Reflexiones de mi vida en un fin de semana cualquiera

20 Marzo 2012

No soporto ciertas cosas que conlleva el fin de semana. Despertar y no saber que hacer me desespera y angustia enormemente.  Quizás sea necesario darle más énfasis a la frase anterior; ODIO LOS FINES DE SEMANA. Por Alvaro.

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Es sábado. Como todo buen sábado, desperté con una resaca terrible. La primera señal que reconozco en mi cuerpo es la taquicardia que se activa en la zona izquierda superior de mi pecho. Cuesta recordar. Eso es una señal clara de alguna experiencia semi traumática para mí y los que me rodeaban el día anterior. Debo tener paciencia, los recuerdos irán tomando cuerpo con el pasar de los minutos. Hay que esperar a estar medianamente despercudido. Por ahora, las cosas que suceden los días viernes las vamos a dejar para otra columna.

No soporto ciertas cosas que conlleva el fin de semana. Despertar y no saber que hacer me desespera y angustia enormemente.  Quizás sea necesario darle más énfasis a la frase anterior; ODIO LOS FINES DE SEMANA. Desde que recuerdo (y sin querer dar lástima) mi vida ha estado marcada por ciclos repetitivos de extrema inseguridad, que se activan, especialmente, los fines de semana. Y en relación a esto, algún día les contaré cómo se puede llegar a tener 28 años y mantenerse medianamente virgen (vago concepto desarrollado a través de los años por mí).

Voy al grano, creo que estoy divagando demasiado, probablemente porque es mi primera columna… después de varios años… en que el temor a salir a las calles no me dejaba…. Y ahora sigo divagando… me desorienté ¿en qué estaba? Aah sí, iba a contar mi pésima experiencia de sábado, esperando no ser solamente yo quien vive este tipo de dinámicas sociales.

 Conozco a Francisca hace 7 años exactos, -con minutos y segundos- Me gustó desde que la vi, algo había sobre esas piernas chuecas que me atraía. Desde ese momento declaré (en silencio y para mí solito) que con ella perdería mi virginidad. Este sábado me invitó a salir, me dijo que estaría en la playa y que fuera solo. Me envalentoné y me puse mi short nuevo con motivos florales surfistas para impresionar.

Llegué emocionado, la busqué por todos lados. La llamaba a su celular –que me notificaba estar apagado o fuera de cobertura- todo me generaba miles de pensamientos e imágenes dramáticas que no quería asumir. La angustia del patético. Pero, de repente, la vi. Lejana. Descansando sobre su toalla. Me acerqué con mi mejor cara de circunstancia. Jugando al interesante. Su emoción al verme me desestructuró. De un salto tomó una posición de semi abrazo y me sorprendió su alegría por estar ahí con ella.

Me quedé sin palabras, probablemente esta iba a ser la tarde más linda de mi etapa adulta-joven. Pero, inmediatamente después de su saludo llamó a dos tipos, que probablemente trabajaban en las fuerzas armadas, lo sospeché por sus extremidades musculadas y el corte de pelo característico. Les dijo con la misma alegría con que me había recibido, que ya había llegado el “otro para la pichanga”. No volví a ver a Francisca hasta que se despidió de mí. Tuve que jugar la pichanga intentando que ella creyera que había un deportista dentro mío, aunque en mi infancia nunca me eligieron para las pichangas, me dejaban al último o simplemente entraba “al gol” (y a veces los muy vacas no hacían goles para que yo no entrara). Terminé apaleado, cansado y nuevamente más casto y puro de lo que había llegado.