulas. En la praxis poco y nada se modifica, todos siguen cumpliendo el rol que les corresponde sin que el proceso pedagógico esté ocurriendo. El conocimiento no se convoca y toda materia pasa al plano de lo insignificante. Esto es de carácter gravísimo cuando sabemos que la educación es el punto de partida para tantos procesos humanos y humanitarios que construyen nuestras sociedades, y que hoy se hace urgente repensarnos en sociedad tras tanta cosa ocurriendo donde la violencia pareciera estar normalizándose.  

Los estudiantes han perdido el interés, cumplen - con mayor o menor éxito - lo que se les exige. Sus motivaciones están relegadas a otros espacios y sentidos, porque en el colegio ya a varios se les apagó - o la misma escuela les extinguió - la curiosidad y su voz propia, haciendo que la experiencia educativa funcione mecánicamente donde los contenidos se incorporan de memoria y con fórmulas también aprendidas de memoria, lo que no supone un proceso significativo de aprendizaje en lo absoluto. 

Puede sonar retrógrado, o hasta cliché, lo que expongo pues ya muchos han hablado de esto desde inicios de siglo, la eterna Gabriela Mistral, el gurú Paulo Freire, y la contemporánea Maria Acaso, observan y critican lo que hoy está ocurriendo en la educación. Es desesperanzador, totalmente real y medible. Las pruebas estandarizadas que jerarquizan el conocimiento y evalúan el aprendizaje de los estudiantes en las escuelas, y que por ende categorizan a las casas de estudio según sus logros y fracasos, no permiten detenerse a cuestionar los fundamentos y fines prioritarios de la educación. ¿Por qué educar? ¿Para qué educar? ¿Cómo educar? El exceso de contenidos separados por asignaturas con rígidos planes y programas, ¿son pertinentes? ¿las metodologías de enseñanza están cumpliendo su verdadera labor? ¿cuál es la labor de la educación en un mundo actual? 

Es cosa de conversar con los estudiantes y escuchar a la planta docente de cualquier colegio. Los estudiantes entregan la hoja de examen en blanco porque la aspiración por demostrar que los aprendizajes existen, ya no les importa. Muchos creen en la ‘ley del mínimo esfuerzo’, sacarse la nota azul para pasar, y confiarse de internet como buen aliado para responder a cuestionarios precarios que no invitan al pensamiento reflexivo ni a la creatividad, dos facultades esenciales de cualquier proceso educativo. La educación bancaria que tanto criticó Freire sigue viva en las aulas chilenas pero los profesores prefieren quejarse de los estudiantes que tenemos y del agobio técnico que hay tras la tarea del ser profesor(a), mientras se soban el lomo con aires heroicos por dedicarse a “la labor de enseñar”. Más les preocupa su evaluación docente que si sus estudiantes realmente tienen apetito por su cátedra. Al final del día, todos, entre la disconformidad y la ignorancia, se echan las culpas por el sistema establecido que “no se puede cambiar”.  

El sistema educativo público efectivamente gasta millones de pesos implementando programas de mejoramiento pero nada mejora sustancialmente porque no hay un cuestionamiento profundo respecto al sistema educacional que está vigente, entonces nunca se aborda la raíz del problema y se sigue parchando sobre lo que ya está roto. Los planes de mejora no van más allá de seguir comprando libros que nadie lee, adquiriendo equipos técnicos que pasan en cajas o terminan “extraviándose”; o en el mejor de los casos, invierten en áreas verdes que nadie cultiva, en tachos para reciclar que terminan de basureros y en infraestructura para contener a un montón de estudiantes que se aburren y que están más pendientes del celular que de lo que allí está ocurriendo. La máquina educativa no se detiene para realmente hacerse cargo de la crisis educativa actual, sistema que se está quedando obsoleto, que se basa en la competencia y el exceso de contenidos metidos en el cerebro de los infantes y los jóvenes casi a presión. 

Pero aunque el panorama sea desolador, todos continúan, sin cuestionar demasiado, la inercia del simulacro de la enseñanza ya establecida y la parálisis de lo ya probado, esa forma tan vertical que pareciera ya no estar respondiendo a nuestros tiempos sociales, científicos y tecnológicos. Se enseña a niñas, niños y jóvenes del siglo XXI con idénticas formas que se aplicaban en el siglo XX, lo que es irrisorio cuando somos testigos de que el cambio de siglo ha sido tan vertiginoso en su desarrollo del saber, y en sus formas de acceder a esta información y cómo circula en nuestras relaciones que hoy son mediadas por la tecnología y la virtualidad. 

¡Pero no todo está perdido! El tema es complejo, son muchos los actores y factores implicados para que la educación pública chilena esté como esté, pero hay un elemento clave que puede transformar mucho y les invito a que lean la segunda parte de esta reflexión para vislumbrar una oportunidad que veo en medio de nuestra crisis educacional.

Ver también:

Educación en Crisis: El docente como mediador de un cambio