Mi Hermoso Azapa

04 Agosto 2013

Pensando en aquella reconfortante vivencia, he querido escribir algo de mi hermosa Azapa, gracias a su bendito clima que no tiene nada que envidiarle al edén

José Olivares C... >
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Hace muchos años, me correspondió despedir a un gran agricultor del valle, y observé como al finalizar la ceremonia religiosa, sus cenizas fueron esparcidas por el terreno de su propiedad, algo intrigado me acerqué a uno de sus familiares y le pregunté el motivo de aquel singular hecho  y que fuera realizado en medio de plantaciones de tomates, pepinos y olivos. Muy cortés me respondió  que ese lugar había sido su paraíso, y que habían poderosas razones para comprenderlo: tanto su amor por la tierra que laboraba y lo pródiga que se comportaba entregándole sus mejores frutos, es que terminó comprendiendo que su único sueño era el de  permanecer para siempre en aquel lugar que tanta alegría le había traído a su paso terrenal.

Pensando en aquella reconfortante vivencia, he querido escribir algo de mi hermosa Azapa, gracias a su bendito clima que no tiene nada que envidiarle al edén, los azapeños nos hemos acostumbrados a que cualquier árbol o plantas se desarrollen en muy buena forma.

Es así como nos consideramos regalones de Dios.

Desde muy niños se aprende a querer a nuestra tierra, inculcada por el testimonio de padres agradecidos de tener buenas cosechas, además de tener en sus patios la infaltable crianza que aportan a los acontecimientos  importantes del año.

Vivimos dando gracias por nuestro aíre puro y sano, por nuestros añosos olivos que desde niño nos han cobijado con su sombra, por nuestro río San José que aunque baja por algunas semanas al año, nos renueva nuestro bautizo, como parte de nuestra tierra, donde sus aguas chocolatadas hacen que el verde de las plantaciones se vuelva más intenso. Ya en invierno al caminar en las mañanas por los senderos húmedos por el rocío del amanecer, nuestro cuerpo y espíritu entran en una armonía, pronunciando que cada paso que damos,  queda marcado en nuestra bendita tierra, que nos ha visto crecer y desarrollarnos hasta ser hombres y mujeres que siguen aportando al desarrollo de sus comunidades productivas,  y que algún día las tierra también nos recibirá en su seno, cuando nuestro sol interior deje de brillar.

Existen muchas cosas que me hacen feliz, pero pocas, con la intensidad que me produce vivir en estos lugares tan hermosos. Ese cielo azulado que es matizado con cálidos rayos que tímidamente desprende el sol por las mañanas. El olor de las plantaciones que asfixian  agradablemente el ambiente, solo despejado por su suave viento que comienza a sentirse al comenzar la tarde, es realmente inigualable.

Ir a pasear por las calles pedregosas de nuestro pueblo San Miguel, caminar por las empinadas avenidas de nuestro emblemático cementerio, cual hermoso parque, saludar a todos porque ese gesto alegra mi vista y mi corazón, cae la tarde, encamino mis pasos  hacia la carretera no sin antes sentir la mirada de noveles árboles que cuidan la cancha de fútbol del poblado.

En un momento caen gotitas de lluvia, golpean mi cara y al deslizarse juguetonamente por mi rostro, pienso que en su lenguaje me piden que cuente sus historias. Me hablan de nuevos tiempos, de amores prohibidos entre agricultores y semillerías que terminarán destruyendo sus patrimonios, ellas son testigos de toda estás infidelidades con nuestro valle, incomprendidas para aquellos que si realmente aman su tierra y son agradecidos de la generosidad divina.

Como queriendo gritar impactan una a una en el suelo ya húmedo, donde se quedaran hasta el otro día cuando nuevamente aparezcan los rayos del sol, que las devolverán nuevamente a su lugar de reposo, las nubes, y al volar me gritaran que no olvide sus confesiones de amor a nuestra tierra y que Dios creó lo natural para cuidarnos y quien quiera manipular su creación, está contra ella.