Medios de comunicación y responsabilidad social

23 Diciembre 2011

En el marco del lanzamiento de la radioemisora católica Montecarmelo, el obispo de Arica Monseñor Héctor Vargas Bastidas, entregó un importante mensaje sobre la responsabilidad social de los medios de comunicación que aquí compartimos con ustedes.

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Gracias a una vertiginosa evolución tecnológica, los medios de comunicación social han logrado potencialidades extraordinarias, lo cual plantea al mismo tiempo nuevas e inéditas interrogantes y problemas.

Es innegable la aportación que pueden dar al flujo de noticias, al conocimiento de los hechos y a la difusión del saber. Por ejemplo, han contribuido de manera decisiva a la alfabetización y a la socialización, así como al desarrollo de la democracia y al diálogo entre los pueblos. Sin su aportación sería realmente difícil favorecer y mejorar la comprensión entre las naciones, dar alcance universal a los diálogos de paz, garantizar al hombre el bien primario de la información, asegurando a la vez la libre circulación del pensamiento, sobre todo en orden a los ideales de solidaridad y justicia social.

Ciertamente, los medios de comunicación social en su conjunto no solamente son medios para la difusión de las ideas, sino que también pueden y deben ser instrumentos al servicio de un mundo más justo y solidario. Lamentablemente, existe el peligro de que se transformen en sistemas dedicados a someter al hombre a lógicas dictadas por los intereses dominantes del momento. Es el caso de una comunicación usada para fines ideológicos o para la venta de productos de consumo mediante una publicidad obsesiva. Con el pretexto de representar la realidad, se tiende de hecho a legitimar e imponer modelos distorsionados de vida personal, familiar o social. Además, para ampliar la audiencia, a veces no se duda en recurrir a la transgresión, a la vulgaridad y a la violencia.

La humanidad se encuentra hoy ante una encrucijada, debido a la ambigüedad del progreso tecnológico, que ofrece posibilidades inéditas para el bien, pero al mismo tiempo abre enormes posibilidades de mal que antes no existían (cf. n. 22). Por tanto, es necesario preguntarse si es sensato dejar que los medios de comunicación social se subordinen a un protagonismo indiscriminado o que acaben en manos de quien se vale de ellos para manipular las conciencias. ¿No se debería, más bien, hacer todo lo posible para que permanezcan al servicio de la persona y del bien común, y favorezcan «la formación ética del hombre, el crecimiento del hombre interior»? (cf. ib.).

El mundo de hoy se nos presenta como un bosque de transmisores y antenas, enviando y recibiendo mensajes de todo tipo a y desde los cuatro costados de la tierra. Es de primordial importancia asegurarse de que, entre esos mensajes, no falte la palabra de Dios.

En todas las culturas y en todos los tiempos – ciertamente en medio de las transformaciones globales de hoy en día- las personas se hacen las mismas preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida: ¿quién soy? ¿de dónde vengo y a dónde voy? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida?. Y en cualquier período, la Iglesia en nombre de Jesucristo ofrece la única y definitiva respuesta satisfactoria a estas preguntas tan profundas del corazón humano.

Por lo tanto, los cristianos no deben nunca permanecer callados. El Señor nos ha confiado la palabra de salvación que todo corazón humano anhela y debemos anunciarla y proclamarla, a tiempo y a destiempo, agrade o no al mundo, con toda la fuerza y convicción que nos sea posible.

En consecuencia, la Iglesia no puede dejar de estar cada vez más profundamente comprometida con el efervescente mundo de las comunicaciones. De día en día la red de las comunicaciones globales se extiende y crece de forma más compleja, y los medios de comunicación ejercen visiblemente una mayor influencia sobre la cultura y su divulgación. Es posible crear oportunidades sin precedente para hacer que la verdad sea mucho más accesible a muchas más personas. Es tarea de la Iglesia asegurar que esto último sea lo que realmente suceda.

Así como toda la Iglesia desea tener en cuenta la llamada del Espíritu, los comunicadores cristianos tienen "una tarea, una vocación profética: clamar contra los falsos dioses e ídolos de nuestro tiempo – el materialismo, el hedonismo, el consumismo, el nacionalismo extremo..." (Ética en las Comunicaciones Sociales, 31).

Por encima de todo, ellos tienen el deber y privilegio de proclamar la verdad – la gloriosa verdad sobre la vida humana y el destino humano revelado en la Palabra hecha carne. Los católicos comprometidos en el mundo de las comunicaciones sociales pueden predicar la verdad de Jesús con mucho más valor y alegría, de forma que todos los hombres y mujeres puedan oír hablar sobre el amor que es el corazón de la autocomunicación de Dios en Jesucristo, que es el mismo hoy que ayer y será el mismo siempre (cfr. Heb 13:8).

Hay que evitar que los medios de comunicación social se conviertan en megáfono del materialismo económico y del relativismo ético, verdaderas plagas de nuestro tiempo. Por el contrario, pueden y deben contribuir a dar a conocer la verdad sobre el hombre, defendiéndola ante los que tienden a negarla o destruirla. Se puede decir, incluso, que la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre son la vocación más alta de la comunicación social. Utilizar para este fin todos los lenguajes, cada vez más bellos y refinados, de los que disponen los medios de comunicación social, es una tarea entusiasmante confiada, en primer lugar, a los responsables y operadores del sector. Es una tarea que, sin embargo, nos corresponde en cierto modo a todos, porque en esta época de globalización todos somos usuarios y a la vez operadores de comunicaciones sociales.

El hombre tiene sed de verdad, busca la verdad; Jesús dijo: «Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Jn 8, 32). La verdad que nos hace libres es Cristo, porque sólo él puede responder plenamente a la sed de vida y de amor que existe en el corazón humano. Quien lo ha encontrado y se apasiona por su mensaje, experimenta el deseo incontenible de compartir y comunicar esta verdad a los cuatro vientos.

Nos auguramos que Radio Monte Carmelo pueda reflejar de algún modo, cuanto la Iglesia y la gente esperan de un medio de comunicación social. En efecto, deseamos hacernos cargo y parte de las alegrías y tristezas, de los gozos y las esperanzas de nuestro pueblo y región, y de cuántos se esfuerzan por ofrecerle un futuro mejor.