Adiós profesor Omar Iriarte, que tu sonrisa alivie la pena de quienes te recordamos [FOTOS]

14 Septiembre 2019

El maestro del valle de Azapa que luchó por construir un mundo mejor. Con el humor a flor de piel y siempre evidenciando reciprocidad y agradecimiento, nos deja la vara alta.

Ada Angélica Rivas >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

La primera vez que lo vi, me conecté con sus palabras, que en broma aludían a un cóctel que estábamos compartiendo; y, luego, con su sonrisa sin límite, que afloró desde su boca y sus ojos. Desde ahí no perdí la oportunidad de sacarle cuñas, conversar de la vida y hacerle fotos, siempre con valor agregado, posando, riendo o jugando como un niño, aun cuando ya había pasado los 60.

Omar Iriarte fue un profesor de la Escuela Darío Salas Díaz, ubicada en el kilómetro 3 1/2 del valle de Azapa en Arica, que dejó una hermosa huella en sus cientos de estudiantes que tuvieron la oportunidad de conocer a un gran ser humano, profesional, y docente preocupado de su entorno pedagógico.

Siempre con sus comentarios sabios, con su chispeza a flor de piel, que anulaba los malos momentos que pudiéramos estar viviendo. Porque no cualquiera está preocupado de empatizar con el otro, o ser un poco payaso y reírse de las circunstancias para hacer el camino más grato.

Era capaz de bailar zumba ante sus estudiantes, de creerse una medusa para explicar el ciclo trófico de los seres vivos, de desplegar su histrionismo como locutor para animar todos los eventos habidos y por haber en su escuela, donde trabajó hasta el último día. Porque decía que quería dejar un legado en la ciencia con sus estudiantes, porque creía en la cultura andina y su ritualismo del que participaba en las ceremonias para fechas emblemáticas.

Omar era de esos seres bonachones que están en peligro de extinción, liviano en el día a día, sin tanto prejuicio, y con ganas de vivir libre en un mundo de paz. Lo vi colaborador, soñando en dejar a sus estudiantes en otros escenarios, con más posibilidades, y alegrándose por sus pequeños triunfos.

Su despedida abrupta, porque nadie la esperaba, fue anoche en su casa. Quedó inconcluso el deseo de crear nuevos fractales para ver arcoíris infinitos, que seguro en otra dimensión estarán presentes a diario; pero su sonrisa sin mezquindad, que también se vislumbraba en la mirada, permanecerá en nuestro recuerdo, porque las personas como él no se olvidan y nos obligan a decir algo, desde la pena, desde esta despedida, que solo nos impulsa a tratar de aprender de él, a ser mejor persona, a vivir sin egoísmo y sin tanta careta barata, en un mundo a que veces nos muerde el alma.

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