Plebiscito 2020: No queremos más carne podrida

27 Octubre 2020

La podredumbre de lo que vivimos y experimentamos en distintos ámbitos de nuestra sociedad.  

Ada Angélica Rivas >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

El domingo fue un día como pocos, no solamente porque ganó el Apruebo por amplia mayoría y nos expresamos como pueblo que decide su futuro, sino porque surgió una oportunidad de caminar libres por las calles ariqueñas, sin el estrés de sacar permiso y andar con las horas limitadas. 

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Como muchos connacionales salí a cumplir con mi deber cívico, caminando por cerca de media hora al Liceo Jovina Naranjo y en el trayecto como hace tiempo no veía tantos vehículos, ni gente relajada, comprando comida china al paso, o haciendo fila para los helados de leche de vaca precordillerana. 

El sol de las tres de la tarde, alargaba las sombras en la fila corta en extremo para entrar a votar al liceo. Los militares excesivamente amables con cada uno de los que llegábamos, pidiendo distancia física y respondiendo dudas; igual Carabineros, ayudando a los adultos mayores en forma casi personalizada.  

No más de cinco personas en la fila fue el momento en que vi más gente. En menos de cuatro minutos ya había entrado, puesto con mucho placer la rayita en cada voto y luego salir y dar la vuelta para hacer un enlace en vivo que no me funcionó, porque el teléfono casi obsoleto, tiene una antigua versión de Instagram que no permite algunas funciones. 

Regreso a mi punto de origen y me salió un asado al encuentro, como regalo del cielo. Vamos abriendo las carnes al vacío, primero la de cerdo aliñada y, luego, el vacuno. El olor a putrefacto casi me dejó la nariz respingada, y a punto de náuseas seguimos tomando el aroma para cerciorarnos que efectivamente estaba mala. La fecha decía que vencía en noviembre, pero el olor decía que seguro la habían lavado con cloro, para mantenerla dentro de la bolsa sin que se arrancara. 

Recordé un reportaje donde salían lavando el pollo y cambiándole las fechas de vencimiento para venderlo en un supermercado y por lo que se ve esta práctica continúa. Llamadas a la central de Santiago de la cadena de Santa Isabel, luego ir a hacer el cambio, con pérdida de tiempo y mal rato que nadie devuelve. Como consumidores exigimos que abrieran las bolsas y testearan el aroma y textura de la carne, después de dos intentos de carne pasada, por fin apareció una buena que se fue a la parrilla. 

Era un domingo para celebrar, porque se escuchó la voz de la mayoría, cansada de los abusos institucionalizados, de la asimetría en las relaciones laborales del servicio público, de los privilegios de la clase política, del mal olor de los pollos lavados con cloro, o del vacuno encerrado al vacío, que emana la podredumbre de lo que vivimos y experimentamos en distintos ámbitos de nuestra sociedad.  

El aroma de la carne en mal estado, no es el único hedor que queremos erradicar. El lunes el vendedor de gas, con una sonrisa de oreja a oreja, manifestaba su confianza en que algún día termine esta tremenda diferencia de honorarios entre la clase trabajadora, que recibe el sueldo mínimo, y los parlamentarios y alcaldes, que sin asco se llenan los bolsillos, porque lo único que les interesa a casi todos es hacer caja y vivir en el grupo de élite, sin grandes desgastes físicos e intelectuales. Debería existir un límite. 

El domingo, la sociedad civil mostró la fuerza colectiva y de participación, ya nada será igual, no queremos más carne podrida, ni descompuesta, camuflada bajo fechas mentirosas y lavados superficiales.